La dinámica de los cuerpos
En la naturaleza, la erosión es el desgaste producido en un cuerpo por la fricción de otro, con un efecto que depende directamente de la fuerza de roce y un alcance que puede descubrir insospechadas facetas en ambos, hasta desencadenar el colapso del aparato que conforman.
Si bien en ese contexto la erosión, a veces, puede suavizar los caprichos de las morfologías materiales, en nuestra íntima naturaleza, la erosión por fricción dentro del aparato en que nos desempeñamos puede desnudar nuestras más crueles miserias.
En este caso, la fuerza de fricción la determina el grado de compromiso de los cuerpos con el propio aparato, algo propio de estos, mientras que los tiempos de erosión los determina el rigor del contexto en que se desenvuelven, algo ajeno a éstos.
En todos los casos, la erosión y la fricción terminan alterando el rol y el desempeño de los cuerpos, y todo el concierto del cual son parte: el aparato.
Si bien esto nos demuestra que la erosión es inevitable ante las fricciones del compromiso en un entorno no modificable, no nos dice que no puedan moderarse sus consecuencias relacionales modificando algunas propiedades culturales de los cuerpos dentro del aparato.
Como lo que provoca la fricción es la rigidez y aspereza de los cuerpos, y siendo que ningún cuerpo es igual a otro, para una mayor tolerancia a la erosión, a los cuerpos se los debe dotar de flexibilidad y lubricación.
Una flexibilidad que le permita a los cuerpos acomodarse al contacto entre ellos, y una lubricación adecuada que permita evitar o, por lo menos, dilatar el lógico recalentamiento resultante de ese contacto.
De este modo, se puede pacíficar la convivencia entre los cuerpos dentro del aparato, aliviando las fricciones y la erosión resultante, y sus roles particulares pueden desempeñarse de acuerdo al objetivo pretendido para el aparato.
Ahora bien, en esta realidad cultural, quien sea responsable del desempeño de los cuerpos en orden a un determinado objetivo del aparato, y pretenda evitar la erosión de las fricciones, debe hacerse cargo de imponerle las flexibilidades a los cuerpos, y la debida lubricación de sus movimientos.
Esa es la única manera en que se pueden preservar los cuerpos y sus roles, y lograr una dinámica apropiada del aparato en orden con una pacífica realización de sus objetivos, con desgastes tolerables y una adaptación aceptable al medio imperante.
Pero, caso contrario, los cuerpos se desgastarán, se degradarán hasta pervertir sus roles, y desencadenarán el colapso del aparato, sucumbiendo ante el medio imperante.
O sea, en otras palabras, todo depende del dueño del aparato, que se avenga a cumplir con su responsabilidad, no solo para con el aparato, sino, en primer término, para con los cuerpos comprometidos. Es él quien en sus manos tiene el éxito o el colapso del aparato.
Norman Robson para Gualeguay21