9 diciembre, 2024 10:43 am
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Mamás con todas las letras


En las diversas culturas suele suceder que las palabras más significativas o valiosas tienen pocas letras: sí, no, vida, mamá, papá, paz, amor…

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Tal vez sea porque las usamos con frecuencia, o para que los niños las aprendan con mayor facilidad. En pocas letras se dice mucho.
En la Argentina estamos celebrando hoy el día de la madre, una vocación con todas las letras. Todos nosotros hemos nacido de una mamá y, salvo algunas experiencias dolorosas que alguno pudo haber sufrido, el vínculo con la mamá es fundante de cariño y afecto. Desde la panza hay dos corazones que laten cada uno a su propio ritmo, pero muy cerquita uno del otro, a apenas unos pocos centímetros de distancia.
Una comunicación durante el embarazo que se manifiesta también en acariciar el vientre y la vida que alberga, hasta se puede ver el contorno de los pies del bebé que se dibujan en la piel materna.
Francisco nos enseña que “el embarazo es una época difícil, pero también es un tiempo maravilloso. La madre acompaña a Dios para que se produzca el milagro de una nueva vida” (AL 168). Qué mirada tan certera. Por eso podemos decir que “cada niño que se forma dentro de su madre es un proyecto eterno del Padre Dios y de su amor eterno: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré» (Jr 1,5). Cada niño está en el corazón de Dios desde siempre, y en el momento en que es concebido se cumple el sueño eterno del Creador” (AL 168). Nadie vive por casualidad. Ninguna vida es producto de la fatalidad ni mucho menos un castigo divino.
Al nacer aparecen palabras nuevas cargadas de luz: caricia, beso, calor, mejilla, mirada…
Un salmo asume esos momentos para expresar la belleza del vínculo con Dios: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros. / No he pretendido grandes cosas / ni he tenido aspiraciones desmedidas. / No, yo aplaco y modelo mis deseos: / como niño tranquilo en brazos de su madre, / así está mi alma dentro de mí” (Salmo 131).
Esta escena la podemos contemplar en nuestra imaginación y ¡cuántas obras de arte la han recogido! En muchas plazas está el “monumento a la madre” y nos evoca al niño con todo su entorno de paz.
Mamá también es la que relata los primeros cuentos y está dispuesta a repetirlos todas las veces que sea necesario. Así alienta, estimula la imaginación, ayuda al crecimiento afectivo, emocional, creativo.
Ella consuela ante el dolor y los golpes que forman parte del crecimiento y la vida: caerse de la bicicleta, tropezar en la vereda, pincharse con una espina…
Muchas incluso acompañan la iniciación en la fe enseñando las primeras oraciones, a hacer la señal de la cruz, a tirarle un besito a la imagen de la Virgen. ¡Qué importante es esta dedicación a la fe!
Sin embargo, debemos reconocer (aunque nos duela) que muchos niños no son queridos y esperados con ternura y alegría. Circunstancias difíciles los muestran como una carga o un problema. Debemos como familia y como sociedad cuidar a los más frágiles y no trasladarles a ellos problemáticas de los adultos. Es importante no enredarse en reproches por lo que debió haberse hecho y acoger del mejor modo la vida nueva que irrumpe.
No debemos olvidar que condiciones socioeconómicas de pobreza y exclusión provocan el sufrimiento de las familias y la angustia materna, robando a los más pequeños la infancia y ensombreciendo el futuro. Y miremos particularmente a niños y adolescentes que tienen negada la ternura de la mamá.
Permitime que cambie apenas un poco de perspectiva y veamos la Iglesia como madre. Ella debe salir con ternura al encuentro de sus hijos. Si queremos que nuestras comunidades reflejen el rostro misericordioso de Dios, debemos revisar las actitudes, los gestos, el lenguaje, el modo en el cual saludamos, la manera de corregir errores… Los que tenemos alguna responsabilidad, también el modo en que mostramos la autoridad.
Cada comunidad engendra nuevos hijos de Dios por medio del Bautismo, pero después nos cuesta más hacernos cargo, corriendo el riesgo de comportarnos como madre abandónica que no cuida esa vida en la fe.
A veces encontramos por la vida a gente dolorida o lastimada por respuestas hirientes o tratos despóticos en las Parroquias por parte de sacerdotes, diáconos, secretarias, catequistas, obispos.
Gente que se acerca a realizar una consulta y es tratada como si nos molestara su presencia. Es muy importante ser Iglesia de puertas y corazones abiertos, comunidades capaces de brindar ternura, consuelo y aliento. Esa es nuestra vocación con todas las letras.
¡Feliz día para todas las mamás!
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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