La alegoría del carrero decente
El carrero decente y sus bueyes ya van a mitad de camino, pero las riendas se ven flojas y los bueyes tiran desparejo, cada uno errático en sus inciertos pasos, como desconociendo el camino. Es simple, no saben a donde van.

Ni el carrero decente ni sus bueyes persiguen un horizonte establecido, nunca lo hicieron, y, en cada encrucijada, solo improvisaron decisiones que les permitieron mantenerse en el camino, a veces sinuoso, a veces escabroso.
Al carrero decente le encargaron un desafiante mandado, y, a veces cumpliendo, y otras incumpliendo, él marchó con la pesada carga. Es cierto, los clientes no le dijeron a donde llevarla, solo le pidieron, desesperados, que la cuidara, que no se la robara, y sobre eso no hay reproches.
Pero ahora el camino se presenta más sinuoso, más escarpado y, definitivamente, cuesta arriba, a la vez que las pretensiones de los clientes fueron cambiando: Ahora pretenden un destino, no quieren más incertidumbre.
“Los clientes están contentos”, comentan entre los bueyes, como alentando al carrero decente, y todos se convencen de que van por el camino correcto, aunque ninguno conozca el destino. Es real la satisfacción, pero también lo es la incipiente pretensión.
La historia del carrero decente, sus bueyes y sus clientes tiene final abierto. Definitivamente, él cumplirá el encargue sin tocar la carga, llegará e, incluso, los clientes lo aplaudirán, pero la pregunta del millón es si éstos confiarán en él nuevamente para un nuevo encargue, o la carga caerá en las manos de un carrero indecente.
Este riesgo innecesario puede evitarse asegurándoles, demostrándoles, a los clientes un destino, no uno de grandeza, sino uno real, accesible, por un camino que algún día los lleve a todos a la grandeza pretendida. Un norte digno, y la posibilidad de marchar con pasos ciertos hacia el, sería suficiente para que los clientes renovaran su confianza.
Ahora bien, para garantizar que esto ocurra, es preciso que el carrero decente demuestre, en lo que le queda de este encargue, que puede establecer un horizonte cierto, concreto y alcanzable, y, también, manejar sus bueyes hacia el mismo, con total gobierno sobre el tránsito de la preciada carga.
De adoptar la renovación del desafío, el carrero decente deberá cambiar los bueyes necesarios por unos calificados para aportar su esfuerzo, en sintonía con los otros, para llegar al nuevo horizonte demostrándole a sus clientes que sí puede.
Si así no lo hiciere, seguramente, los clientes recordarán al carrero decente solo por su decencia y no por su éxito.
Norman Robson para Gualeguay21
NdeR: Cualquier relación con el hecho de que la actual gestión hoy llegue a la mitad de su gestión es pura coincidencia.