Dos colegas con el Presidente
Ellos saben lo que hacen. La tienen clara. Llevan años en esto, él más que ella. Los dos son periodistas del canal de la ciudad a la que hoy llegó el Presidente de la República, y les tocó estar de turno. Una de esas tareas que en la vida de un comunicador de un pueblo entrerriano nunca pasará seguido.
Más allá de los colores, de las ideas y de la crisis, la visita de un Presidente a una ciudad de 50 mil habitantes es un evento extraordinario, ni hablar para un periodista de una de estas ciudades, para quien esto significa un verdadero desafío, particularmente por estos lares donde nunca nada es fácil si lo pueden hacer difícil.
Si bien el pronóstico alertaba turbulencias para el mediodía, la mañana pintó agradable. Luego de unas notas de relleno, los dos marcharon para la zona del Tiro, donde, según los pocos datos que se tenían, aterrizaría el helicóptero presidencial.
“Por acá no”, les dijeron unos policías. “Por acá tampoco”, los gendarmes. Marcha atrás. “Por acá no se puede”, les afirmó una joven elegante de Presidencia. Las indiferentes caras de nada nunca los ayudaron y terminaron viendo el aterrizaje a 300 metros de distancia. Ni modo de llegar hasta el barrio que estaba por visitar.
“¿Qué hacemos?”. Justo ven el aparato que, luego de dejar al Presidente, se va para Puerto Ruiz. “Vamos para allá, en algún momento lo encontraremos”. De ese modo, marcharon, medio desesperanzados, hacia el supuesto destino del Presidente en su recorrido.
Llegaron en el móvil del canal hasta donde los dejaron llegar. Patrullas y uniformados cerraban el camino, obra en construcción con un fideicomiso de la Nación. Estacionaron a un lado y se bajaron a conversar con los federales. “No pasaron, todavía”, fue la noticia, y tenían que pasar por allí sí o sí.
En pleno descampado, y al sol, se entretuvieron en banalidades hasta que, de repente, vieron que la comitiva presidencial, seguida por una caravana de autos y camionetas, se acercaba rauda hacia ellos. Tal vez resulte difícil imaginar lo que uno haría en esa situación, sin querer resignarse a ver pasar de largo la oportunidad de cumplir con su misión.
Los móviles, el auto del canal, los policías, todo en medio de la nada, y ellos dos sumidos en la impotencia de cómo detener una comitiva presidencial que se acercaba, apenas disminuyendo la velocidad. En segundos se escaparía delante de ellos ese instante que vaya a saber Dios cuando podría repetirse.
Ni uno, ni el otro, empezó primero, sino que los dos, simultáneamente, comenzaron a las señas con los brazos, el micrófono en la mano de uno, la cámara en la de ella. “Frená, frenen”, gritaban. Todo ante la mirada incrédula de los uniformados, quienes no supieron qué hacer con estos locos pretendiendo que el Presidente de la Nación detenga su marcha.
En esos segundos, ellos no dejaron de hacer señas, y, milagrosamente, el Hombre ordenó: “Parate”. El chófer echó un rebaje y detuvo la camioneta negra. La larga cola debió frenar detrás de ellos.
Sin perder tiempo, ni siquiera en no creer lo que pasaba, corrieron hasta el vehículo. El Presidente abrió la puerta trasera y él, agitado, estrecha su mano informándole que eran de un canal local. Cómo habrán estado sus nervios que al propio Jefe de Estado él le ordenó: “Bajá, baja…”, y éste obedeció.
Seguramente, en los minutos de espera el periodista ideó en su cabeza qué preguntarle. Incluso lo deben haber charlado entre ellos. Pero, fueran cuales fueran los planes, llegado el momento la cosa no es fácil. Indiferente a esto, luego de que ella, también nerviosa, acomodara la cámara, le hizo las preguntas correctas y, aunque comprometedoras, en el tono correcto. La nota salió impecable, espontánea, inolvidable.
Fue rápido, algo más de cien segundos, pero con el Presidente de la República, algo que, de gurises, nunca soñaron. La seguridad apuró la cosa y hubo que despedirse. El periodista volvió a darle la mano. Ella hizo lo mismo, y solo atinó a desearle suerte, sabiendo, tal vez, en su íntimo inconsciente, que su suerte es la nuestra.
La comitiva retomó su viaje y, detrás de ellos, toda la caravana. Se volvieron en silencio. Su indisimulable excitación los invitó a reír. Tentados, volvieron al canal, ansiosos de compartir semejante locura. Una locura que jamás olvidarán y será anécdota para siempre.
De regreso cada uno a su hogar, debieron enfrentar el momento de la reflexión. Tal vez, cada uno a su manera, en sus términos y conceptos, coincidió en resaltar cómo se impone la institucionalidad del jefe de todos los argentinos cuando no está en la tele, o en la radio, o en internet, o en el diario, sino que, de carne y hueso, el propio ser humano, es el que está parado frente a uno. El fulano responsable de nuestro presente y futuro común, y el destinatario de todas nuestras intolerancias. Allí se acaban las poses y una emoción particular, seguramente, invade el corazon.
Qué agregar, más que felicitar a estos dos héroes de nuestra profesión que hoy dejaron claro que, a la hora de cumplir una misión, nunca faltan recursos.
A los colegas Luisina y Julián, periodistas de Canal 2 de Gualeguay.
Norman Robson para Gualeguay21