Cien días de soledad
Al igual que el Gabo García Márquez escribió su obra maestra Cien Años de Soledad, yo voy a escribir mis cien días de soledad. No es la historia de los Buendia en Macondo, sino la historia de los argentinos en una interminable y aún incomprensible cuarentena, y la soledad que provocan el miedo, la incertidumbre y los gobiernos indiferentes a la realidad de sus pueblos.

Así como el destino olvidó a Robinson Crusoe en la soledad de una isla, el mismo destino nos olvidó a los argentinos, aislados o exceptuados, en la soledad de nuestro desamparo. Una soledad sin parangones en la historia de la humanidad, ni siquiera en la historia argentina, donde ha pasado y pasa de todo.
Todo comenzó con la llegada del coronavirus al país. La tele y el gobierno nos impusieron el miedo y la incertidumbre, y nos mandaron a todos a nuestras casas. “#quedateencasa” nos dijeron. Por entonces ya habíamos visto por la tele cómo el virus apilaba fiambres en el norte, así como habíamos escuchado a nuestro Ministro de Salud diciendo: “No hay ninguna posibilidad de que exista coronavirus en Argentina”. Como para no tener miedo.
¿Si estuvo bien o mal lo de la cuarentena? El tiempo y los muertos se encargarán de responder eso. Lo único cierto es que, desde entonces, y hasta hoy, a la gente común nos han dominado, y nos siguen dominando, el miedo y la incertidumbre.
Durante estos cien días, la tele nos relató la pandemia minuto a minuto como si fuera un partido de fútbol, mientras las redes sociales se encargaron de nutrir una nueva grieta entre cautos y prudentes por un lado, ignorantes e incrédulos por otro. O sea, los “zurdos” en favor de la cuarentena de un lado y los “gorilas” en contra por el otro.
Así, cada una de estas cien noches, cada vez que nos acostamos, nos ganó el susto y el desconocimiento, para que, al día siguiente tuviéramos alguna nueva sorpresa.
Durante todo este tiempo, a pizarra y puntero, el presidente, cual técnico de fútbol, le explicó a los argentinos cómo iba la cosa y cuáles eran las razones por las cuales se extendía, por enésima vez, la cuarentena común, primero, la inteligente, después, y la administrada, por último, hasta que hubo que volver atrás.
Un centenar de mañanas en que aumentaron los precios del alcohol y de los barbijos, y el Gobierno compró fideos y aceite al doble del precio máximo, mientras nos anunciaron que en marzo el pico sería en abril, en abril que sería en mayo, en mayo que sería en junio, y, en junio…
Tal fue la incertidumbre y el miedo que los legisladores y los jueces dejaron de trabajar y se automandaron a sus casas, y tal el descalabro económico que vendría que prometieron subsidios para los pobres y créditos subsidiados para los menos pobres. Cien días y muchos todavía están esperando.
En estos días de prometidas curvas y mesetas, todos los sistemas de cobro colapsaron, sea para pedir un permiso, un subsidio o un préstamo, y a la vez que la desorganización se materializó en multitudinarias colas al aire de libre de jubilados y trabajadores, o de “runners” desahogándose en la noche.
Y, así, llegó el día en que un “especialista” preocupado por la salud emocional de los argentinos nos recomendó a todos el sexo virtual, mientras a los pobres trabajadores del congreso les aumentaron el sueldo y a los presos los mandaron a sus casas para que no se contagien.
Entonces, la malaria empezó a sentirse en la panza, los que no podían laburar empezaron a mirar feo a los que sí podían, (en especial a los supermercados, que se vendían todo), y el Presidente nos inventó la flexibilización, donde los que no podían empezaron a poder. Pero, para poder, el permiso se lo daba el Presidente a los gobernadores y éstos a sus intendentes.
Para ordenar toda esta flexibilización, aparecieron los benditos protocolos, esos que ningún político entendió qué eran, y lo de cuarentena inteligente o administrada nunca llegó a tal. Como nunca se entendió la importancia de los protocolos, empezó a fracasar todo lo que se flexibilizó, y, ahora, a cien días de cuarentena, AMBA volvió a fase 1, comprometiendo todo lo logrado por el resto del país.
De este modo, en estos cien días, el dólar trepó a 120 pesos, sumamos más de 1200 muertos, alcanzamos un 60 por ciento de pobreza, agregamos más de dos mil contagiados por día, tenemos millones de desocupados, y el invierno recién empieza. Como si esto fuera poco, volvieron las marchas, volvieron los políticos, y Vicentín copó la pantalla, sin que se vaya el miedo causado por tanta incertidumbre.
O sea, cien días de mirarnos al espejo cada mañana, cada tarde, cada noche, y vernos solos, desamparados en nuestra soledad, abandonados por el respeto, por los derechos, por la justicia y por la libertad. Aislados o distanciados, todos somos rehenes de gobiernos ineptos e incapaces, y con pronósticos escalofriantes. De ahí la soledad.
Ni Gabo, que pudo imaginar cien años de soledad, hubiese imaginado éstos cien días que nos tocó vivir a los argentinos.
Norman Robson para Gualeguay21