Fue un sábado de abril, por la noche, en una casa de campo de Vinci, cerca de Florencia, cuando Caterina dio a luz a Lionardo, resultado inesperado de un momento de desborde pasional con Piero, un aristocrático joven ya prometido en matrimonio a una doncella. Así comienza la historia de un fracasado que de tanto fracasar se convirtió en genio.
En aquel contexto, Lío fue entregado al abuelo Antonio. Corría el año 1452. Reconocido pero no en los papeles, el niño de Vinci fue uno de los primeros hijos de padres separados, primogénito de una multitud de medios hermanos, unos campesinos y otros aristócratas. Entre esos extremos, a Lío lo deben haber alcanzado los vientos culturales de Florencia, donde por entonces se cocinaba el Renacimiento, a solo 25 kms de su cuna.
Comenzó su carrera artística en aquella ciudad, en el taller de Andrea del Verrocchio, y, allí, comienzas su largo prontuario de fracasos, y su larga lista de genialidades, siempre vinculado con grandes de la época, como Lorenzo de Médici, Sandro Botticelli, Ludovico Sforza, Nicolás Maquiavelo y Francisco I, en Milán, Roma, Bolonia, Venecia y París.
Pero, a pesar de sus muchos papelones, se convirtió en Leonardo Davinci, un genio pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta, urbanista y gran cocinero.
Para ello, Lío, ya Leonardo, debió superar varios fracasos catastróficos que le hubiesen costado la cabeza, o, por lo menos, la carrera, a cualquier ser humano común. A saber, entre tantos otros:
• Le falló al Papa Sixto IV en Roma, con la decoración de la Capilla Sixtina, en el Vaticano.
• Colgó a Sforza en Milán, con la estatua de bronce que iba a ser la más grande del mundo.
• Dejó a Florencia esperando La Batalla de Anghiari, una gigantografía de entonces.
Hasta fracasó como gastronómico, y ni hablar como responsable del catering de la boda de Sforza, en la que quiso celebrar la boda dentro del propio pastel, y éste fue comido por alimañas la noche anterior.
Éstos fracasos, solo por mencionar algunos, no pudieron impedir que Leonardo pintara La Gioconda y La Última Cena, entre otras tantas obras, ni innovar con la perspectiva en las pinturas, ni perfeccionar el reloj, ni que sus múltiples ideas locas inspiraran a quienes, 400 años más tarde, las hicieron realidad, como el avión, el paracaídas, el helicóptero, el auto, el submarino, el traje de buzo, el salvavidas, el tanque de guerra, y el barco con doble casco, entre otros.
Tal ha sido el éxito alcanzado por Leonardo que, hoy, más de 500 años después, todos hablamos de él, como un tragicómico fracasado serial, pero que, a pesar de eso, se convirtió en el genio más brillante en la historia de la Humanidad.
Así que no temamos a nuestros fracasos, no dejemos que nos detengan, ni que nos condenen, pueden ser parte del misterioso camino al éxito.
Norman Robson para Gualeguay21