Los olvidados de siempre
Del esplendor al ocaso, así podría resumirse la actualidad del frigorífico equino de Gualeguay. Una planta modelo en la provincia y única en el país, que se expandió por su perfil exportador, se sumió en una inexplicable crisis que paralizó la producción y dejó en vilo la fuente laboral de un centenar de empleados.
Ni las promesas de reactivación ni las negociaciones vertiginosas para que los trabajadores cobren los salarios atrasados fueron productivas, una lógica que se viene repitiendo en varias fábricas que corrieron la misma suerte. En este caso, se conjugó un escenario de crisis con una deuda que se fue engrosando y una puja familiar entre los principales accionistas de la empresa. Una verdadera trama novelesca.
Su fundador fue Javier Veronesi, durante el tumultuoso 2001, quien posicionó el emprendimiento como uno de los mejores establecimientos del país, en base a su tecnología de punta y la calidad del producto que ofrecía. La carne de caballo, un alimento que se comercializa exclusivamente a países del primer mundo, dio sus buenos dividendos en el contexto de una economía siempre variable. Fueron años de plena expansión y de trabajo estable para los operarios, hasta que los problemas familiares hicieron su parte.
En su momento el intendente peronista, Luis Erro, había destacado la importancia de la firma como generadora de puestos de trabajo; hoy esos mismos empleados sobreviven con changas, otros fueron contratados por el frigorífico de aves Soychú y los menos se pudieron jubilar. Todos, en algún momento, le pidieron explicaciones al directorio por el rumbo que había tomado la empresa, o más bien cuando Veronesi fue desplazado de la presidencia por una resolución de un juez de familia. Por decisión judicial el directorio quedó a cargo de un interventor, Rafael Gómez, pero cuando en realidad se esperaba que ese fuera el principio de la reactivación, terminó siendo todo lo contrario. Cierre de la planta, corte de la energía eléctrica por falta de pago, en medio de una incertidumbre absoluta.
Por lo bajo, muchos afirman que esta medida precipitó el cierre y los problemas financieros de la planta. En manos de un apoderado, pero manejada por un hermano de Javier, el frigorífico comenzó a reducir su capacidad de faena, al tiempo que incrementaba paulatinamente sus deudas, principalmente con sus empleados. Lógicamente, las medidas de fuerza no se hicieron esperar: los operarios cortaron la ruta 12 en el mes de julio, luego levantaron un acampe frente a la fábrica donde con donaciones de los vecinos organizaban ollas populares. El ingenio popular como símbolo de resistencia.
El conflicto laboral que lleva siete meses demandó la intervención del gobernador Gustavo Bordet, del sindicato de la carne de Gualeguay, y del intendente de la ciudad, Federico Bodgan (Cambiemos). Incluso un diputado provincial (Frente Renovador), Alejandro Bahler, propuso un proyecto legislativo por el cual se declarara la emergencia laboral del frigorífico. En sus fundamentos, la iniciativa instaba al gobierno provincial “a tomar cartas en forma urgente en el conflicto y que por intermedio de las áreas correspondientes se tome contacto con los trabajadores o sus familias para dar algún tipo de solución al respecto”. Hoy el proyecto, luego de tomar estado parlamentario, ingresó a la Comisión de Legislación Agraria, del Trabajo y Producción y Economías Regionales.
Habrá sido una de las peores navidades para este grupo de laburantes y sus familias, quienes sobreviven como pueden por culpa de la desidia de los actuales y anteriores encargados de la planta cárnica y por los políticos de turno que solamente fueron capaces de gestionar un subsidio por única vez de 3.000 pesos. Es decir, migajas que solo ayudan a “parar la olla” por un par de días. Son los olvidados de siempre, la clase trabajadora, que debe asumir los costos de una empresa sin rumbo por manejos discrecionales.
Marcelo Comas para UNO