Basta de cuotas alimentarias
Cada vez es más evidente que la ausencia del padre en la infancia tiene un impacto negativo en los gurises, una realidad que resultó de una política judicial que priorizó los intereses de las mamás respondiendo a las presiones de la corriente matriarcal feminista.
Un par de décadas atrás, la corriente matriarcal feminista se filtró en el poder político e impuso el concepto de que el papá es sólo un mero proveedor de semen primero y de dinero después, pensamiento que fue contagiado a los hijos con la consecuente degradación de la imagen paterna.
Al mismo tiempo, siempre en contrario a la ley vigente, esa misma corriente también impuso, y el Estado consintió, la idea de que los hijos son propiedades exclusivas de las madres, sobre quienes éstas pueden disponer a su suficiente discreción.
Un claro ejemplo de esta realidad es el caso Forneron, donde, sin la autorización del papá, una mamá dio en adopción su hijo con la complicidad expresa del Estado, y la justicia internacional intervino imponiéndole a la Argentina el respeto de los derechos paternos.
Tal es la degradación conceptual resultante de todo esto que la sociedad ha olvidado que para toda gestación, todavía, hacen falta uno de cada género, razón por la cual las responsabilidades son compartidas, al igual que las obligaciones y, también, los derechos.
Vale destacar que no por poner su matriz para la gestación, la madre tiene más derechos, ni menos el padre, sino que ambos tienen los mismos derechos, tanto en la niñez como en la gestación, y, por supuesto, de haberla, en la interrupción.
Pero, indiferente a las leyes, o aprovechando la interpretación de la mitad conveniente de la biblioteca jurídica, la Justicia priorizó los intereses de la madre, no solo beneficiándola en sus resoluciones, sino, también, haciendo primar el dinero por sobre los afectos a la hora de imponer responsabilidades en los divorcios o separaciones.
Haciendo un poco de memoria, esta corriente matriarcal feminista surgió para terminar con las supuestas injusticias del patriarcado machista, e instauró un nuevo modelo de justicia donde, aunque en igualdad de derechos, los intereses de las mujeres pasaron a estar por arriba de los de los hombres.
Tanto ha sido el desequilibrio, que se ha naturalizado la maldad en el hombre, incluso frente a los propios hijos, al punto de que todos los hombres son violentos, pegadores, abusadores y misóginos hasta que demuestren lo contrario.
Ahora bien, con el daño consumado, y la vida de generaciones afectada, hoy es tiempo de que el Estado, a través de su legislación, defina nuevas normas que permitan revertir este proceso de degradación familiar, y rescate, y restaure, la imagen paternal en el seno familiar.
O sea, si el patriarcado era injusto, también lo es el matriarcado, y cualquier perversión de la justicia en favor de uno u otro, razón por la cual el Estado debe intervenir restaurando la justicia.
Si bien esto no remediará lo dañado, sí brindará a padres e hijos una revancha que les permita reconstruir los vínculos afectivos y recuperar, aunque sea, algo de lo perdido.
¿Cómo hacerlo? Sencillo. Para empezar, cambiando afecto por dinero en las responsabilidades de uno y otro. Por ejemplo, que, en matrimonios terminados, se imponga la tenencia compartida obligatoria de los hijos, salvo excepciones que podrán ser atendidas por la justicia.
Con medidas de este tipo, acompañadas por una extensión social y una justicia familiar a la altura de las circunstancias, los futuros hijos de separados no sufrirá la ausencia paternal, a la vez que los padres e hijos afectados recuperarán parte de lo perdido, mientras que las mamás mantendrán o recuperarán su rol materno en toda su dimensión.
De este modo, el padre volverá a ser ese ícono de autoridad, compartida y consensuada, y referente masculino también rector en la formación de los gurises para la vida. Caso contrario, seguiremos criando discordia antinatural enfrentada contra nuestra esencia.
Por último, para quienes señalen la existencia de papás malos, vale señalarles que son tantos como las mamás malas, y la suma de los dos es mucho menor que la suma de los buenos.
Norman Robson para Gualeguay21