Dos embarazadas cantan
Cuando una mujer está embarazada se le nota no sólo en la panza, sino también en la mirada, la expresión del rostro. Y cuando dos de ellas se encuentran se comunican de una manera particular, como si hablaran por cuatro, no por dos.
El relato del Evangelio de San Lucas que se lee hoy en la misa nos cuenta que la Virgen María, apenas había concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, fue sin demora a visitar a su prima Isabel que estaba en el sexto mes del embarazo de Juan el Bautista. El encuentro entre estas dos mujeres está rodeado de un clima de júbilo.
Ellas se alegran por el cariño que se tienen y por la vida que llevan en su vientre. Y hasta el niño saltó de alegría en el seno de Isabel, sumándose así a los sentimientos de ambas.
Isabel dice a María: “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor” (Lc. 1, 45). María es feliz a causa de su fe. Una fe que es confianza en Dios que cumple sus promesas. No es una confianza en un desconocido o un chanta que te va a defraudar en cuanto pueda. Es certeza de la fidelidad de Dios.
Por eso María reconoce la ternura de Dios y canta: “mi espíritu se estremece de gozo” (Lc 1, 47). La fe de la Virgen María no es un sentimiento subjetivo por algo que ella se inventa ni por una ilusión idílica. Ella es feliz porque le cree a Dios, porque tiene fe en Su Palabra.
Esta felicidad de María también es posible para vos y para mí. El mismo Dios y Padre en el cual ella confía es el que nos dio la vida, el que nos hace familia suya. El mismo Espíritu Santo que fecundó su vientre es el que llena nuestros corazones.
Contemplamos la alegría y sencillez de estas dos mujeres felices por la vida que va creciendo en ellas y el encuentro del cual disfrutan. Animémonos a pedirle a Dios esa misma alegría por la fe.
María es de la familia. Ella, siendo la madre de Jesús, no deja de ser miembro de la Iglesia. Es también nuestra madre, y viene a visitarnos trayendo a Jesús en su vientre. Mañana lo tendrá en brazos.
A esta alegría inmensa se suma otra: la noticia de que el presbítero José Gabriel del Rosario Brochero —más conocido como “el cura Brochero”— será proclamado beato a fines del año próximo al haberse constatado el milagro atribuido a la curación de un niño después de que sufrió un accidente de tránsito y fue encomendado a su intercesión. Se lo recuerda montando un burro, andando las sierras cordobesas, tratando de llegar a lugares lejanos para llevar la noticia de que Dios vive entre nosotros.
Hoy, claramente, sabemos que contamos con el “cura gaucho” quien, desde el cielo, nos mira y espera nuestra oración confiada.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social