Cuestión de coherencia
Hoy en día, en cualquier encuentro social, sea mateada, asado o la rutinaria sobremesa, son temas recurrentes la inseguridad de cada día y el debate sobre el aborto, abordados como temas totalmente divorciados uno del otro. ¿Lo están?
Resulta tragicómico ver como se imponen, por un lado, una eufórica defensa de la vida de un embrión, y, por el otro, la iracunda reacción contra el accionar de la delincuencia infantojuvenil, aprobando desde linchamientos hasta la pena de muerte, olvidando que ambos temas resultan de una problemática que hoy aqueja a toda la sociedad.
La discusión del aborto hoy surge a partir de escalofriantes índices de mamás preadolescentes en todos los estratos de la sociedad, aunque con mayor presencia en sectores de mayor vulnerabilidad, lo cual genera trastornos contra natura que condenan a adolescentes y criaturas a una cada vez más degradada calidad de vida.
Por otro lado, la inseguridad de hoy es liderada por gurises expulsados del sistema, en su mayoría oriundos de sectores vulnerables liberados a su suerte. O sea, víctimas de la fortuna culpables de haber nacido en espacio y tiempo equivocados. Un espacio social excluido en un tiempo en que el Estado no lo tenía ni lo tiene en cuenta.
Estas hordas infantojuveniles ya no solo se limitan a la periferia barrial del Gran Buenos Aires, sino que has desembarcado en ciudades del interior de todo el país horrorizando sus comunidades y desnudando su exponencial crecimiento.
Entre estos gurises, y con significativa frecuencia, se encuentran las nenas embarazadas o ya mamás, arrastrando con ellas gurisitos a priori sometidos a una vida de apremios y necesidades, y condenados a un futuro de amoralidad e indecencia.
De este modo, la inseguridad y el embarazo preadolescente comparten una génesis común en los populosos sectores vulnerables de nuestra sociedad, donde el Estado no está presente, ni para imponer el orden, ni para educar, ni para contener, ni para nada.
O sea, los protagonistas de esta realidad, gurises y gurisas potenciando y perpetuando su desgracia, jurídicamente considerados niños y niñas, todos con legítimos derechos, resultan víctimas inocentes de un perverso sistema que sobrevive bajo la indiferente mirada de nuestra sociedad.
En ese contexto, la “clase dirigente” entabla debates como el aborto y la inseguridad tomando posturas, o poses, diametralmente contradictorias, pues, por un lado, defienden la vida potencial de un embrión y, por el otro, son indiferentes a la vida consumada privada de derechos solo por haber nacido en el lugar y en el momento equivocados.
Estas posiciones contrapuestas de la sociedad, de ser genuinas, desnudan, por un lado, una profunda incoherencia, una ilógica dualidad, y, por el otro, una impiadosa hipocresía, una inescrupulosa indiferencia. O sea, bienvenido el fundamentalismo, pero coherente en sus consignas. O defendemos la vida, o no la defendemos.
Una u otra, pero no defender la vida potencial de un embrión para luego, una vez consumada la vida, abandonarlo a su suerte en una realidad que no lo quiere, que lo rechaza y que lo expulsa.
Por todo esto, creo que nuestra sociedad, como primera medida, debe ponerse de acuerdo, decidir qué le importa, y luego, si le importa la vida, que, a través de políticas de Estado, se haga presente en los sectores más vulnerables con derechos.
Ahora bien, como las políticas de Estado toman su tiempo, pueden ser necesarias medidas drásticas que contengan el desmadre en lo inmediato, pero que, indefectiblemente, deben ser acompañadas por las primeras.
De una u otra manera, los fundamentalismos hipócritas nunca contribuirán a solucionar ningún problema, y solo puede obedecer al vedetismo hipócrita que parece haberse enraizado en nuestra sociedad. Esto solo se contrarresta con madurez. Maduremos y actuemos en consecuencia.
Norman Robson para Gualeguay21