Las tierras blancas
Barrio Dunat. Más allá de la Defensa. Miércoles 30, 19:32 horas. A poco de celebrar un Año Nuevo la gente no piensa en eso. Se viene el agua. Desde la mañana, avanzó más de cien metros.

De las algo más de 50 familias asentadas informalmente en estos terrenos inestables y anegables, algunas pocas ya se fueron. El resto no quiere abandonar lo suyo. Miedo a perderlo todo.
Medina siempre es el primero en recibir el agua en su ranchada de tarimas y silobolsa. Lo evacuaron hoy temprano y está en un flamante rancho de este lado de la defensa. El está contento. Nylon nuevo y del bueno. Los gurises corretean felices. Me aterra pensar en todos esos gurises y en la posibilidad de que pueda llover.
Sobre la calle que va hacia el norte están más tranquilos. Los muchachos, sobre sus viejas sillas de ruedas, observan cómo avanza el agua hacia las tierras blancas. Solo un par de veces, hace mucho, el agua se ganó en las casas.
El sol baja rápido.
En el medio, donde los Ojeda, también están tranquilos, a ellos difícilmente les llegue el agua. Pocas veces ha llegado tan adentro.
“Salvo, claro, que sea una creciente realmente fuerte, como la del 83 o la del 98”, piensa uno. No me animo a decirle que todos aseguran que es como aquellas, a él le han asegurado lo contrario.
Imagino la desesperación de tener que evacuar esas casas, esas cosas, esos animales.
Pero en las tierras blancas la cosa es diferente. Es más grave. Esa es la parte más baja y fue tomada por familias nuevas, que no son del lugar. Son unas veinte ranchadas que se asentaron este año. Cada uno con su “negocio”: Vacas, chanchos, cabras, ladrillos, etcétera.
Veinte ranchadas precarias, muchos gurises. Muchos.
Esta gente no sabe de crecientes. Llegaron, armaron el rancho con lo que hubiera: chapa, nylon, silobolsa, tarimas, palos. Estiraron un cable a algún lado y tuvieron luz.
El cielo comienza a apagarse.
Matías ya llevó a su mujer al pueblo y ya había acomodado lo que quedaba en el rancho. Afuera, miraba los cimientos y los tres pallets de ladrillos huecos. “¿Dónde los llevo?” Los cachorros del casal juguetean dentro del rancho. Los deja encerrados hasta mañana. “A ver si encuentro donde llevarlos”. No sé cómo ayudarlo.
El porteño ya sacó a la familia y está esperando al hijo para ver que hacen. No quieren abandonar el lugar. Temen perder todo. No sabe qué va a hacer. Yo tampoco.
Un par de hombres se preguntaban entre ellos que sería del agua. El horno de ladrillos humeaba. Lo habían abierto antes para apurarlo. La mayor parte ahora eran de segunda. Miraban el agua y luego el horno humeante. “¿Podremos sacarlo antes?”, me preguntaron. No pude responderles.
Unas mujeres se me acercan y me piden ayuda para conseguir mercadería y pañales. No quieren irse. Algunos maridos andan de changas, otros pescando. “Ni locas nos vamos”, dicen, “no vamos a perder todo”, confían. También quieren nylon para hacer rancho sobre la defensa.
Comenzó a oscurecer. Casi las ocho y rápido se fueron escondiendo los vecinos. ¿Rezarán?, me pregunto.
Huyo por una calle que me lleva a la ruta 12, ya que la de subir a la defensa ya está cortada por el agua. Pero no puedo dejar de pensar en el agua traicionera. Pienso el avance del agua. No puedo pensar en la lluvia.
Si pienso que no debería ser así.
Norman Robson para Gualeguay21