El último orejón del tarro
Son de los últimos pelotones económicos en recuperar sus actividades, y, cuando lo logran, son de los primeros en perderlas ante la inoperancia que impera en las autoridades. Se trata de todo un sector que ya no puede comer, pero eso no ha logrado provocar que el gobierno se moleste en hacerse cargo de la situación e imponga el marco sanitario necesario para salir adelante. En Gualeguay, ellos son el último orejón del tarro.
Son deejays, mozos, mucamas, profes de gimnasia, talleristas, cocineros, fotógrafos sociales, profes deportivos, artistas, instructores, etcétera. Trabajadores que en los últimos siete meses han trabajado entre poquito y nada, y ya no pueden inventar más nada para sobrevivir. Empleados y pequeños empresarios que sufren seriamente la cuarentena más larga del mundo.
Pero, lamentablemente, la crisis está en manos de una clase política indiferente a sus problemas, e incapaz de imponer un modelo de seguridad sanitaria que permita la reinvención de las distintas actividades. Es por eso que, cuando debe tomar una medida, el gobierno no sale del prohibir o liberar, ni deja de echarle la culpa a la gente, cuando lo que debería hacer es liderar, asociado a la gente, el cambio que exige la pandemia.
Cuando éstos políticos enfrentan la realidad producto de su propia ausencia política, solo atinan a improvisar cerrando lo más fácil de cerrar, sin siquiera evaluar la situación, o, al menos, tomarse unos segundos para pensar, u observar cómo proceden en el resto del mundo. No, la decisión más fácil, más a mano, es para ellos la mejor, sin importar quienes sufran las consecuencias.
Tal es así que, en Gualeguay, a la hora de decidir el último retroceso a fase 3 por el explosivo crecimiento de contagios, nadie del gobierno revisó cómo se habían dado éstos. Nadie se enteró, por ejemplo, de que la mayoría de los contagios se dieron en ámbitos de trabajo, como Soychú, Tribunales, Iosper y la propia Municipalidad, y, a partir de éstos, en la vida familiar de los contagiados. Ni nadie se enteró de que en las actividades que prohibieron apenas hubo contagios. Nadie, tampoco, se tomó unos segundos para evaluar profesionalmente el grado de riesgo de las actividades que se prohibían, ni si esa prohibición en algo podría evitar los contagios. No.
¿Era o es mucho pedir? No, en absoluto. Solo se trata de que hagan lo que deben hacer y se les paga por hacer: gobernar. Si bien puede existir la “responsabilidad individual” de los ciudadanos a la hora de cumplir con los cuidados, lo cierto es que ninguna de éstas responsabilidades podrá cumplirse sin el marco sanitario no es el adecuado, lo cual es de responsabilidad exclusiva de las autoridades de turno.
¿Qué quiere decir esto? Que el Estado Municipal es quien debe recrear el ámbito de seguridad sanitaria para que los ciudadanos, cumpliendo las normas, no se contagien. O sea, el diseño de protocolos seguros en las distintas actividades, su instrumentación y su control, son tareas indelegables del gobierno.
Pero… Para los políticos a cargo es más fácil no hacer nada, no complicarse, y echarle la culpa a la gente, total, a fin de mes, ellos tienen asegurado lo suyo. Es por eso que, en Gualeguay, ellos son el último orejón del tarro.
Gualeguay21