Esos malditos disidentes
Comencemos estableciendo un principio de convivencia básico: no existe ninguna razón, salvo la conveniencia personal, para que una persona renuncie a sus ideas para hacerlas más parecidas a las del resto. Nadie puede estar obligado a ello, y nada ni nadie pueden tampoco obligarnos.
Enfaticemos entonces que son esas diferencias las que permiten abrir espacios de verdadero pluralismo en nuestra sociedad; y por el contrario, es la incapacidad de pensar críticamente lo que explica la vigencia de un pensamiento único, homogeneizador y totalitario, que crea una falsa impresión de unanimidad. El declive del modelo actual alcanzó un nivel en el que la disidencia dejó de ser solo una opción y ya no es más aplazable.
El resultado ha sido, hasta ahora, un debilitamiento de todo el estado de derecho y el permanente atropello a las instituciones republicanas, el sometimiento de los gobiernos provinciales y municipales al poder central pulverizando el federalismo, el hundimiento de toda ética pública, la progresiva subordinación de la prensa y el abuso de la propaganda, un capitalismo de favoritos que genera crecientes desigualdades, una demagogia que ofende a la oposición política, un autoritarismo ascendente, y la exacerbación de una larga lista de conflictos sociales que, en los últimos meses, han generado una animosidad creciente entre la ciudadanía y las autoridades.
El “modelo” muestra gran preocupación por parecer democrático y pluralista, pero no lo es. Por el contrario, no tolera la disidencia; se victimiza ante la oposición formal y aún ante cualquier grupo divergente, respondiendo sus críticas con calumnias y difamaciones.
La demagogia desplegada consiste en “hacerse el ofendido” y en distorsionar intencionalmente los hechos, individualizando al adversario en un único enemigo: el enemigo de lo popular, el antinacional, el antipatria. Es notable la falta de sinceridad y honestidad para contestar la crítica, evadiendo su responsabilidad con falsos ataques a quienes piden cuentas.
El gobierno busca hacer aparecer al disidente como pesimista, desinformado o reaccionario, y por lo tanto, perjudicial para el país. El extremo de esa actitud se presenta cuando se pretende hacer creer, como ha hecho en ocasiones, que las personas que formulan esas críticas lo hacen con la intención de provocar el caos y el desastre nacional; siendo que con tales exageraciones lo único que logra es reducir su propia credibilidad en lugar de la de los críticos y disidentes.
Esa demagogia oficial dirigida en contra de la oposición (formal o informal) refleja las características autoritarias del “modelo” y termina por consolidarlas; y en la medida en que tiene eficacia, obstaculiza el proceso de evolución política de nuestra sociedad, cerrando las puertas a un auténtico desarrollo democrático.
Entiendo que el camino que debe conducir a ese desarrollo pasa por una conciencia moderna de la ciudadanía, para quien los derechos son fundamentales y la participación un deber. También la oposición política y los grupos que disienten del relato oficial deberíamos tener esa conciencia para trabajar sobre aquellos “puntos de encuentro” que entre nosotros generan coincidencias objetivas, haciendo que la pluralidad de pertenencias e ideas, de mayor valor al debate y sirva para exponer aquello que se quiere ocultar, o simplemente callar.
Hoy ser disidente pasa por plantear con claridad los problemas de los argentinos por su nombre real, con el objetivo que se reconozca que el problema existe y se encare una solución. Pero irrita que, por el contrario, el gobierno niegue los problemas, difame, agreda, los atribuya a algún “proyecto destituyente” o “golpista”, o peor, recurra a algún eufemismo que esconda y matice sus propios pecadillos.
Así, la re-reelección de Menem era un asalto a las instituciones, pero la de Cristina es para la salvación de la patria… el Per Saltum de la Corte de Menem (caso “Aerolíneas…”) era violatorio de las garantías constitucionales, pero el de Cristina termina siendo un valuarte democrático (y eso para resolver UNA SOLA causa: 7-D). Así tampoco hay inflación, inseguridad, cepo cambiario, impuesto a las ganancias, Ciccone, TBA, Shocklender, presión sobre jueces, periodistas y trabajadores; no hay propaganda oficial abusiva… en fin… todo es un invento de ese 46 por ciento que mira TN, lee Clarín, cena con Magnetto, forma parte de la derecha más recalcitrante de la Argentina y está a favor del golpe de estado… es de locos…
Se acallan todas las voces que no sean funcionales y en esa práctica no hay miramientos, caen en aquella caracterización todos – absolutamente todos – los que manifiesten aunque sea apenas un esbozo de pensamiento independiente (disidente); y por el contrario, pertenecen al campo de lo “nacional y popular” también todos los que aún a pesar de su propia historia, acomodan convenientemente sus ideas y conductas al relato oficial.
Pero entonces, en nombre de ese modelo del que nadie puede disentir se han aplaudido despidos masivos de empleados públicos, traslados y persecuciones políticas, se vetó el 82 por ciento móvil a los jubilados y existe un atropello sistemático y cotidiano a nuestras instituciones republicanas: al Congreso, al Poder Judicial, al Consejo de la Magistratura, al Indec, a la prensa, a las Universidades públicas y a los gobiernos provinciales, negándoles la coparticipación que les corresponde y, encima, recortándoles el presupuesto para obras.
Como corolario, nuestro Vicepresidente ofende a la política y a su propio cargo. Negar los problemas no los hace desaparecer, ni tampoco nos convence de que no existen.
Frente a ello, el desafío de esta época termina siendo animarnos a madurar las disidencias y explotar nuestros contrastes para darle legitimidad política a una democracia que resulte verdaderamente pluralista y participativa.
Por ello, y retomando lo expresado en un párrafo anterior, ser disidente hoy en día implica no dejar de reconocer lo bueno, pero también plantear coincidencias sobre los temas de los que debemos ocuparnos: queremos frenar la inflación, trabajar por la seguridad de los ciudadanos, ampliar los derechos de los trabajadores, pelear por la coparticipación que nos corresponde, garantizar el federalismo, permitir la pluralidad de voces, cuidar nuestras instituciones, nuestra universidad, nuestra caja de jubilaciones y también nuestro sistema democrático diciéndole NO a la reforma de la Constitución para la re-reelección de nadie.
El autoritarismo está en declive en el mundo entero, y nuestro país no puede ser la excepción.
Alejandro Cánepa, ex secretario Legal y Técnico de la Municipalidad de Paraná durante la gestión de José Carlos Halle, para Análisis Digital