Más gente que hace dedo
Eran las cinco de la tarde de un día de invierno. Todavía había luz, pero por poco tiempo. Yo iba hacia Buenos Aires, en auto, y al pasar por debajo del puente de Ceibas la ruta pega una curva y hace un codo el viento. Allí suele haber gente haciendo dedo.
Aurora tiene algo más de 60 años y está con su nieto Esteban de unos 8 años. Ella parece bastante mayor de la edad que tiene. Están con una bolsa grande, del tamaño de las de residuos de consorcio. Van a San Miguel a visitar a una hermana suya, y de paso a vender ropa y algunos tejidos en una feria del trueque. Por lo que entendí viven los dos solos en casa de unos parientes que se fueron a Zárate y le dejaron para cuidarla. Los dos hablan poco, pero con elocuencia.
Le pregunto a Esteban por la Escuela, y me dice que está en cuarto grado. En seguida Aurora me aclara: “Empezó más tarde y repitió dos veces. Nació chiquito y siempre fue menudito. Así dijo el médico del Hospital, que siempre le va a costar un poco más que a sus compañeros”. Esteban en realidad tiene 12 años. Algo se me atravesó en la garganta y me costaba seguir hablando. La desnutrición no es un número estadístico. Tiene nombre y edad. Tiene familia y casa pobre. Tiene hermanitos.
Le pregunté unas pocas cosas más a Aurora. Recuerdo que me contó: “La Betty —su hija y mamá de Esteban— siempre fue menudita. Cuando ella estaba embarazada de Esteban vivíamos en las islas, vino la inundación y perdimos todo otra vez. Fueron meses difíciles. Durante varios días estuvimos mojados hasta que fuimos a parar a un club cuando pudimos ser evacuados. Allí nos dieron de comer bien y ropa seca. Al mes nos fuimos a casa de unos familiares que nos aguantaron bastante. Allí nació Esteban”. El resto de la historia la podemos imaginar.
El marido de Aurora murió hace unos cuantos años debido a una neumonía. Los dos nacieron en Corrientes y se vinieron siendo jóvenes por un trabajo que les ofrecieron. Él trabajaba cuidando un campo y los animales en la zona de las islas. La mamá de Esteban trabaja y vive Zárate con sus otros hijos.
Le pregunté cuánto tiempo hacía que estaban en la ruta para que los llevaran, y me dijo que casi tres horas. Otra vez no supe qué decir. ¡Tres horas tomando frío y esperando que alguien los levantara! ¡Por Dios! Les aseguro que no tenían aspecto de gente peligrosa. Para nada. ¿Cuántas veces decimos que nuestro pueblo es solidario? Una mujer anciana, humilde, y un niño.
Ellos no pueden pagar el costo del pasaje porque no les alcanza. “En un rato ya nos volvíamos a casa, porque de noche nadie te quiere llevar. Íbamos a probar mañana”.
Qué pensar sin sentir primero. Cómo obrar sin amar antes. Cómo responder si formular las preguntas ya estremece e interpela.
El cardenal Martini, en sus Coloquios nocturnos en Jerusalén, dijo sobre la actitud de los individuos frente a las penurias e injusticias de este mundo: “Si sólo sigo los acontecimientos de una catástrofe por televisión o a través del periódico, me siento abatido y desvalido. Pero si ayudo a un ser humano, percibo mi fortaleza. El mirar causa opresión, la ayuda sorprende con la vivencia de que puedo salvar una vida, de que se me concede contar con la ayuda y el poder de Dios”.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social