Cuando los votos invitan al veto
Luego de vivir todo este proceso democrático donde los legítimos representantes del pueblo debaten y resuelven sobre los intereses del mismo, me queda el sabor amargo de la insatisfacción por descubrir que todavía no estamos a la altura de la democracia.
La sociedad argentina lleva años debatiéndose la cuestión del aborto, mientras éste se practicó siempre tan libre como ilegal a lo largo y a lo ancho del país, sólo con la limitante del dinero, generando muertes por malapraxis y sobrenatalidad en los sectores más vulnerables.
Es de destacar que esta realidad que vive hoy la sociedad es resultado de la ausencia del Estado en términos tanto operativos como jurídicos, ya que no existió ni concientización ni asistencia social, ni la justicia intervino protegiendo los sujetos.
En este contexto, llegó al Congreso de la Nación un proyecto proponiendo la despenalización del aborto y su incorporación a la salud pública, dándole una respuesta a quienes antes no podían acceder al mismo.
A partir de ese momento, la sociedad se dividió entre los que defienden la vida, alegando casi un homicidio, y las que defienden su cuerpo, como si se tratase de un virus que las atacó distraídas, y, en ese contexto fundamentalista, se instaló el tema entre la gente, con sendas marchas y manifestaciones de unos y otros.
Al cabo del extenso debate, el cual se desarrolló con masivas vigilias de ambas partes fuera del Congreso, la votación, en la primera instancia de Diputados, resultó ajustadamente a favor de la moción de aprobar el proyecto y elevarlo al Senado.
Si bien la instancia democrática es digna de ser celebrada, ciertas particularidades surgidas durante este tiempo de debate dejan mucho que desear, especialmente si pretendemos ser una sociedad moderna y, más que nada, madura.
Cabe destacar que nuestro sistema democrático está diseñado para que una idea sea transmitida por la sociedad al Congreso, y éste la elaboré, la transforme en proyecto de ley, y la someta a debate.
Es precisamente ese debate el ámbito donde los legisladores deben evaluar el proyecto y atender los argumentos, de forma de ir logrando un mediano acuerdo que permita sacar la ley con el mayor consenso posible, primando una representatividad de los intereses del pueblo.
Por lo tanto, los varios sabores amargos que me dejó tanto el debate como su resultado son los siguientes:
1. Las alevosas tergiversaciones de las partes para justificar sus posiciones, sin ningún ánimo nunca de animar el debate informando verazmente sobre el contenido del proyecto y sus posibles impactos.
2. La irresponsabilidad de la sociedad adoptando poses sin conocimiento concreto sobre la propuesta, sino siguiendo corrientes cómodas o simpáticas, y sin consciencia sobre la seriedad que el proyecto demandaba.
3. El exasperante fanatismo de feministas y devotos, quienes exhibieron una escalofriante intolerancia respecto de las opiniones o posiciones contrarias a las suyas.
4. La banalidad de las facciones que, embanderadas como hinchadas de fútbol, marcharon y luego de apostaron en el Congreso, como si se tratara de un clásico con una copa en juego.
5. Las hipocresías de los argumentos, y de quienes los esgrimían, defendiendo “la vida” o “el cuerpo”, cuando los primeros nunca se acordaron, ni se acuerdan, de la vida de los niños marginados, y los segundos hablan de su cuerpo como si lo concebido fuese una propiedad de la mujer, sin la participación del hombre.
6. La inflexibilidad de las partes legislativas que, indiferentes a cualquier argumento, sostuvieron caprichosamente su pose a lo largo de todo el debate, el cual se definió, no por un acuerdo, sino por los pocos indecisos o independientes que se volcaron hacia una de las poses.
Como se puede apreciar, estos seis indicios llevan a concluir que nuestra sociedad, a pesar de los 35 años de democracia, aún no está madura como para ejercer la democracia, y decidir sobre el rumbo que toma su país.
Tan es así que, siendo un tema tan trascendental, y a pesar del esfuerzo público y social, el debate no resultó en una decisión acordada y representativa, sino en un fallo dramáticamente dividido que no refleja la voluntad ni los intereses del pueblo argentino. Recordemos que del debate debían surgir posiciones encontradas que promuevan un proyecto consensuado.
De este modo, de permanecer la división en la Cámara Alta, y votarse el proyecto en similares proporciones, el Presidente de todos los argentinos debería vetar el mismo y devolvérselo a la sociedad hasta que madure y pueda lograr un acuerdo realmente representativo.
Norman Robson para Gualeguay21