El miedo no puede volver a ganarle al cambio
En estas últimas semanas la campaña del oficialismo se ha centrado en una serie de especulaciones sobre las consecuencias de un posible gobierno del Frente Cambiemos.

Fácilmente se puede comprobar que muchas de las acusaciones carecen de veracidad. Sólo basta con repasar los últimos 8 años de gestión en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y observar que no se han privatizado las empresas del Gobierno porteño, ni la educación, ni se han dado de baja los planes sociales.
Tampoco se redujo el empleo estatal e inclusive es uno de los pocos distritos donde las clases comienzan y terminan sin paros, además de ser el único donde aumentó la matrícula en la escuela pública por sobre la privada.
Lo paradójico de esta campaña que busca infundir el miedo, centrando sus especulaciones en los fantasmas de la década del ’90 y el gobierno de la Alianza, es que el propio candidato oficialista es quien sigue estos pasos, al prometer la continuidad del modelo económico del FPV.
Recordemos que el Gobierno de la Alianza logró imponerse en aquellas elecciones presidenciales tomando como eje central de su campaña: la continuidad del modelo económico menemista (la convertibilidad); modelo agotado y que recibe su sentencia de muerte en el ‘99 con la devaluación del real brasileño.
En aquel momento la sociedad y la clase dirigente optaron por el camino del miedo antes que por el del cambio. Y es fácil entender los motivos. Sólo 10 años antes en el ’89 la hiperinflación azotaba nuestro
país y entones por qué habríamos de cambiar aquel modelo que había logrado combatirla.
Las consecuencias de haber desestimado la posibilidad de cambio en aquel momento y haber basado nuestras decisiones posando la vista en el espejo retrovisor; no sólo son conocidas, sino que también fueron padecidas por el conjunto de la sociedad.
Creer que un modelo es eterno es sinónimo de un fracaso asegurado; la economía no es una ciencia exacta, es una ciencia social que nace del comportamiento y la interacción entre los seres humanos y, por lo tanto, está en constante cambio y transformación.
Un ejemplo reciente y cercano es el de la Presidenta Dilma Rousseff en Brasil, que durante su campaña prometió continuar con las bondades del modelo (exitoso durante varios años) pero sin los ajustes necesarios, pretendiendo ignorar por completo la dinámica de la economía global. Las consecuencias son inequívocas. Debió realizar todos los cambios que aseguró no iba a llevar adelante y, peor aún, ésto le generó un descrédito de tal magnitud ante la sociedad que sus niveles de aprobación están por el piso y han puesto en jaque a su Gobierno a pocos meses de haber sido reelecta.
Hoy el escenario político nos obliga a optar entre dos modelos diferentes de país. Lo mismo sucedió hace un año en Brasil. Allí se decidieron por la continuidad del modelo, dejando de lado la realidad y apegándose a su propio relato. La realidad le puso fin rápidamente.
Será quizás obra de Francisco o vaya uno a saber qué, pero el destino nos ha vuelto a tender una mano con este claro y cercano ejemplo de lo que nos espera si nos vuelve a ganar el miedo y desistimos del cambio. Hoy está en nuestras manos torcer la historia y hacer del cambio una realidad.
Joaquín Meda, economista