Lágrimas patriotas
Me preguntan porqué me emociono. Solo encojo mis hombros. Me preguntan si fui. Niego con la cabeza. Fruncen el ceño. No comprenden. Me preguntan si algún amigo fue y no volvió. Vuelvo a negar con la cabeza. Me miran en silencio. Hasta que alguien se anima. “¿Y porqué llorás?”, me pregunta. Sonrío. No hay modo de que entiendan.
En abril de 1982, yo tenía 20 años. Estaba de novio. Enamoradísimo. Pero el haber vivido en el exterior me había dotado de una extraña pertenencia patriótica. Algo mucho más importante que mi enamoramiento. Por eso, aquella impensada y repentina toma de las Islas Malvinas nos envolvió, a todos los como yo, de fervoroso patriotismo.
El aparato político militar nos mostraba las tropas yendo para allá, mientras que cada Comunicado Oficial engordaba nuestro ya invencible argentinismo y nos elevaba al cielo celeste y blanco, por arriba de cualquier experimentado colonialista invasor. “¿Quiénes se creían que eran los ingleses?”, nos preguntábamos. “Psssst…”. Entonces, cada día, la cola de voluntarios en el Ministerio del Interior daba vuelta en la esquina. Una mañana temprano, yo estaba entre los primeros, y, al rato, a pesar del nombre y el apellido, estaba anotado como voluntario.
Otro día, escuché que se aceptaban donaciones para los soldados que se estaban cagando de frío en el sur. A la mañana siguiente me presenté en el Regimiento de Patricios, en Palermo, con una gran bolsa. Dentro de ella había metido mi querida colección de camisetas de rugby que me había traído de Sudáfrica, con sus respectivas medias.
Siguieron los comunicados. Hundieron el Belgrano. Desembarcaron los ingleses. Y llegó el último comunicado: el de la aplastante derrota. Los Sea Harriers que derribábamos cada día no habian sido suficientes. El arrojo de.nuestros Pucarás y los milagros de los Exocets no habían alcanzado. Los Gurkas se habían comido crudos a nuestros gurises mal pertrechados, verdaderos valientes en esta historia.
El Telefunken color, de los primeros, me mostraba como el pueblo, enojado, apedraba la Casa Rosada. Mientras tanto, yo solo lloraba, en silencio, desde mi cómodo.sillón. Mi madre, respetuosa, me acompañaba, también en silencio. Ella y mi padre me habían advertido sobre la mentira oficial. El sueño argentino se había desmoronado sobre una generación.
Si. Nunca fui a las Malvinas, ni tuve amigo alguno que fuera y no volviera, ni siquiera que haya vuelto. Eso es precisamente lo que me duele. No haber ido, no haber sido parte. Haber vivido aquello en la calidez de mi hogar, mientras gurises inocentes, como yo, sufrían el frío y el hambre, o eran muertos, o eran heridos, o eran tomados prisioneros. Es eso lo que se me hace dolor cada 2 de Abril. Eso es lo que me conmueve hasta las lágrimas.
Ellos siguen mirándome en silencio, como esperando alguna respuesta. Qué les voy a explicar, cómo podrían entender, si los conceptos de honor y de patriotismo hoy están pasados de moda. Sonrío, con mis ojos húmedos, y les respondo: “Estoy viejo”, y les agrego: “Muy viejo”.
Norman Robson para Gualeguay21