Empezar con el pie derecho
Los comienzos de los emprendimientos son muy importantes. Trazar un camino, poner los cimientos de una casa, programar un viaje… si arrancamos mal nos cuesta mucho esfuerzo corregir los errores.
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Cuando Dios se encarna, elige prepararse una mamá desde el principio. Mañana celebraremos una fiesta muy importante de la Virgen María: Su Inmaculada Concepción. Ser concebida sin pecado nos muestra la elección de Dios que es Amor. Él se prepara una morada, una casa, una madre.
Mirando a María contemplamos a una mujer con la vida plenamente entregada a Dios y los hermanos. De su corazón nunca salió el pecado que rechaza a Dios. Sí experimentó de cerca lo que el pecado arremetió contra Jesús, sus discípulos, y ella misma.
En el evangelio de San L8cas, la primera mención que se hace de María es el relato del anuncio del ángel en que le decía que será la madre del Salvador. El saludo que recibe la Virgen es sorprendente: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28).
La presencia de Dios es una invitación a la alegría. “¡Alégrate, María!”. Cómo no alegrarse con la cercanía de Dios. En el libro del Génesis se nos relata que después del pecado, Adán se escondió de Dios porque le tenía miedo. El pecado siembra desconfianza entre los que son amigos. Y eso nos lleva a la tristeza y el aislamiento. Lo que Francisco llama como egoísmo y autorreferencialidad, un individualismo que se desentiende de los demás.
El pecado divide el corazón hermano, pone sobras y oscuridad. Nos vuelve quejosos y amargos. Nos limita en la esperanza. Hay personas que no son capaces de alegrarse cuando a otros les va bien, y siempre ponen palos en la rueda. Como el hermano mayor de la parábola del Padre misericordioso y sus dos hijos, que se paran en la puerta de la fiesta y pretenden que nadie esté alegre. Como si dijeran: “Si yo no entro, nadie tiene que festejar”.
Uno de los signos que se utilizan en este tiempo litúrgico es la llamada “corona de adviento”. Consiste en cuatro velas colocadas en un plato circular adornado con hojas verdes. El primer domingo (que fue el pasado) se encendió una vela, hoy se prenden dos, y así sucesivamente hasta llegar al cuarto, el previo a la Nochebuena. Se representa de este modo que la luz va creciendo en la medida en que nos acercamos a la Navidad. La claridad desplaza a las tiniebla. San Juan dice en una de sus cartas: “Dios es luz, y en Él no hay tinieblas” (1 Juan 1,5).
En la vida de la Virgen María todo es luz desde el principio, fruto del Espíritu Santo que obró de manera singular en ella. Es el mismo Espíritu que está presente en vos y en mí desde el día del bautismo. Nosotros nos reconocemos limitados y pecadores. Necesitamos que la luz del Espíritu disipe las tinieblas del pecado. Mirando a María, pidámosle que interceda para que elijamos el buen camino. Ojalá podamos decir “yo soy servidor o servidora del Señor, que se cumpla en mí tu Palabra” (Lc 1,38).
Muchos de nosotros hemos recibido la Primera Comunión un 8 de diciembre. María nos acerca a Jesús. Tomados de su mano sigamos el camino hacia la celebración Navideña.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social