Hoy condenaron a Cristina a 6 años de prisión, pero el problema acá no es su condena. Acá la cuestión es la percepción de justicia de los argentinos. Mientras unos creen que era cierto que robaba, y otros niegan que haya robado, hay otros que creen que robar es injusto, y es justo castigar al que roba, y otros que creen que es justo robar, e injusto castigar al que roba. Estas son las distintas poses adoptadas por los argentinos, a un lado y otro de la grieta, pero nadie puede demostrar que su posición es la cierta, prueba de que han destruido la República, y eso es lo realmente grave.

En pocos meses, Gualeguay ha contratado importantes grupos musicales: La Beriso, La Bersuit, Los Totoras, Peteco Carbajal, Turf y Kapanga. Más de 20 millones de pesos, que, a su vez, exigen otro tanto en infraestructura, como escenario, baños, sonido, etcétera. A esto se suman más millones para el autódromo, para un parque acuático, etcétera. ¿Cómo beneficia esta política de entretenimientos públicos a Gualeguay? Lo entretiene, al igual que su carnaval, pero en nada desarrolla su turismo y sí empuja al quebranto a su oferta privada. Un circo sin saldo a favor del pueblo.

En este oficio de decir verdades, muchas veces, uno resigna oportunidades de decir lo que cree que debe decir para evitar confrontar con la estupidez. La muerte de Hebe de Bonafini es uno de esos casos, donde preferí el silencio escrito a contrarrestar las expresiones afines al relato oficial. Ni hablar de los tres días de duelo. En ese contexto, me encontré con el editorial de Daniel Rodríguez, un hombre de medios que aprecio y respeto, que no dudó en decir lo que se debía decir, con la historia como aval, y en blanco sobre negro. Justo aquello que yo no me animé a decir. 

Lo que no hicimos hasta ahora, olvidémonos. El 2022 ya fue. Desde hoy, viernes 18 de noviembre, la Argentina entra en modo off, y hasta marzo del 23, ya que, por lo que queda del año, nadie va a tomar una decisión en serio, y menos durante enero y febrero. Así que nos vemos en marzo. ¿Porqué? Y porque somos los afortunados y despreocupados argentinos pisando uno de los países más ricos del mundo. Somos quienes siempre paramos el país desde mediados de diciembre hasta mediados de marzo. Ni hablar este año con la Scaloneta en el Mundial de Qatar. Feliz año.

Desde que nuestra sociedad adoptó feliz la teoría de las mil verdades, e incorporó a su agenda todos sus derechos, pero sin las obligaciones, los argentinos hemos hecho del relato un culto. Se trata de esa versión de la realidad que, interpretada según la conveniencia de cada uno, y justificada con "oportunos" argumentos, nos sirve a cada uno para acomodarnos en nuestra historia. Pero el relato de uno siempre colisiona con el de otros, y, en especial, con la realidad, generando abundantes conflictos y un clima de violencia. Ese puede ser el origen de muchos de nuestros problemas.

Según los diccionarios, la lealtad es un sentimiento de respeto y fidelidad incondicional por alguien, o por alguna entidad, o algún ideal. Lealtad es compromiso, es honor, es gratitud. En la Argentina, a mediados del siglo pasado, el General Perón revolucionó la política reivindicando las clases sociales más postergadas, y éstas respondieron con una promesa de lealtad. En honor a aquello, el 17 de octubre es para el peronismo el Día de la Lealtad. Pero el General murió en el 74 y parece que con él se llevó aquel concepto, ya que en la politica de hoy ya no existe.

Una primera acepción del término "vergüenza" refiere una pérdida de dignidad y un sentimiento de humillación, y eso tiene que ver con la angustia que siento hoy por las realidades que vivimos. A cada rato siento que los dirigentes de este país me roban un pedazo de dignidad, y, a cada rato, también, me siento humillado por su escandalosa y alevosa conducta. Solo me basta prender la televisión en algún canal de información, o visitar algún portal de noticias, para sentir una profunda y angustiante vergüenza, la cual solo puedo interrumpir con algo de sana envidia.

El periodismo que hoy ejercemos en el siglo XXI pudo empezar con las tablas de Moisés o con los milenarios dibujos informativos en las rocas de Petra o en las cuevas que fueron habitadas por nuestros primitivos ancestros. Los jeroglíficos egipcios son también crónicas de evolución de la humanidad. Pasó el tiempo desde el papiro y los rollos sagrados hasta la imprenta de Gutemberg.

En este país, desde que en el seno de su sociedad prendió y creció el populismo, se ha atacado sistemáticamente cualquier voz incómoda a la expansión de esta corriente moral, ya que, para poder corromper lo bueno en favor de lo malo, es indispensable poner en duda la realidad. Así funcionó en los inicios, imponiendo tantas verdades que nadie sabía cual era la verdadera, hasta que la debacle se fue desnudando despejando dudas. Entonces, ante la innegable realidad, comenzaron las culpas, pero éstas, una a una, se agotaron, hasta que fue el turno del odio.

Si bien muchos nacimos, y nos formamos, en la concepción de que la justicia es una y no depende de a quien se juzga, los tiempos modernos han derribado aquella República y su Constitución, y todo aquello de que "todos somos inocentes hasta que se pruebe lo contrario" pasó a la historia, entendiendo por probar que no quede duda alguna. Hoy tenemos una justicia para los ladrones de gallinas, una para los políticos, y una para las mujeres. Ésta última, la Justicia de Género, es aquella donde todos los hombres son culpables porque hay que creerle a la mujer. ¿Cómo funciona esta Justicia?

Desde hace tiempo, en la sociedad argentina ha ido creciendo la idea de que todos tenemos derechos y nadie tiene obligaciones. Esta idea llevó a cada vez más gente a elegir lo cómodo y lo fácil por sobre lo meritorio, una tendencia que, rápidamente, promovió la idea de que lo ajeno no es tan ajeno. De este modo, los parámetros de qué es justo, y qué no, se fueron pervirtiendo, despreciando nuestro sistema de Justicia. Por esta razón, el juicio contra Cristina no es sobre si robó o no, sino sobre si robar está bien o no. No se trata de un enfrentamiento ideológico, sino de una guerra moral.

Todas las ciudades del mundo atesoran algún patrimonio, algo que las caracteriza y, a la vez, las enriquece. En general se refiere a cuestiones tangibles o intangibles vinculadas con el lugar, su historia, o sus costumbres. Las pirámides de Egipto, la torre de Pizza, el carnaval de Río, la fiesta de San Fermín, el Taj Mahal de India, el sushi de Tokio, la tarantela de Nápoles, la tribu Watussi de Sudan, y los mariachis de Guadalajara son buenos ejemplos de patrimonios. Gualeguay también tiene algo que la distingue, aparte de su galleta, de su carnaval, y de ser capital de la cultura entrerriana.

Estoy cansado de ver cómo los culpables gozan de su libertad, cómo los inocentes sufren su condena, y cómo el poder, perverso e indolente, corrompe el sistema en su favor ante una horda de bárbaros que lo vitorea. Pero no es ese mi problema, el mío es conocer la verdad en detalle, y es, también, el miedo a ser yo mismo otra víctima, solo por conocerla. Claro está que si no supiera, sería apenas un bárbaro más festejando la injusticia o la impunidad, y, sin dudas, no diría esas verdades que tanto me comprometen. Estoy cansado de conocer y de temer. Estoy cansado de no creer.

Cuando las calles están sucias y rotas, se trata de un Estado ausente, pero cuando esa ausencia redunda en un accidente y el Estado, sabiendo eso, no limpia y repara las calles, se trata de un Estado indiferente. Lo mismo cuando sabe que hay un problema y lo niega, o no lo resuelve, o elige soluciones cómodas para zafar del problema, indiferente a las consecuencias que eso puede traer. En definitiva, cuando un gobierno mira para otro lado porque sabe que lo que hay frente a él impacta negativamente a sus gobernados, se trata de un gobierno criminal, porque no le importan sus gobernados.

El ex gobernador Urribarri fue condenado, en primera instancia, a 8 años de prisión efectiva por corrupto, y anda de campaña por su provincia. Mientras tanto, la ex presidente Cristina Fernández es juzgada por corrupta con un alevoso caudal de pruebas en su contra. Estos sonados juicios, en lugar de pacificar a nuestra sociedad, profundizan el enfrentamiento, condimentándolo con amenazas de violencia de parte del cristinismo. Esta nueva versión de la grieta denuda una diferencia que de ninguna manera es ideológica, sino profundamente moral.

Por estos tiempos, es muy común escuchar a muchos culpar al electorado, o a parte del mismo, por los gobiernos elegidos y sus desastrosas gestiones, al igual que se escucha a otros pedir por el regreso de los militares. Cada vez que escucho ésto me entristezco, y recuerdo aquella oportuna cita burlona: "si no les gusta, que armen un partido y ganen las elecciones". Sin dudas, solo así terminaremos con esta realidad de miserias y postergaciones sin sacrificar la democracia.

El mes pasado, desde este medio dimos a conocer el caso de una víctima de violencia de género cuyo agresor, un hombre vinculado a la política, después de casi dos años de proceso, fue apenas penado con una probation. La semana pasada, aquella misma víctima volvió a denunciar a su mismo agresor, pero la impunidad sigue prevaleciendo y la justicia parece mirar para otro lado. Pero éste no es el único caso en que el poder vuelca la balanza de la justicia según quienes sean los protagonistas.

Yo solo sé que no se nada, mucho menos sé algo de economía, pero hay cosas que hasta el más ignorante sabe, o debe darse cuenta, o, por lo menos, debe sospecharlas.. De comparar nuestro país con un rancho es fácil señalar un par de estas cosas.. Una de estas es que estamos en el horno, la otra es que estamos así porque papá y mamá están peleados, y, para completarla, una última cosa es que, en el rancho, se gasta más de lo que entra. Esto me lleva a sospechar que, si seguimos gastando la que no tenemos, la quiebra es inexorable e inminente. Ni hablar si decidimos repartir más cuando tenemos cada vez menos. Así, el rancho, que ya está incendiado, revienta, como ya pasó.

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