15 septiembre, 2024 8:24 pm
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Lo que dejó Gisella en Santa Elena

En Santa Elena, al norte de Entre Ríos, junto al Paraná, la joven Gisella, brutalmente asesinada, luego de controvertidas y sospechosas investigaciones, sigue presente a la espera de justicia.

Recorriendo las calles de esa ciudad, sus vecinos, sin quererlo, invitan a conocer un tema que aún los inquieta y los desvela, no solo por la crueldad del hecho, sino por los escalofriantes interrogantes que despierta.

Hoy, aún, se esperan las pruebas, y la Jueza de Garantías, la Dra. Silvana Millán, le dio al Fiscal, el Dr. Santiago Alfieri, 20 días más de plazo, tiempo por el cual mantendrá en prisión preventiva a los sospechosos antes de volver a rever la situación de la causa.

Más allá de esto, y del rumbo judicial que siga el caso, difícilmente se develen muchos interrogantes que la propia Gisella, con solo 18 años, parece haberse llevado consigo.

Un poco de historia

Aquella noche del 22 de abril, alrededor de las 21 horas, en la Nocturna frente a la plaza del pueblo, se dictaban las clases normalmente, mientras afuera lloviznaba.

En clase, Gisella le avisó a su compañera que pensaba retirarse en el recreo. Así lo hizo y caminó sola desandando el recorrido usual.

De camino, la joven cruzó a su hermano Gabriel, y le confirmó que iba para la casa. Las cámaras de seguridad registraron su paso.

En su casa, Gabriela Monzón, la mamá, la esperaba con hamburguesas. Pero Gisella nunca llegó al barrio 120 Viviendas, ubicado a la entrada a la ciudad.

Pensaron que habría pasado por lo de una amiga, entonces, comieron. Luego pensaron que se habría quedado conversando, entonces, se durmieron. Pero, por la mañana, Gisella aún no había llegado, entonces, la buscaron. No la encontraron. Nadie sabía nada. Había desaparecido.

La denunciaron en la Jefatura local, pero estos pensaron que se trataría de una pelea familiar o que se habría ido con algún noviecito. Los familiares no lo creían, e insistieron, pero los días comenzaron a pasar y a nadie parecía preocuparle.

De este modo, para luchar contra la indiferencia, Gabriela y su familia, apoyada por la escuela, y a pesar de alguna rsistencia, comenzaron a marchar pidiendo que la busquen.

Pueblo chico, infierno grande

Mientras pasaban los días sin saber que había pasado con Gisella, el morbo popular tejió y difundió todo tipo de perversas versiones sobre lo ocurrido con Gisella, potenciando la angustiante incertidumbre de quienes estaban realmente preocupados por ella.

 

Versiones de muerte, de secuestro y de huida, todas vinculándola con el narcotráfico y la trata de personas, todas con un alto grado de desacreditación de la integridad moral de la joven y su familia.

De este modo, como respondiendo a algún tipo de estrategia de desinformación pública, se fue enturbiando la realidad, se fue diluyendo la convocatoria a las marchas, y la causa se fue sumiendo en la indiferencia, la antesala al olvido.

Mientras el malestar crecía por la falta de avances en la causa, rompe la fría quietud del caso la detención de un joven de 36 años, acusado del secuestro de Gisella, argumentando que los perros habían detectado rastros de la joven donde él vivía, en Paraná, desviando el caso hacia una hipótesis de secuestro.

Al mismo tiempo, se dispuso rastrillar la zona en busca de indicios sobre su paradero, o bien el de su cuerpo. Para esto, llegaron al pueblo efectivos de Criminalística de la Policía provincial, con perros y drones para, acompañados por Bomberos, Prefectura y por una Brigada de Rescate civil, rastrillar íntegramente la zona, pero el resultado fue negativo.

Comienza el desenlace

Dieciocho días habían pasado, era mucho tiempo sin saber nada. Si nada pasaba era porque algo pasaba, pensó alguien.

Al ver caer la causa, el abogado de la familia, el Dr. Luis Lemos, fundado en las sospechas de que podría tratarse de un caso de trata de personas, viajó en secreto a Paraná, junto a Gabriela, para denunciar el caso ante la Justicia Federal.

Ese mismo día, luego de difundida la noticia de la denuncia ante la Justicia Federal, y mientras el abogado y la madre de Gisella volvían a Santa Elena, un cuerpo, que dijeron que era el de Gisella, apareció, en pleno día, en un descampado, a metros del acceso a la ciudad. Lo había encontrado un niño de 14 años que pasaba a caballo por el lugar, el cual ya había sido intensamente rastrillado por la policía y los canes adiestrados.

Casi de inmediato, toda la infraestructura de Criminalística de la Provincia bajó a Santa Elena para evaluar la presunta escena del crimen, donde se montó un magnífico escenario alrededor del cuerpo encontrado. A los pocos días, el Fiscal Alfieri asegura que el cuerpo había estado allí, muerto, los 18 días transcurridos desde su desaparición.

Descartada la trata de personas, el caso siguió en el ámbito provincial, y con el descubrimiento del cuerpo, en avanzado estado de descomposición, según aseguraron, se ordenaron todas las pericias posibles, pero sin que la familia reconozca el cuerpo, ni se sepa de nadie que lo haya visto.

De este modo, pretendiendo confirmada la muerte de Gisella aquel día de su desaparición, la investigación siguió otro curso y cuatro sospechosos nuevos no tardaron en surgir.

Pasados los días, con el dato de quienes podrían haber sido los captores y asesinos de Gisella, y, con algunas pruebas, el Fiscal logró que la Jueza Millán ordenara las detenciones de Mario e Iván Saucedo, padre e hijo, de Matías Vega, y de la joven Rocío Altamirano por homicidio agravado por violencia de género.

Con esas medidas, la familia de la joven, y el pueblo de Santa Elena, vieron un hilo de esperanza de justicia, y en ello depositaron toda su fe, pero los tiempos se fueron dilatando sin que se supiera nada nuevo del caso.

Conclusión

Al día de hoy, luego de leer y releer la información disponible, y de revisar una y otra vez los testimonios, son muchas las circunstancias que cuestan ser creídas.

Cuesta creer que nadie haya visto nada, ni que la Policía no tenga contactos en el territorio que le permitan saber lo que pasa en el mismo. Cuesta creer que en un pueblo de 20 mil almas pueda desaparecer una joven durante 18 días.

También cuesta creer que aparezca el cuerpo justo el día que recurren a la Justicia Federal. Cuesta creer que haya estado tirado en ese lugar durante los 18 días, sin que nadie lo vea, sin que el rastrillaje de efectivos, perros adiestrados y drones lo detecten, sin que los perros y los caranchos lo destrocen, sin que la custodia policial apostada en ese lugar días antes de encontrar el cuerpo sintiera el olor de su descomposición.

Cuesta creer, también, que llegue al pueblo tan rápido todo el aparato criminalístico provincial para trabajar en el lugar y asegurar, al fin del día, que siempre estuvo ahí, así como cuesta creer las razones por las cuales ni la familia ni nadie vieron el cuerpo.

Cuesta creer que podría haber estado cautiva en el mismo barrio, asesinada allí mismo, a metros de su casa, y que luego los asesinos se hayan deshecho del cadáver tirándolo en el descampado, sin que nadie se entere. Cuesta creer que la vivienda donde la podrían haber tenido cautiva pudiera haber evadido tan estricto rastrillaje.

Al igual que cuesta creer que los personajes involucrados, víctimas y victimarios, puedan ser actores de una cadena de drogas y trata con suficiente poder como para encubrir un homicidio de estas características, así como cuesta creer que todo esto no obedezca a algún apriete que se fue de las manos y se llevó la vida de una inocente.

Por último, cuesta creer que fue casual que incendiaran el lugar donde encontraron el cuerpo, que justo ese lugar no lo revisaran, que justo aquella casa no la rastrillaran, que en 18 días nadie haya sabido nunca de Gisella, que esto, que lo otro. Cuesta creer en casualidades.

Tal como se han  desarrollado los hechos, hoy, al pueblo de Santa Elena le cuesta creerle al Fiscal, a la Policía, y a todos, y sospecha que todos los trascendidos pueden responder a una campaña de desinformación. Sospecha hasta de que el cuerpo que se encontró pueda no ser el de Gisella.

Más allá de las especulaciones, fantasías e hipótesis escalofriantes, hay una verdad irrefutable: En un pueblo chico desapareció una chica, apareció muerta después de 18 días, y se van a cumplir tres meses de esto sin que nadie sepa nada de lo que pasó.

Pase lo que pase, la muerte de Gisella deja en Santa Elena, y en Entre Ríos, muchas dudas, más sospechas y muchos más temores, pues este caso desnuda nuestra vulnerabilidad e impotencia como sociedad ante la impunidad de las miserias humanas y la indiferencia del sistema.

Norman Robson para Gualeguay21

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