Por siempre feudalistas
Ya nadie discute que la ciencia y la tecnología traen a la sociedad moderna un montón de beneficios, incluso en el ámbito de la política, solo que en éste parece que los hombres, muchas veces, pretenden aferrarse al pasado, en la seguridad de sus costumbres.

Tan es así que, mientras el mundo avanza en el aprovechamiento de las innovaciones hacia una mejor y más justa práctica democrática, en nuestro país, tal vez por miedo a perder los beneficios del tradicional sistema electoral, nos condenan a seguir bajo el imperio de obsoletos mecanismos.
Tal es el caso de las largas boletas de papel por lista.
Es claro. El histórico manejo feudal del electorado que permiten estas papeletas se acabarían con la boleta única, ni hablar con el voto electrónico. El dominio que ejerció siempre la vieja política sobre sus feudos se sostuvo, históricamente, en gran parte, gracias al operativo formado en torno a la boleta, de un color determinado, desde su reparto casa por casa hasta el traslado de los votantes a las urnas.
Al llegar la nueva política, la ciudadanía creyó, o le hicieron creer, que se acababan los feudos, y con ellos aquella tradicional viveza criolla proselitista, para dar lugar a una madurez cívica a la altura del siglo XXI.
Pero no. Parece que, conforme avanzó su proceso, la nueva política fue adoptando las mismas costumbres que fueran propias y exclusivas de la vieja política. Entres estas prácticas, el bendito feudalismo político, el cual sirvió siempre para mantener el sistema de promesas y prebendas con el que mantenían rehenes a sus territorios.
Lamentablemente, todo termina resultando más de lo mismo, ya que hoy la vieja política y la nueva coinciden en que la boleta única, que nos habían vendido como paso hacia el voto electrónico, ahora pase a ser una promesa para el 2023.
Es más, ni siquiera fue mencionada en los argumentos y explicaciones esgrimidas los últimos días.
Y cuando llegue ese momento, dentro de cuatro años, seguramente, no faltarán excusas para postergarla nuevamente. Todo sea por los benditos feudos.
Lo cierto, según de puede apreciar de los discursos, es que ni unos ni otros quieren soltar la tradicional boleta, con la cual ya saben dominar los territorios y su afinidad, entregándola en mano a sus vecinos y vecinas, asegurándose sus votos, y, por las dudas, buscándolos y llevándolos hasta la urna. Una operación en la cual millones de pesos son despilfarrados en papeletas para solo sostenerles a los políticos la tranquilidad de que seguirán en sus cargos.
De este modo, casi un cuarto de siglo dentro del siglo XXI, y los argentinos seguimos siendo kelpers para nuestra patética aristocracia política, semi-ciudadanos sin el derecho a ejercer una madura práctica democrática.
Norman Robson para Gualeguay21