Nací hace 60 años en Rosario, y aún recuerdo a mis abuelas sentadas en la vereda en los atardeceres de verano. Recuerdo a Rosario como un gran barrio, de siesta sagrada y gurises en libertad. Hace 30 años, llegué a Gualeguay, y siempre me hizo acordar a aquel Rosario. Por eso, frente a la silenciosa escalada de la droga, y sus consecuencias inmediatas, en nuestra ciudad, creo que deberíamos ver qué le pasó a Rosario y no cometer los mismos errores. Después va a ser tarde. El ataque contra el jefe de Toxicología es una señal que advierte claramente sobre el avance del negocio de la droga en la ciudad, a la vez que cuestiona las políticas actuales de lucha contra su consumo.
Los comentarios siempre hablaron del hombre y de la mujer a espaldas de la señora. Entonces él ya no era concejal y la otra era legisladora. Más allá de lo cierto o falso de aquello, él se separó de la señora y ella hizo lo propio del juez. Todo bien, hasta que un día el destino los reunió a los tres, a la misma hora, y bajo el mismo techo. Fue entonces que, palabra va, palabra viene, el ambiente se recalentó y brotó la violencia. La señora de antes lo denunció a él por violencia de género, y, en la causa, la supuesta novia de ahora lo defendió, para que, al final, él reciba solo una probation. Un escándalo guardado bajo siete llaves para que nadie se entere, pero, a la larga, todo termina sabiéndose.
Se viene el día del periodista y, detrás, se vienen tiempos que ya se anuncian muy complicados, en los cuales las certezas de saber y conocer pueden significar nuestra supervivencia. En esta era de la información y el conocimiento, y de la proliferación de redes y medios para propiciarla, es más importante que nunca saber muy bien qué se dice y conocer a quiénes lo dicen. Interpretar bien la información que encontramos, teniendo bien en cuenta la fuente de esa información, se torna vital para enfrentar los tiempos de crisis que se avecinan.
Como todos los años, a principios del mes de junio, en Gualeguay21 renovamos nuestro compromiso editorial con nuestra comunidad de seguidores, y reiteramos cuales son misión de informar para formar una sociedad mejor. Este compromiso resume las pautas rectoras que rigen nuestra tarea periodísticas. En este sentido, nos mantenemos fieles a nuestra política de los tres tamices de Sócrates, los de la verdad, la utilidad y la bondad, por los cuales se determina cuando una información puede ser noticia. Para ello, la información debe ser cierta, debe servir al común, y no debe dañar a nadie.
Si bien es cierto que los servicios públicos brindados por un Estado ya pervertido y corrompido cada vez son más ineficientes e insatisfactorios, la sociedad no debe permitir, bajo ningún concepto, que eso se naturalice, sino que debe exigirle a quienes estén a cargo de brindarlos que lo hagan atendiendo todos los derechos de los individuos, sin importar su género, ni su raza, ni su edad, ni su rango social, ni, mucho menos, el deporte que practiquen. Tal es así que, cuando un sujeto de derecho demanda un servicio público, en especial si se trata de la salud, el Estado debe brindarlo sin cuestionamientos, dejando para después cualquier otra cuestión normativa. Pero...
Esto es simple: el negocio de las drogas es como el de la leche. Se trata de un mercado que se rige, como todos los mercados, por la oferta de los vendedores, que en este caso son dealers o transas, un producto, que en este caso es la droga, pero bien podría ser la leche, y la demanda de los clientes o consumidores, en este caso, los adictos. La estrategia del negocio, al igual que en la leche, es sumar cada vez más adictos. ¿Porqué el Estado es el principal socio? Porque lucha contra la oferta y no contra la demanda, y, como no es leche, la demanda, por desesperada necesidad adictiva, hace que, por cada kiosco, se abran dos. Al estar el consumo liberado, el negocio nunca se termina.
Es una costumbre muy criolla que a los ciudadanos se nos esconda la realidad con muchos tecnicismos, al cabo de lo cual siempre terminamos conformándonos con lo que nos cuentan. El caso de la Procuradora Adjunta Cecilia Goyeneche, erigida Fiscal Anticorrupción a dedo, es solo otro más, detrás del cual está la realidad de una puja de variados intereses que no tendrían mucho que ver con la justicia, sino, más bien, con el poder político y sus ambiciones particulares y sectoriales. Comparar esta foto actual de la justicia entrerriana con toda la película que la precede puede arrojar algo de luz sobre qué podría haber detrás de todo esto.
Cuenta la historia que cuando los romanos, al mando del procónsul Lúculo, invadían el reino de Armenia, allá por el siglo I, un mensajero llegó a la capital, Tigranocerta, a avisarle al Rey Tigranes lo que estaba pasando, y éste, enojado por la mala noticia, lo degolló de inmediato él mismo. A partir de ello, nadie más le avisó nada a ese rey, y solo se enteró cuando los romanos entraron triunfales en su palacio, y su reino desapareció del mapa. Dos mil años pasaron de aquello, y todavía hay estúpidos con poder que matan a los mensajeros porque no les gustan sus mensajes. En plena era del conocimiento, aún no aprendieron el valor de la información, ni el de los informadores.
La pasión, según en qué lugar del mundo se te ocurra nacer, sí que puede ser ingrata. Si te tocó nacer argentino, tener condiciones parece un castigo, y si te tocó nacer gualeyo, ni te cuento. A nuestro tenor Flavio Fumaneri lo invitaron a cantar en Corea del Sur, y a nuestro jugador de hockey Horacio Peccin lo invitaron a jugar con el seleccionado argentino master en Sudáfrica. El mundo los quiere ver porque demostraron que hacen bien lo suyo, pero lo que no sabe el mundo es que Flavio y Horacio nacieron en Gualeguay, en la provincia de Entre Ríos, en la Argentina, donde nada de todo esto vale. Por estos pagos, los virtuosos, los destacados, deben ser buenos mendigos.
A esta altura, ya es irrefutable que la Justicia de Gualeguay no ha tenido en cuenta la verdad en un sinnúmero de casos, ni ha respetado los derechos de un sinnúmero de acusados, ni ha procedido siempre tratando a todos por igual, sino que ha traicionado su compromiso repetidas veces. De ese modo, en muchas oportunidades, la injusticia ha quedado al desnudo frente a la sociedad. Ahora bien, como en las películas policiales, hace falta una razón por la cual se produjeron todos los errores detectados, o bien un móvil que haya motivado a los actores a desviarse de su fin sagrado.
Más allá de las presunciones e intuiciones, lo cierto e innegables es que existe una innegable carencia de compromiso con la Justicia, tanto de los agentes de Justicia como del foro local de abogados. Lamentablemente, la historia inmediata, con un sinnúmero de ejemplos, juega en contra de unos y otros, ya que el compromiso de las dos partes con la Justicia ha estado ausente, tanto durante los procesos, como en sus desenlaces. Por acción u omisión, acusadores, defensores y juzgadores le dieron la espalda a la verdad y a los derechos.
La Constitución Nacional nos promete a todos que, si nos toca, todos seremos tratados por igual ante la ley, pero la realidad de los procesos y sus sentencias nos demuestra, sin lugar a dudas, que la Justicia de Gualeguay no tiene una sola vara a la hora de actuar. Ni en delitos comunes, ni en crímenes contra la mujer, ni, mucho menos, en casos de corrupción. En Gualeguay, los procesos, llamativamente, son atendidos de forma disímil, a la vez que ni una muerte, ni un abuso, ni un delito común cuestan siempre parecido. Todo parece siempre depender "de la cara del cliente".
Como se pudo apreciar en el capítulo anterior, la Fiscalía funciona como una usina de injusticia a la medida de intereseses ajenos a la justicia. Hasta donde se pudo apreciar hasta ahora, demasiados expedientes salen prosperan en la Justicia de Gualeguay sin el más mínimo respeto por la verdad, sino armados por los fiscales sin salir de sus despachos. De estas causas, las que no son archivadas porque sí, o gracias a un perverso juicio abreviado, van a juicio, donde se terminan de violar los más caros derechos individuales, como son la igualdad de todos ante la ley y el juicio justo, junto a los principios de presunción de inocencia y de igualdad de armas.
La Justicia de Gualeguay, en cuestiones penales, suele atender casos de delincuencia común, de abuso infantil, de violencia de género, y de corrupción política. Desde hace ya casi 10 años, como dijimos, lo hace según el nuevo Código Procesal Penal, por el cual la fiscalía concentra casi todo el poder para la presentación del caso, para lo cual debe buscar, encontrar y respetar la verdad. Pero al revisar cómo procedió nuestra Justicia en la última década, surge que la verdad a nadie le importó en ningun momento, ni cuando inician las causas, ni cuando dictan sentencia.
Casos y hechos demuestran desaciertos y arbitrariedades de la Justicia de Gualeguay en la última década, dejando al desnudo el desinterés por la verdad, el irrespeto por los derechos, y la doble vara, arruinando la vida de inocentes, y beneficiando a los culpables. El ejemplo de más de medio centenar de casos no solo confirma el grado de injusticia, sino que tambien obliga a cuestionar el compromiso de los funcionarios, a plantear sus móviles, y a exponer la absoluta impunidad de éstos como el origen de toda la injusticia.
El caos es el grado absoluto de desorden y confusión, el cual, en una sociedad, puede ser producto de un fenómeno puntual, o de una degradación cultural como consecuencia de la liberación o irresolución de sus conflictos. El problema surge cuando éstos conflictos son naturalizados por la sociedad y el caos se convierte en una costumbre, propiciando así una cultura del desorden y la confusión. Hoy, aunque no nos demos cuenta, nos ha pasado esto, y convivimos todos confundidos y desordenados, cada uno haciendo lo que quiere y nadie lo que debe, sumidos todos, en silencio, en el más absoluto caos. Solo reconocer ésto, y su orden genealógico, nos permitirá avizorar alguna solución.
El crimen perpetrado aquella madrugada del 1° de abril de 2017, y la angustiosa semana atravesada hasta encontrar su cuerpo, componen una historia real que aún nos conmueve, nos desvela, nos pesa en nuestra consciencia social, por lo menos en aquellos que la tenemos. Desde aquel grito, "Sueltenme, hijos de puta", cuando fue tomada por la fuerza en plena calle, hasta ser brutalmente violada, luego asesinada, y, finalmente, abandonada, la sociedad a la que pertenecemos no ha logrado hacer justicia en el crimen de Micaela García, uno de sus más crueles y horrendos crímenes, ya que, de los dos autores, uno solo está procesado y condenado. Esta justicia a medias es lo que nos asola.
Hoy escuché varias cosas que me hicieron ruido y, al meditarlas, me dejaron temblando de miedo. "Que culpa tenemos nosotros de lo que pasa del otro lado del mundo", dijo uno. "A mi qué me importa lo que haga la vecina", afirmó otra. "Yo no lo voté", se desentendió un tercero. Así comprendí que ellos, cada uno en su burbuja, nunca se enteraron de que están obligados a compartir la realidad con el resto del mundo. A pesar de eso, elegimos ser individualistas, y, tal vez por eso, rechazamos tanto la política como única forma de organizar todo eso que que no podemos evitar compartir, y solo la utilizamos como medio para enriquecernos.