Esta película ya la vi
Haber nacido dentro de un frigorífico, heredero de medio siglo de oficio, haberle dedicado media vida propia al palo, y ver cómo, otra vez, hacen lo mismo, despierta viejas pesadillas que creía haber olvidado. Nuevamente, la carne, uno de los iconos más representativos de la Argentina en el mundo, sufre la ignorancia, el resentimiento, y la incompetencia política. Como victima entonces, y como testigo hoy, no puedo evitar compartir mi parecer. A esta película ya la vi en el 2008.
Días pasados, el Gobierno de Alberto Fernández suspendió por 30 días las exportaciones de carne vacuna en su afán de contener los precios, los cuales ya no crecen solo por la oferta y demanda del mercado, sino que también responden al ritmo inflacionario. Esta medida es igual a aquellas tomadas primero por Néstor, y después por Cristina, con Guillermo Moreno como autor intelectual, en los años 2006 y 2008.
En aquel entonces, gracias a esa decisión política, las exportaciones cayeron al 25 porciento, se perdieron más de 12 millones de cabezas, cerraron más de 125 frigoríficos, se destruyeron más de 12 mil empleos, y la carne al público criollo se cuadruplicó. Aquella vez, siendo representante en el país de grandes compradores del exterior, fui uno de los tantos que sufrió las consecuencias de la medida.
Mi carrera se había terminado. Esa que había comenzado en los sesentas, cuando de chico acompañaba a mi padre a la vieja planta de Swift en Rosario y lo veía vestirse con su uniforme de botas, guardapolvo y casco, todo de blanco inmaculado. De su mano me llevaba a los corrales, a ver esas vacas que nos hacían famosos en el mundo.
Indiferente a mi historia personal, similar a la de muchos, aquella vez, el poder político de turno decidió suspender las exportaciones de carnes para detener los aumentos y la inflación. En una muestra clarísima de su necia ignorancia, encubierta de arrogancia, aquel gobierno desnudo su total desconocimiento sobre dicha cadena, arruinándole la vida a miles de argentinos, inútilmente.
Aquella vez, como hoy, los responsables políticos desconocían las variables fundamentales del negocio, indispensables para cualquier toma de decisiones. Yo las había mamado junto al viejo, en Europa, en África, y, de regreso, en Rioplatense y en Finexcor, y, luego, con 25 años de experiencia personal en firmas como Rioplatense, Finexcor y Santa Elena, y operando con plantas de Sudamérica y Europa, garantizando su calidad ante los mercados.
Se trata de variables propias de la industrialización y comercialización de la carne, las cuales no responden a un producto industrial que resulta de juntar materias primas y se vende armado, sino que son múltiples productos que resultan de desarmar una única materia prima. En otras palabras, se trata de una materia prima heterogénea que se descompone en múltiples productos de composición variable, determinando rígidamente la capacidad de oferta.
Por el otro lado, es igual de importante entender que la demanda es diversa en un amplio espectro de productos según la raza, el género, la edad y el tipo de engorde. Por ejemplo, hay mercados que compran solo algunos cortes de novillo pesado, otros aceptan de vaca, y el mercado local exige de animales medianos, mientras la industrialización absorbe carne barata.
De haber observado estas variables de la oferta y la demanda en aquel momento, podrían haber descubierto que el negocio de la carne no está en el margen de ganancia de un producto, sino en lograr venderlos a todos con algún margen. O sea, se trata de colocar en los distintos mercados todos y cada uno de los cortes con algo de ganancia.
Por lo tanto, hubiera sido fácil prever que, al prohibir las exportaciones, se prohibía la venta de algunos cortes, de algunas tipificaciones, que no salían al mercado local, razón por la cual la medida solo impactó en la producción y en la industria, y no en los precios domésticos. Pero sí obligó a las industrias a recomponer sus matrices productivas sacrificando volúmenes de faena o compromisos comerciales.
Del mismo modo, la pérdida de la ganancia de la exportació encareció los demás productos, y el desenlace era previsible. Pérdida de producción y encarecimiento de precios. No había que ser ingeniero nuclear para imaginar las consecuencias de cerrar las exportaciones. Ni hablar al cabo de 180 días, medio año, sin exportar.
Ponderar estas variables era, y es, fundamental para cualquier toma de decisión política que apunte a ordenar el mercado.
Ahora bien, después de aquella crisis, de tercer exportador en el mundo en 2005, habiamos retrocedido al onceavo. Así y todo, de aquellas 2,7 millones de toneladas producidas en 2015, de las cuales exportamos apenas el 7 porciento por 870 millones de dólares, pasamos, en 2019, a 3,1 millones de toneladas, de las cuales exportamos el 27 porciento, por un valor de 3.100 millones de dólares. Apenas habíamos alcanzado a exportar uno de cada cuatro kilos producidos.
Por ese camino llegamos hoy a un escenario de pandemia conjugado con una grave incompetencia política, donde imprimir es la única salida a no saber gobernar, y la resultante crisis económica ya nos puso de espaldas en la lona. Hoy, los personajes en el poder son los mismos que en el 2008, pero, a diferencia de entonces, ya saben, sin lugar a dudas, que esto no resultará.
Entonces, al igual que aquella vez, vuelvo a preguntarme cómo pueden equivocarse así, y si realmente se equivocaron. Aun tengo mis dudas sobre lo ocurrido en aquella crisis con el campo, y sobre si los ruralistas de De Angeli, Benedetti y compañía realmente ganaron la pulseada. Sino miremos quien nos gobierna hoy.
Esto, definitivamente, otra vez, al igual que en aquellos años, impactará en productores, en la industria, en los consumidores y en toda la sociedad, y no será para bien de ninguno. Solo puede haber beneficios ocultos para quienes toman la medida. Entonces, como esta película ya la vi, y ya me sé el final, me pregunto, dónde está el negocio esta vez.
Norman Robson para Gualeguay21