A cien años del horror en el domingo de la Misericordia
En cuántos momentos, ante algún fracaso o problema serio, nos planteamos lo que daríamos para “volver a empezar” y corregir lo hecho.

Pero no es posible. Sin embargo, no todo está clausurado a nuevas oportunidades. El que de verdad hace nuevas todas las cosas es Jesús Resucitado, como enseña el Libro del Apocalipsis (21,5). Uno de los frutos de la Pascua es el perdón; y todos anhelamos experimentarlo.
Dios nos perdona siempre. Francisco varias veces insistió en que Dios no se cansa de regalarnos su perdón aunque muchas veces nosotros nos cansemos de pedirlo. Pero no debemos desanimarnos ni dejarnos vencer por el pecado. La misericordia de Dios es más grande que cualquier falta que podamos cometer.
Los Evangelios y la Biblia toda están repletos de enseñanzas, historias, parábolas, salmos, que insisten en esta dimensión amorosa de la ternura de Dios.
San Juan Pablo II instituyó para toda la Iglesia que el segundo domingo de Pascua -o sea hoy- fuera dedicado a la fiesta de la Divina Misericordia. Dijo “la Misericordia es la única esperanza para el mundo”. Por eso el Papa Francisco eligió esta fecha el año pasado para la canonización del Papa polaco.
Aprovechemos para renovar nuestra firme confianza en la Misericordia de Dios, como fruto de la Pascua. Dejémonos abrazar por el amor de Jesús que nos ama hasta el fin.
Hoy el Papa Francisco celebró una misa en la Basílica de San Pedro junto al Patriarca Armenio Católico Nersés Pedro XIX. Lo hicieron para conmemorar los 100 años del denominado “Gran Mal” que causó un millón y medio de mártires armenios durante la dominación otomana. En 1915, aquel régimen, primero había detenido a artistas (músicos, escritores, pintores…) médicos, docentes, profesionales… y los había dispersado por distintos puntos del país donde los iban asesinando. Luego deportaron de a cientos de miles que murieron en el desierto por hambre y sed, o fueron violados y maltratados por las fuerzas de seguridad que debían cuidarlos. A esta barbarie se la considera como el primer genocidio moderno, reconocido por diversos estados. También se lo conoce como “Gran Crimen” o “Genocidio Armenio”.
El jueves pasado el Papa Francisco recibió a veinte obispos del Sínodo de la Iglesia Armenio-Católica que participaron en la Santa Misa de esta mañana. Los invitó a invocar a la Divina Misericordia ”para que nos ayude a todos, en el amor por la verdad y la justicia, a curar todas las heridas y acelerar gestos concretos de reconciliación y de paz entre las naciones que aún no llegan a un consenso razonable en la lectura de tales tristes acontecimientos”.
Además les dijo: ”Vuestro pueblo, reconocido por la tradición como el primero en convertirse al cristianismo en el año 301, tiene una historia bimilenaria y conserva un patrimonio admirable de espiritualidad y de cultura, junto con la capacidad de levantarse tras las muchas persecuciones y las pruebas a las que se ha visto sometido. Os invito a cultivar siempre un sentimiento de gratitud al Señor, por haber sido capaces de manteneros fieles a Él, incluso en los momentos más difíciles. También es importante pedir a Dios el don de la sabiduría del corazón: la conmemoración de las víctimas de hace cien años nos pone, de hecho, ante las tinieblas del mysterium iniquitatis”.
También recordó que ”como dice el Evangelio desde lo más profundo del corazón humano pueden desencadenarse las fuerzas más oscuras, capaces de llegar a programar sistemáticamente la aniquilación del hermano, a considerarlo un enemigo, un adversario, o incluso un individuo privado de la misma dignidad humana. Pero para los creyentes la cuestión del mal llevado a cabo por el hombre introduce también al misterio de la participación en la Pasión redentora: no pocos hijos e hijas de la nación armenia fueron capaces de pronunciar el nombre de Cristo hasta el derramamiento de la sangre o a la muerte por inanición en el éxodo sin fin al que se vieron obligados”.
Pude conocer el sentimiento de la nieta de un padre de familia armenio muerto en esa noche tan oscura para la humanidad: “No solo fue la pérdida, los desplazamientos forzados, sino la negación de los hechos. Pero la contracara de esa muerte es la vida, la fuerza de la sobrevivencia. Mis abuelas, las abuelas de mi esposo vivieron para darles a sus hijos una vida digna”.
Sumemos nuestra oración para pedir por las víctimas de tanto horror.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social