13 diciembre, 2024 4:36 pm
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Lo que me dejó Nahir

La sociedad condenó a la joven Nahir bastante antes que la justicia, y la encontró culpable del aberrante crimen con todos los agravantes posibles. Lo que dispuso el Tribunal sólo le sirvió para confirmar su apurada condena y para archivar el hecho en el bibliorato de los casos resueltos y enterrarlo en el sótano del olvido. Pero…

BLANCO-NEGRO

¿Nahir mató a Fernando? Si. ¿De dos tiros? Si. ¿Fernando le hacía algo? Sólo la abandonaba. ¿Es un crimen lo de Nahir? Definitivamente. Sin lugar a dudas. ¿Está bien la condena? Perfecta. ¿Entonces?

Consumado el juicio y conocido el veredicto, un sabor amargo me sigue quedando. Amargo e inquietante. Tal cual respondí, coincido en todo lo inherente al crimen, pero no puedo olvidar que tiene 19 años. No puedo.

Me cuesta creer que una jovencita, que un ratito antes era niña, de un día para el otro sea una mujer asesina. ¿Nació así? No. ¿Es así porque sí? No. ¿Los papás la hicieron así? No lo creo. ¿Entonces?

No es una novedad la violencia que hoy vive toda nuestra sociedad, la cual se manifiesta y desarrolla más cruelmente en los niños y adolescentes.

Se ha escuchado decir que Nahir y Fernando tenían una relación violenta, al punto de que era uno de los motivos esgrimidos por el chico para romper la relación. Pero ellos no eran, ni serán, los únicos jóvenes violentos.

Quienes hoy observamos a la gurisada en el territorio detectamos que cada vez está más naturalizada entre ellos la violencia. Y entre muchos de nosotros también.

Lamentablemente, no vemos solo eso, sino que vemos, también, que la violencia se combina con la inmediatez y el irrespeto por la vida, formulando un cóctel nefasto que explota frente a nuestros ojos sin que atinemos a reconocerlo.

La incipiente violencia infantojuvenil, la ausencia total de consciencia o expectativa de futuro, y el desinterés manifiesto por la vida tanto propia como ajena, se conjugan, cada vez con más frecuencia, para dar a luz trágicos desenlaces.

En el universo de las tragedias infantojuveniles, a los crímenes “pasionales” como el de Nahir y Fernando, realmente pocos, se le suman los crímenes con origen en la inseguridad, estos si son más, las muertes por accidentes viales, y los suicidios, todos cada vez más frecuentes.

Tragedias sociales con un origen común: el ánimo emocional de los gurises a partir de la falta de sentido a sus vidas, de la ausencia de expectativas, de la carencia de planes, de la falta de sueños, de la exclusion.

En el rapto de ira desahogado en tiros, en el resentimiento traducido en sangre, en la locura de la desprotección a alta velocidad, o en la decisión final de terminar con todo, a los gurises protagonistas los une el desconcierto, la incertidumbre, el vacío.

Es por eso que creo que Nahir, y tantos otros, día a día, nos dicen con sus tragedias que hay algo que está mal. Que hay en todo esto una luz roja de alarma que no atendemos.

Ese es el sabor amargo que me deja lo de Nahir y Fernando: que nadie se pregunte nada más y que, por el contrario, se apuren todos a archivarlo, sintetizando todo en un aberrante crimen perpetrado alevosamente por una mujer asesina.

Me resisto a la comodidad de la síntesis y miro más allá, y veo algo que no me gusta, que me asusta: la naturalización en nuestros gurises de la violencia, la inmediatez y el desprecio por la vida, con nefastas consecuencias para su futuro. Veo eso y veo, también, una sociedad indiferente que prefiere negar eso antes que hacerse cargo.

Eso me dejó Nahir, quien, junto a Fernando, engrosan la larga lista de gurises víctimas de este tan desconocido como preocupante flagelo social.

Norman Robson para Gualeguay21

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