De timones y buenos puertos
Quien preside un gobierno, y quienes lo acompañan, no tienen una licencia plenipotenciaria que les permita hacer lo que se les da la gana, sino que están condicionados por deberes y compromisos legales y éticos, los cuales, de violentarlos, se violenta la propia democracia.
Más allá de la degradación que sufrieron los sistemas y los valores en las últimas décadas, por acá abajo el mal aún sigue siendo mal, y a nuestra república aún la rigen, muy a pesar de algunos códigos penales, civiles y morales incuestionables.
Por todo esto, quienes hoy accedieron al poder deben tener bien claro qué es la política, para qué sirve, para qué no, y qué se espera que hagan con ella.
Así es que deben saber que la política es la herramienta que tiene una sociedad para mejorar su realidad, y así resulta cuando sus funcionarios se comprometen con ese objetivo, pero nunca cuando el interés de éstos se concentra solo en sus honorarios y los flashes circunstanciales.
Este vicio de la política mal entendida salta a la luz cuando se desnudan incompetencias en una gestión y los responsables, en lugar de dar un paso al costado, se aferran al cargo, demostrando que mejorar la realidad no es su prioridad, sino los beneficios particulares que puedan resultar del cargo.
Frente a esta falta de grandeza, es deber indiscutible del poder político exigirle su renuncia, pues, si no lo hace, éste se hace cómplice de la incompetencia y convierte un problema de gestión en un simple hecho de corrupción.
O sea, si bien no ser apto para un cargo no es un delito, que frente a la inaptitud uno siga cobrando y otro siga pagando es robarle dinero a la sociedad.
Pero no todo termina ahí, sino que, más allá de la corrupción que lacera los intereses del pueblo, el capricho de la negación también atenta contra el aprovechamiento de la oportunidad de mejora elegida, con dilaciones o, directamente, diluciones.
O sea, consentir la incompetencia es, de una u otra forma, postergar o cancelar las mejoras esperadas, robándole a la sociedad un tiempo irrecuperable.
Lamentablemente, la soberbia y arrogancia que suele encaprichar al poder una vez en el poder, inevitablemente, llevan a un conflicto con la sociedad de desconocidas proporciones.
En otras palabras, negar la incompetencia solo le sirve al gobierno para sumirlo en una fantasía cada vez más alejada de la realidad, la cual solo puede promoverle mayores incompetencias, formando una bola de nieve de impredecibles consecuencias.
De este modo, queda claro que consentir la inoperancia en una gestión de gobierno atenta contra los más caros intereses ciudadanos, tiempo y dinero, y defrauda el voto de confianza recibido.
Frente a estos casos, un gobierno que se precie de serio y honesto, debe ser ejecutivo en sus resoluciones, pues, de lo contrario, caerá en el desgobierno y privará a la sociedad de la oportunidad prometida.
En definitiva, en un viaje, los problemas de timón son comunes y siempre se interponen entre el barco y el buen puerto, saber corregirlos en tiempo y forma habla de buenos capitanes, quienes bien saben que, cuanto más cerca está el puerto, más delicadas y precisas deben ser las maniobras.
Gualeguay21