11 diciembre, 2024 1:54 pm
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El fin de un principio

Cuando una sociedad se defeca en el principio de inocencia, y alienta la condena liviana a través de los medios masivos, sea por redes o por teles, invalida la ley, disuelve el orden, hace pedazos el estado de derecho, y pulveriza la República, a la vez que da rienda libre al caos, a la violencia y a la injusticia.

BLANCO-NEGRO

Nuestra Constitución Nacional establece que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, pero eso parece que ya pasó de moda para nuestra sociedad. Hoy solo basta que una minoría decida, frente a los medios, que alguien es culpable, para que la horda lo linche sin piedades o escrúpulos.

En este nuevo circo romano, tal vez tan o más morboso que aquel, pero sí más nefasto, es suficiente que la pantalla le baje el pulgar ante la enardecida platea de millones de necios morbosos para que el obediente verdugo le corte la cabeza al “culpable” de turno, sin que nadie manifieste ningún interés en saber si era o no culpable.

A nadie le importa la verdad, sobre la cual se construye la justicia, pues, seguramente, lloverán otras tantas verdades, y cada uno encontrará una verdad conveniente para justificar lo injustificable y expiar cualquier pecado que pudiera cargar. ¿Consciencia? No. Hoy, la consciencia solo mira su ombligo. ¿El otro? No existe, solo molesta.

Hete aquí el problema: en algún maldito momento, a todos y cada uno le tocará ser el otro. No se salvará nadie de serlo.

Pues en el imperio de la pantalla, sin ley, ni orden, ni derechos, ni República, nadie podrá eludir la injusticia, y sufrirá las consecuencias.

En este imperio del caos y la violencia, solo sobreviven lo más fuertes, los más inescrupulosos, los más impiadosos, quienes solo aspiran a comerse al otro para luego comerse entre ellos, asegurando un verdadero futuro de devastación moral y de la otra.

Esto realmente me asusta, me aterroriza, me pone la piel de gallina, y, si bien no le temo a la injusticia, menos al caos y a la violencia, sí temo por la inocencia de mis hijos, la de mis nietos, y la de los tuyos. Absolutamente inocentes de tanta estúpida necedad, de tanta morbosa perversión.

Solo me queda apelar a la consciencia de los conscientes, y pedirles que no seamos cómplices de esto, que, aunque sea, no nos hagamos eco de la injusticia, que no aticemos el caos y la violencia repitiéndola, y que, si nos animamos, exijamos que la Justicia imponga justicia.

Norman Robson para Gualeguay21

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