El desafío del bicho humano
El bicho humano, por su naturaleza, se diferencia de los demás bichos por su capacidad intelectual y emocional, a la vez que se distingue entre sus semejantes por lo que sabe y por el esfuerzo que pone en aprovechar ese saber para su desarrollo individual, aspectos que le permiten adoptar un rol funcional a su comunidad. Pero, los nuevos tiempos, le impusieron un gran desafío.
Si bien a lo largo de su historia ha evolucionado, en los últimos tiempos, el bicho humano parece sufrir un proceso de degradación o perversión de sus costumbres. Desde hace un tiempo a esta parte, el bicho humano ha ido mutando, contra natura, alejándose del estándar natural propio de su especie.
Vale recordar que, por su esencia natural, el bicho humano ha evolucionado en un marco comunitario de estricto orden social, conviviendo ordenadamente en comunidades según sus identidades culturales, reproduciéndose a partir de unidades familiares, conviviendo en libertad y en un justo equilibrio entre derechos y obligaciones dictados por leyes, y progresando teniendo como ejes de desarrollo el saber y el esfuerzo.
Vale salvar que, si bien en este modelo quien más sabe y más se esfuerza, más beneficios obtiene, el bicho humano creó un marco de garantía para los derechos básicos de su especie, los cuales apuntan a asegurar la igualdad de oportunidades a quienes no superan el estandar mínimo de desarrollo para que accedan igual a una vida digna. A estas garantías las llamó derechos humanos.
Pero, a pesar de todo esto, desde hace unas décadas, el orden social se ha visto afectado por una desvalorización moral y ética que fue degradando el orden social de la comunidad, imponiéndose el irrespeto, el egoísmo y la necedad de creer que lo individual se puede imponer por sobre lo común, o lo minoritario por sobre lo mayoritario.
De este modo, el esfuerzo y el saber, otrora indispensables para progresar, fueron reemplazados por derechos ilimitados, instalando la creencia de que todos tienen derecho a todo, sin ningún tipo de sacrificio, ni deberes, ni obligaciones.
Así es que, hoy, la casi milenaria cultura del conocimiento y del trabajo, profesada por el bicho humano casi desde sus orígenes, fue abolida por él mismo, y reemplazada por un modelo donde el Estado, o la Empresa, deben satisfacer, gratuitamente, las demandas de todos los individuos de la comunidad.
Tan es así que las nuevas generaciones de bichos humanos no conciben la necesidad de educarse y trabajar para progresar, sino que exigen la satisfacción de sus caprichos en honor a sus derechos.
El problema de este nuevo modelo de progreso sin saber y sin esfuerzo es que es absolutamente inviable, ya que es imposible producir bienes o servicios sin conocimiento y sin trabajo, y los recursos de una comunidad, sean económicos o naturales, en algún momento se agotan, sin dejarle la más mínima oportunidad de recuperación.
Como daño colateral, en el nuevo modelo, las costumbres se degradan y pervierten tanto, que se desacreditan las instituciones y se exterminan los valores, generando un clima caótico de extrema intolerancia, el cual se traduce en conflictos, y éstos, inevitablemente, desencadenan violencia social. Familia, matrimonio, maestro, policía, Estado, iglesia, y otros, desaparecen haciendo que cualquiera sea autoridad de cualquier cosa.
Por lo tanto, de una u otra manera, a la larga o a la corta, el nuevo modelo colapsará social y económicamente, e impondrá el traumático nacimiento de un nuevo orden social en la comunidad, reivindicando lo positivo del pasado y restaurando la cultura del conocimiento y el trabajo.
Ahora bien, en la antesala de este inevitable y caótico escenario, la degradación cultural ha llevado al bicho humano a preguntarse porqué debe saber y porqué debe trabajar, inquietud que solo se responderá a partir de la razón, o, sino, seguramente, a partir del rigor del trauma.
O sea, por las buenas o por las malas, el bicho humano deberá aceptar y revalorizar la educación como base de cualquier pretensión de progreso, y deberá restaurar el trabajo como único medio de generar el progreso individual y en comunidad.
Por ejemplo, el bicho humano deberá reconocer que la Historia, nos enseña cómo y porqué somos de una manera y no de otra, para que podamos elegir, acertadamente, cómo ir a donde queramos ir, a la vez que, también, deberá reconocer que la Biología nos enseña las intimidades de la vida, de sus reinos, de sus aparatos, de sus sistemas, para que podamos valorar correctamente la vida propia y ajena, en cualquiera de sus formas; que la Geografía y la Astronomía le enseñan las características del universo que compartimos; que la Física y la Química le enseñan como funcionan las cosas en ese universo; y que la Matemática le enseña a ponderar y cuantificar ese universo.
Por último, la Lengua, la Sicología y la Formación Cívica, entre otras, le enseñan a comunicarse entre ellos y a comprenderse y respetarse unos a otros, facilitándole la convivencia.
Toda esta información hace posible que el bicho humano logre concebirse a sí mismo, con la vida, en el contexto universal, y poder tomar las decisiones correctas que le permitan convertirse en lo que quiere ser, y llegar a serlo. O sea, este saber le enseña de qué se trata el desafío de la vida para encararlo según sus propias expectativas y con posibilidades de éxito.
Por el contrario, aquel bicho humano que no incorpora estos saberes, desconocerá su origen, el sentido del universo y su lugar en éste, no tendrá la información básica para tomar las decisiones correctas que lo beneficien, desperdiciará sus capacidades y frustrará cualquier pretensión de progreso, suya y, proporcionalmente, la de su comunidad.
Por otro lado, respecto del esfuerzo, del trabajo, el bicho humano, para poder ser parte perteneciente a una comunidad, deberá integrarse a ella contribuyendo con su saber y esfuerzo para beneficiarse de los beneficios comunes, para lo cual debe entender que el individuo, por si solo, nunca accederá a lo beneficios que puede acceder en comunidad.
Por lo tanto, para que una comunidad progrese, es indispensable que los bichos humanos, sepan o no, aporten su mejor esfuerzo, generando los bienes y los servicios que signifiquen ese progreso. El trabajo de cada uno, desde el lugar que le da su conocimiento, es lo único que mueve los distintos engranajes que hacen avanzar a la comunidad.
Pero, si entre los individuos algunos suman y otros restan, esto genera injusticia, esto produce roces, estos calientan la convivencia y derivan en violencia, sabotean cualquier progreso y condenan a su comunidad a la postergación y la frustración.
A partir de lo expuesto, se puede apreciar que el bicho humano solo se desarrollará, individualmente y en comunidad, sí y solo sí adopta la cultura del saber y del esfuerzo, las cuales imponen el conocimiento y el trabajo como bases del progreso.
Difícilmente el bicho humano enfrente este proceso pacíficamente a partir de una decisión propia, sino que, probablemente, lo haga una vez agotado el caos y, desde el trauma de la situación, dará a luz un nuevo modelo, donde primará la restauración de la justicia propia de una meritocracia ética y moral como base de la república. Un modelo donde el que aprende tiene un diez y, el que no, es aplazado; donde el que trabaja progresa y, el que no, no; donde el que sabe habla y, el que no, se calla; donde el que cumple con sus deberes tiene derechos y, el que no, los pierde; y donde el que roba va preso y, el que no, disfruta sus libertades; entre otras tantas excentricidades.
Norman Robson para Gualeguay21