Gualeyas en cuarentena pintadas en Infobae
“Mi mamá de 70, las videollamadas y la libertad en cuarentena” tituló Joaquín Pinasco su nota para Infobae. Cuenta la rutina de su madre y sus dos tías en tiempos de rigurosa cuarentena. “Las tres hermanas, hoy cada una desde su hogar, tienen su momento de libertad al conversar mediante videollamadas”, comienza.
Mi mamá se llama Inés Geroma Isolina Isabel y tiene 70 años. Su hermana, Isabel Isolina Gerónima Inés (69). Así como lo lee: casi idénticos pero de atrás para adelante. Quien completa el trío es María del Pilar Dolores (65). Inesita, Chabela y Mimosa, a la basura tanto nombre. Las tres viudas. Las tres pasan la cuarentena solas, cada una en su lugar. Muy solas.
Nacieron y viven en Gualeguay, de donde nunca se movieron; las tres hijas de un matrimonio acomodado de aquella ciudad del sur de Entre Ríos. Se casaron jóvenes, y lo hicieron con tres hermanos, dos de sangre y uno de crianza. Como lo lee: tres hermanas con tres hermanos. Es que antes, y sobre todo en el interior del país, aparecían estos combos y entreveros, no se sabe si para ahorrar en viajes, salidas, regalos; para no dispersar tanto la tribu, vaya uno a saber… Pero sí es cierto que no era tan loco como parecería en estos tiempos.
Raúl Ricardo (Pastelito, mi papá), hermano de crianza de Ramón (Mondio) y Carlos. Tres hermanas con tres hermanos. Esa será otra historia para contar. Mil historias, en realidad. Hoy es la cuarentena y algunos adultos mayores.
Viudas las tres, dos de ellas desde hace siete años aproximadamente, y la del medio hace más de 30. Viven solas cada una en su casa y están confinadas (valga la semántica de las palabras por favor) desde que comenzó la cuarentena, pero a las 23hs son libres de nuevo: se reúnen virtualmente para hablar, para respirar, para inventarse cualquier realidad tan virtual como la reunión. Pienso por un segundo cómo sería la cuarentena sin teléfonos celulares, pero es imposible imaginar en estos tiempos un encierro domiciliario sin esos dispositivos que hoy comandan nuestras vidas. Imagino también que en todas las edades debe tener un anclaje especial, un significado, para ellas hoy es sin lugar a dudas la libertad a una videollamada a distancia.
Hace unos días le pregunté a mamá por qué no pasaba la cuarentena acompañada por sus hermanas: “Nooo, tu tía (por Chabela) no respetó nunca nada, mirá si va a respetar la cuarentena, va a los chinos, se inventa mandados, y sale a la calle sin ninguna razón real. Ya sabés cómo es”, afirmó sin dudarlo ni un segundo. Creo que exagera un poco, pero es cierto que si a una de las tres hermanas le cabe el sayo de rebelde, de bohemia, sin lugar a dudas es a ella, que crío a cuatro hijos prácticamente sola y siempre tuvo lugar para alguien más.
“¿Y con Mimosa?”, le pregunto.
“¿Y con Mimosa qué?”, responde.
“¿Por qué no la llamas a Mimosa?”.
“Jajaja, ¿estás loco?, ¿no la conocés a tu tía? (madrina de mi hermana melliza; sí, soy mellizo) Nooo, como para meterme en casa encerrada con ella, me vuelve más loca de lo que estoy. Yo creo que si entra el coronavirus y nos ve juntas, sale espantado. Déjame así como estoy, nomás”, dice.
Vuelvo a la historia. 22:30hs mira el reloj.
“¿Y, mami, no te llaman?”.
“No es la hora”, responde.
“Contame un poco de qué hablan”, pregunto. “Hablamos de todo, hablamos de nada. Nos contamos algo que hicimos, decimos puros bolazos, nos mentimos como locas. Qué se yo; nos hacemos compañía”, responde mamá. Solo basta con detenerse un minuto a pensar cómo soporta la cuarentena una persona sola de 70 años encerrada en su casa, un hogar pensado desde un principio para mínimo ocho personas que se vuelve chiquito de golpe porque las paredes se corren como si tuviesen rueditas, y de paso oprimen sin descanso a quien habite entre ellas. Estoy seguro de que es así. No tengo ni 70 años ni soy viudo, ni estoy solo, pero no puede ser de otra manera.
La dureza de esta soledad es proporcional al cumplimiento de las reglas: si la persona realmente respeta el aislamiento como parte del grupo de riesgo al que pertenece, con seguridad la va a pasar mal. Los días tienen mucho más que 24 horas cuando se está sola, cuando tus hijos no pueden visitarte, cuando tus nietos no pueden abrazarte. El vacío se vuelve enorme, la sensación de soledad es tan inexorable como llegar a la vejez.
Se aproximan las 23hs, son menos cuarto. “Hace 60 días más o menos que no salgo a ningún lado”, dice. Ya perdió la cuenta, pero 40, 60, 200, da igual, son un montón de días para estar así, y son muchos más días cuando la persona tiene muchos recuerdos. Son demasiadas las vivencias, y las horas para pensar.
Inesita siempre ve interrumpido su día varias veces con videollamadas, algún hijo, algún nieto, o varios al mismo tiempo. Gritos, palabras de aliento, monerías, todo premeditado por Juan Cruz, Gimena, Paula y quien escribe, sus cuatro hijos. “Los dos últimos, los mellizos, fueron los más pesados al nacer en la historia de la maternidad de la ciudad”, asegura mamá. Fueron 3,7 kg el varón y mi hermana 3,3 kg. No sé si será cierto el podio pero que éramos muy pesados no cabe duda. A todo esto, mamá agregó: “Pobre mi mamá (cita a mi abuela). Fue un ángel, y me acompañó a todos los partos, porque tu papá era muy miedoso para eso (mi papá falleció hace casi 6 años, y fue un genio, aclaro por las dudas)”.
Suena el teléfono. Suena tan fuerte el teléfono de mamá. Ahí están, Inesita, Chabela y Mimosa. Online…
Ni siquiera se saludan, es increíble, y empiezan a los gritos. Hay mucha similitud en lo que veo con las reuniones que el colegio le ha inventado a mi hijo Rafael de 2 años con tal de seguir cobrando la cuota: gritos, risas, más gritos y más risas, pero no hay comunicación.
Chabela les lleva claramente la delantera, grita mientras se ríe, siempre es así, “Cociné puchero”, dice y se ríe a carcajadas. “¡Cociné puchero!”. No entiendo por qué le causa tanta gracia, pero se ríe mucho y contagia. Conociéndola a Mimosa está callada porque no le interesa mucho la charla. Mamá está incómoda porque su conversación está siendo auditada por mi, sentado en el sillón del living de casa, y ella sospecha que algo raro estoy haciendo (si supiera que escribo sobre ella me mataría, y en una segunda lectura diría: “Poné que soy flaca”). Desde que la conozco está a dieta.
“Se le quemó la carnicería a López”, grita Mimosa, “¿Quién es López?”, preguntan las hermanas, ya no distingo quién en realidad, “Ni idea, pero lo vi en el noticiero”, confirma Mimosa. “Che, están largando presos”, dice mamá, “No alcanzan las pulseras”, completa Chabela. Si usted está un poco mareado al leer, imagine yo al escuchar y escribir; es una catarata de temas sin lógica ni explicación, es como si fuese una catarsis triple simultánea, sin interés por supuesto en lo que devuelve el frontón. Pero al verlo me doy cuenta de la utilidad de esta reunión, me explota en la cara. La necesidad de compañía que tienen nuestros adultos mayores por estas épocas resulta abrumadora, y lo bien que se sienten con una simple llamada.
No importan apellidos, nombres, datos, las historias fluyen a borbotones. No importa de qué hablan, solo importa que hablan.
Siguen pareciendo tres chiquilinas. Es que los extremos de la vida tienen muchas cosas en común. O todas.
Mamá me descubre con sus hermanas girando el teléfono. Mimosa me hace “fuck you” agitando fuerte su mano. Mimosa es indescifrable, es divertida, es muy protectora de los suyos, tampoco le ha sido fácil. Chabela se ríe. La charla pierde la normalidad culpa de este intruso, se calman, se retraen, claramente no será natural desde mi intromisión.
Las dejo hablar a solas. Es su reunión del día, es su salida.
Mañana a las 23 vuelven a salir.
Gualeguay21