Para la gran mayoría de los argentos, la política es mala palabra, y, para un exclusivo grupo, una forma de enriquecerse o, por lo menos, de salvarse. Unos y otros olvidan que pensando así destruyen su presente y su futuro, pues la política es la única herramienta que tienen los pueblos para construir su bienestar y su porvenir. Lo que pasa por estos pagos es que la política fue copada por nefastas dinastías, las cuales, para perpetuarse en la misma, explotando lo público en su beneficio, impusieron la idea de que la política es mala, y el pueblo se quedó sin bienestar y sin porvenir.
Cualquier definición sobre política refiere a que se trata de la herramienta de las sociedades humanas para organizarse y desarrollarse. En otras palabras, la política es el medio por el cual los individuos ordenan su convivencia y acuerdan su crecimiento. Una comunidad sin política cae en el desorden y la postergación.
En la práctica, en sociedades que eligieron para gobernarse un sistema republicano y democrático, la política la ejecutan los políticos elegidos por el pueblo. Ellos son los responsables del orden público y privado, del desarrollo colectivo, y de garantizar a todos sus gobernados el acceso a todos sus derechos.
En definitiva, la política es la que le da a las personas civilizadas, a todas por igual, la posibilidad de vivir bien, y en paz, de crecer, y mejorar. La política es la que, en las sociedades modernas, permite que todos puedan acceder a un trabajo, o a un emprendimiento, a la salud, a la educación, a la seguridad, a un ambiente sano, a una convivencia pacífica, a la justicia, al conocimiento, a la verdad, etcétera, etcétera.
Ahora bien, en la Argentina, ésto hace mucho que no es así. La sola palabra política genera rechazo en los argentinos "de bien". La gran mayoría piensa que "meterse" en política es indigno, ya que a ella solo se dedican los corruptos, los que no son "de bien".
Tan es así que solo se alistan, como militantes, quienes conciben que la política es una buena alternativa de hacer dinero fácil. Un ejemplo de esto es que, en la actualidad, la juventud ve en la política más oportunidades de prosperidad que en una profesión.
Pero esto no es así porque sí, sino que obedece a una historia. Curiosamente, la aversión por la política es consecuencia de una política, que data, por lo menos, desde que yo tengo consciencia política, y que gobiernos de todos los colores aplicaron por igual.
En otras palabras, la política está en las exclusivas manos de unas pocas dinastías, de una y otra vereda partidaria. Unas oligarquías solo engrosadas por más de lo mismo, cuya única política pública ha sido, a los largo de las décadas, promover el rechazo a la política, para así espantar extraños y perpetuarse viviendo de las arcas públicas (Juan Pueblo).
Desde bastante antes de la última dictadura, ninguno de los que accedieron al poder jamás gobernó, y todos disputaron, y siguen disputando, una porción de las distintas cajas públicas, siempre amparados por insólitas excusas o increíbles culpas.
De ese modo, se consolidó una oligarquía política, concentrada en sus intereses particulares, la cual llevó a la Nación a la realidad de pobreza e ignorancia que hoy sufrimos. Pero nada cambiará, pues los buenos siguen creyendo que la política es mala, y la dejan en las nefastas manos de los malos, condenándose así a un caótico desastre social.
Precisamente, esos políticos que hoy están en el poder, están allí porque los ciudadanos comunes les dejaron el espacio vacío, y seguirán estando allí tanto y en cuanto los buenos sigan repudiando a la política y no entiendan que ésta no es la culpable, sino que lo son quienes la dejaron en manos de indecentes nefastos solo interesados en ellos mimos y no en todos.
El futuro de todos, sin excepciones, depende de la política, dejarla en las manos de quienes hoy la manejan, equivale a un suicidio colectivo.
Norman Robson para Gualeguay21