Hay que saber elegir
Hoy estamos realizando en la Argentina las elecciones nacionales, y en algunas provincias también se votan autoridades locales.
Pero quiero hablarte de otro tipo de elecciones; aquellas que realizamos en la vida. Algunas decisiones son más sencillas y sin consecuencias graves. Otras, en cambio, pueden determinar el rumbo de la vida propia, de la familia, e incluso de muchos.
En varios momentos la Biblia nos presenta situaciones que son clave para el Pueblo de Israel. Uno de esos momentos se produjo casi entrando en la Tierra Prometida. Dios les dijo: “Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha” (Dt. 30, 15).
Cualquiera de nosotros ante semejante disyuntiva optaría por la vida y la felicidad. Para alcanzarlas el Señor nos da una condición: “Si amas al Señor tu Dios, y cumples sus mandamientos” (Dt. 30, 16). Esta es la opción: “elige la vida y vivirás” (Dt. 30, 19).
Es así de claro, pero el resultado no es automático.
Una vez una persona me dijo “padre, yo elijo la vida, pero la vida no me elige a mí”. Y lo decía con fundamento. Desde adolescente y joven intentaba vivir conforme al Evangelio, y eso le era un gran consuelo y alegría. Pero también tuvo situaciones trágicas de muerte en su familia y entorno más cercano.
Tal vez vos, que estás leyendo este artículo, podés tener esa experiencia de dolor que nos queda cuando somos visitados por la muerte de manera imprevista.
Con frecuencia me encuentro ante algunas situaciones haciendo eco de esa expresión en mi corazón: “padre, yo elijo la vida, pero la vida no me elige a mí”.
La vida es un misterio que a veces nos oculta el rostro de la alegría y de la paz. La esperanza nos alienta a caminar con la mirada puesta en Jesús, muerto y resucitado, que se entregó por amor a toda la humanidad en la Cruz.
Miremos también a quienes eligen caminos de muerte. Atrapados por el consumismo y la apatía del sinsentido, o presos de la adicción a la droga o al juego, se van desbarrancando por caminos cada vez más alejados de la vida. La falta de horizontes, las diversas situaciones de angustia existencial, la soledad o el abandono, son algunas de las causas que llevan a pretender llenar un vacío con otro vacío.
Tengamos en cuenta también a quienes quieren elegir la vida digna, pero la sociedad descarta y quiere invisibilizar. Es imposible que no veamos a los hambrientos, los hacinados en la precariedad de las “paredes” de nylon o cartón, las familias durmiendo en la calle, los enfermos sin atención. La sociedad centrada en el dinero y estereotipos de capacidades exitosas se los quiere sacar de encima a quienes no tuvieron alimentación y nutrición adecuada, cuidado de la salud, educación acorde a sus posibilidades. Otros ya le eligieron el camino a la muerte en cuotas.
En estos tiempos tan difíciles para los más pobres he visitado asentamientos muy precarios. La solidaridad y el esfuerzo por sostener merenderos o comedores son enormes. Buscan alimentar y fortalecer vínculos comunitarios. Pero no alcanza. La miseria “es un monstruo grande y pisa fuerte”. No les soltemos la mano.
Está concluyendo en Roma el Sínodo sobre la Amazonía. Tres semanas intensas de presentaciones, diálogos, búsquedas. Las palabras finales de los participantes seguramente nos dan muestra de algunos aspectos trabajados en vistas a la evangelización y al cuidado de la “Casa Común”. Estemos atentos.
Elijamos el camino de la vida para cada uno y para todas las personas que habitan este bendito suelo.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social