Alta traición
También era mayo. No tan caluroso. Tocó la medianoche. En parejas marcharon hacia sus respectivas celdas. Se apagaron las luces y se encendió el motín más sangriento de la historia entrerriana.

Todo comenzó cuando Alberto fue a cerrar la celda de Jaimito. Este lo rodeo con su brazo y le apoyó una faca sobre la yugular. Jaimito era un pesado recién llegado.
Enseguida se le sumaron más internos. Rápidamente tomaron la guardia e hicieron más rehenes. Ya estaban armados. 30 Itakas, fusiles FAL, escopetas lanzagases y una decena de pistolas 9 milímetros.
Todo estaba listo para una masacre.
Desde el centro de Victoria, Entre Ríos, se escucharon los más de 800 disparos. Desde la calle la prensa tomaba imágenes de los rehenes con un arma en la cabeza al grito de “traigan un auto”.
Finalmente, ya en la mañana, los rehenes logran escabullirse del cautiverio, ganar la calle y determinar así el comienzo del final del motín.
Desde las diez de la noche, hasta que el sol estuvo bien alto, cuando se rindieron, los rehenes fueron sometidos a todo tipo de vejaciones. Sufrieron algunas impensadas. Todas escalofriantes.
Desde aquella noche, nada fue lo mismo para ellos. Si bien las heridas recibidas fueron cicatrizando, las otras heridas nunca terminarán de cerrar.
Uno de los rehenes, el cual jugó un papel preponderante a lo largo del motín y la posterior fuga, hoy muy bien conocido por los gualeyos, lleva tiempo reclamando lo suyo.
Él no solo sufrió lo que sufrió esa noche en aquel penal, sino que, después, sufrió el abandono del sistema, su indiferencia, su injusticia.
“Lamentablemente quede afuera del servicio por ese motín, donde actué como verdaderamente debe actuar un oficial. No pensando en mí, sino en las otras vidas. Y por ese motín, que me tuvo 6 horas como rehén, es que hoy soy así…”, confiesa.
Él aguantó muchísimo en aquellas interminables horas, pero ya dijo basta. Entiende que ya ha tolerado demasiada injusticia desde aquella noche y el larguísimo calvario que le siguió hasta el día de hoy.
Directores Generales, Ministro de Gobierno, Gobernador, y ninguno se molestó en empatizar con este loco. Un loco que, si no hubiese actuado como actuó, hace pocos días hubiésemos celebrado un nuevo aniversario de una masacre histórica. Pero solo hubo tres muertos y eran todos internos. De los rehenes solo tres salieron heridos.
Desde el motín en la Unidad Penal Clemente XI de Victoria ocurrido en la noche del 19 de mayo de 1999, hace casi exactamente 16 años, el Oficial Adjutor Cesar Augusto Mondragón hoy sigue siendo traicionado por el sistema.
Nada de reconocimiento, nada de ascenso, mucho sabor a indiferencia y desprecio. Un retiro que suena a “tomatelás”.
Como él bien dice: una Institución que no honra a sus hombres, está condenada a la mediocridad. Y eso es alta traición. Alta traición por parte de quienes ostentan indignamente el poder.
Igualmente, quienes cumpliendo su deber sobrevivieron a aquella noche hoy gozan del reconocimiento de toda la sociedad, mucho más allá de la patética mezquindad de los funcionarios del caso.
Será justicia.
Norman Robson para Gualeguay21