La génesis del drama moral
Uno de los graves problemas sociales modernos es la ausencia de moral, ya a partir de la temprana edad. La misma surge, en parte, de familias desintegradas por las separaciones de los padres, y, en parte, de madres solteras, donde la formación de los hijos pierde la debida atención.
Una hipótesis fuerte dice que, en el primero de los casos, muchas veces los roles paternales se pervierten por miserias propias y/o culpas irresueltas, mientras que, en el segundo, la soledad y la ausencia del otro impiden cubrir los roles tal cual lo demanda el caso.
Por ejemplo, en muchos escenarios de padres separados, la formación resulta afectada por una exagerada competencia entre la madre y el padre, donde uno u otro, para ser “mejor” que el otro, deja a su hija o hijo hacer lo que quiere, y/o, lo que es peor, premia sus errores.
Del mismo modo, en los escenarios monoparentales, generalmente madres, la ausencia del otro, tanto en acción como en imagen, redunda, también, en un abandono de los hijos.
En estos casos, que no son pocos y cada vez son más, hijas e hijos, en lugar de beneficiarse, a veces pierden la oportunidad de una adecuada formación en valores y principios, pero otras veces pierden su integridad en el camino equivocado, y, en otras, pierden hasta la vida.
Esto no es una hipótesis exagerada, ya que se la puede comprobar saliendo a la calle y mirando hacia los costados. Pero, si eso no fuera suficiente, por ejemplo, los escalofriantes índices de accidentes de adolescentes donde se destaca el desprecio por la vida propia y ajena pueden ayudar a aceptar la realidad.
Si esto no alcanzara, también pueden ayudar la creciente incursión de jovencitas y jovencitos en la drogadicción infantil, así como también el alistamiento de éstos en la delincuencia infantil y en la prostitución infantil.
De prevalecer las dudas, tal vez pueda ayudar buscarle una explicación a los altos índices de embarazo precoz, al renacimiento de la sífilis, a la baja calidad educativa y alta deserción escolar, a la promiscuidad, y a la violencia en general.
Del mismo modo, cabe señalar, en favor de madres y padres, que las políticas de Estado adoptadas en cuando al género, y su ausencia en la intimidad familiar, no contribuyen a una eficiente atención del problema. Empoderar a la madre como madre y padre, y no intervenir en los errores en la atención y formación de los niños, solo contribuye a agrandar el drama.
Ahora bien, seguramente pensarán que me refiero a esos sectores vulnerables de nuestra periferia. En parte es cierto. Lo expuesto apunta al sector de la sociedad más moralmente vulnerable, pero éste, hoy, comprende a todo el territorio y a todos los niveles sociales y culturales. O sea a vos, a él, a mi, a nosotros, a ustedes, y a ellos.
Solo se eximen de este flagelo aquellos casos en que han podido priorizar la integridad de su familia y de sus hijos, y el estricto respeto de los roles maternales y paternales por igual, por sobre sus problemas individuales.
¿Si soy moralista? Definitivamente, lo soy. Lo que sostengo en estos párrafos es un planteo profundamente moralista. Sin lugar a dudas. La misma moral que distingue a la raza humana del resto del reino animal, y la misma que le ha permitido construir y sostener la vida humana a lo largo de su historia.
Perdón. Me retracto sobre lo dicho sobre el reino animal, ya que las colonias de hormigas, pequeños insectos con cerebros más pequeños aún, mantienen una conducta estricta de respeto a su organización social, ideada para la supervivencia propia y de su especie. La especie humana, en especial la argenta, parece que no ha podido.
Norman Robson para Gualeguay21