En todos los ámbitos de la vida, para lograr buenos resultados, es condición "sine qua non" conocer profundamente la situación sobre la cual se va a actuar. Por desgracia, en nuestro país, se ha naturalizado la improvisación o la simulación, tanto en lo público como en lo privado, ya que eso permitía zafar a los actores. Pero esto se torna particularmente crítico cuando se trata de capear una pandemia, y contar con un buen observatorio se convierte en una cuestión de vida o muerte.
En los albores de la civilización, los energúmenos apedreaban, linchaban y/o colgaban a quienes eran considerados autores de algún crimen. Desde entonces, y en todo el mundo, la Justicia ha luchado contra estas prácticas, pero, con la globalización y las nuevas tecnologías, la tan nefasta práctica renació como escrache, y se puede realizar desde el celular, o en la calle, con total impunidad gracias a la indiferencia de la Justicia.
Cuántas veces habré escuchado a mi abuela decir eso, y cómo la recuerdo estos días con todo lo que sucede. Es que, en menos de un año y pico, explotó la pandemia en el mundo, y se desató en la Argentina una aguda crisis sanitaria, la cual no tardó en desencadenar una gravísima crisis económica, y, entre ambas, están disparando una crisis política sin precedentes. Ésto último podría ser lo bueno de todo esto, ya que desnuda ante todos los argentinos la madre de todos nuestros males: nuestra política.
Un 20 de abril, pero de 1811, la Junta Grande, presidida por Cornelio Saavedra, estableció la libertad de prensa, por entonces llamada libertad de imprenta. No fue una idea propia, ya que había antecedentes en Suecia, en 1766, y en la famosa Primera Enmienda de la constitución de los Estados Unidos de América, en 1791, pero, al igual que en muchos otros aspectos, al nacer, la Patria innovó en sintonía con el mundo moderno de entonces. A pesar de eso...
Al observar esta nueva realidad que nos impone el destino en el mundo, creo descubrir que el rol de la política adquiere una mayor relevancia y exige, por lo menos en estos pagos, una sustancial mejora en la calidad de gobierno, ya que, de seguir como venimos, el futuro está comprometido. Esto demanda una clase dirigente capaz de cambiar según este nuevo contexto, en especial en la oposicion, donde se necesita, urgente, el imperio de una prepotencia bien entendida, ejercida con la autoridad conferida por el conocimiento y la trayectoria, para reemplazar su improvisación y tibieza.
Llegó la segunda ola, con ella los picos de contagios, y el Estado, nuevamente, elige las restricciones a la vida social, ignorando, o encubriendo, con alevosía, el real origen del problema: su incompetencia para gobernar la nueva realidad que nos toca vivir. De este modo, termina de sepultar a un enorme sector económico, del que viven miles y miles de familias, como si esto fuera a solucionar el problema epidemológico, ya que el virus se seguirá propagando tal como lo ha venido haciendo ante la indiferente mirada del Gobierno desde marzo del 2020.
En estos tiempos de segunda ola de pandemia, la sociedad mira impotente y desesperada la realidad, y, con incertidumbre y terror, mira el futuro. La escena me hace acordar a esas situaciones límites de aquella serie cómica mejicana de los 70s donde, en una situación extrema, las víctimas de alguna injusticia se preguntaban: "¿y ahora quien podrá salvarnos?", y aparecía, como del cielo, el Chapulín Colorado y su poderoso súper martillo. Entonces me pregunto qué haría este poderoso chiquitín en esta situación.
En el transcurso de la tarde de hoy, sendos colectivos llenos de turistas, en excursión hacia algún destino turístico por la Semana Santa, sorprendieron al personal de la estación de servicio YPF de la rotonda inundando su local, el cual manteniene un estricto cumplimiento de los protocolos de cuidado. Entre las desesperadas necesidades del turismo, la segunda ola, y el peligro de las nuevas cepas, nadie se molestó en poner la pelota contra el piso para ordenar la cancha.
Miro la realidad y recuerdo que todavía quedan casi 3 años de gobierno, que nos asola una pandemia sin precedentes, y que, encima, la catástrofe económica es inminente. Entonces miro hacia arriba, hacia el Olimpo, y veo la tibieza de los políticos, a ambos lados de la calle, y qué se yo. Siento como que viven una realidad que no es la que yo veo, como que, tampoco, les interesa mucho ver lo que yo veo, y, en esto, no veo diferencias entre la vieja y la nueva política. Claro está que me preocupa esta última, ya que la otra nunca me inspiró esperanza alguna.
Por estos días es muy común ver y escuchar como se recuerda, en honor a la memoria, a la verdad y a la justicia, a las víctimas del terrorismo de estado que sufrió el país entre 1976 y 1983, como si nuestra historia de violencia e injusticia se limitara a aquellos pocos años. ¡Cuanta perversión encierra todo esto! La historia del terrorismo de estado en la Argentina nació junto al país, como herramienta de dominio político, y aun sobrevive en la actualidad.
Si bien en algún momento la excusa fue un último recurso para superar un aprieto, hoy, es una mala costumbre, o vicio, al que recurrimos, constantemente, para eludir o desconocer la realidad que nos tocó en suerte. Hoy es una justificación de lo injustificable, es una falsa razón que manoteamos para incumplir con algún deber, o para no hacernos cargo de lo que nos toca.
Buenos Aires, calle Diagonal Sur, 1935. Los tranvías van y vienen por el flamante empedrado, mintras multitudes de porteños se abocan a sus tareas. Una cuadrilla de operarios municipales está por ejecutar la demolición de una vieja pensión. Uno de los que allí viven, un viejo vendedor ambulante, habla con el capataz y le pide unos días para que los que allí viven puedan irse a algún otro lugar. El municipal ordena la retirada hasta nuevo aviso.
En estos tiempos que corren, veo cómo crece en la sociedad un escalofriante grado de desconocimiento sobre el sistema republicano en que vivimos, donde la ley y el orden deberían ser las que rigen nuestra convivencia, al igual que crece el nivel de individualismo, con una aguda indiferencia a cualquier concepto colectivo propio de una comunidad. Detecto una suerte de barbarie moderna que crece por sobre la civilización amenazando con cada vez más intolerancia, más caos y más violencia. ¿Qué futuro le espera a nuestra sociedad?
Eso de que el país fue forjado por hombres es una gran falacia. Nosotros solo escribimos la historia, y, por eso, somos los grandes protagonistas. Por eso me gusta eso de que "detrás de todo gran hombre hay una gran mujer", y me gusta parafrasearlo diciendo que detrás de toda gran historia hay grandes mujeres. Así lo testimonia la historia de Margaret Flaherty, mi tatarabuela, una de las tantas grandes mujeres anónimas que construyeron esta nación.
El caso de Micaela García, violada y asesinada en Gualeguay en abril de 2017, y el de Úrsula Bahillo, acuchillada hasta la muerte días pasados en Rojas, reflejan fielmente el grado de indefención que sufren las mujeres en el presente a pesar de lo mucho que se ha hecho en las últimas décadas para protegerlas. Un repaso de las estadísticas y la historia, junto al antes y el después de las políticas de género, llevan a preguntarnos si no será tiempo de revisar lo actuado.
En esta era de los servicios, cualquier prestación es posible, incluso injuriar y calumniar a alguien con total impunidad. Pareciera ser que para ello basta presentarse en la Fiscalía local, regentada a control remoto por un político frustrado de Diamante, para denunciar a cualquiera de cualquier cosa sin prueba alguna, para que la injuria y la calumnia se hagan públicos para condenarlo socialmente. Luego se archiva la causa y que pase el que sigue.
Es identidad, es costumbre, es distinción. La cultura es un universo de cultos cultivados por cultores. Es el mundo de pasiones profesadas por los ciudadanos que distingue a una determinada sociedad de otra. Es el conjunto de creencias, costumbres y manifestaciones que identifica a una comunidad. El arte es solo un grupo de manifestaciones, apenas uno de sus tantos patrimonios. Los patrimonios culturales son los factores comunes entre los ciudadanos que conforman la soberanía cultural, a partir de la cual la sociedad se desarrolla como tal.
Es una fea costumbre, es un acto naturalizado de corrupción. "Pedile un puestito, ahora que está ahí te tiene que ayudar", entienden algunos. "Lo acompaño para que, si ganamos, después me dé un puestito", se motivan otros. Salvo que califique en idoneidad para la función, el nombramiento en el "puestito", el cual se paga con el dinero de todos, es una prebenda. La práctica natural de esta "retribución" en toda la política no solo ha agigantado toda la administración pública, sino que la ha degradado a niveles de espanto.