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14 junio, 2025 4:27 pm
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Monseñor Romero, mártir y amigo de los pobres y excluidos


Un sacerdote muy amigo, cercano colaborador de monseñor Romero, fue asesinado en marzo de 1977. Se trata del padre Rutilio Grande. Monseñor Romero presidió la misa exequial. En la predicación decía: “…en la motivación del amor no puede estar ausente la justicia.

BLANCO-NEGRO

No puede haber verdadera paz y verdadero amor sobre bases de injusticia, de violencia, de intrigas…”. (14/3/77)
Un muchacho de 14 años estaba en esa misa. Lo conocía mucho al sacerdote asesinado y tenía gran cariño por él. Este joven varias veces había sentido que Jesús lo llamaba a ser cura. Ese día, en esa misa, con un sacerdote asesinado delante y la presencia tierna y conmovedora del Arzobispo, percibió con claridad su vocación y se decidió a avanzar. A los pocos días le escribió una carta al Arzobispo contándole lo que estaba pasando en su corazón. Monseñor Romero le contestó y lo alentó a rezar y discernir. Un año antes de ser martirizado, Romero lo recibió en el Seminario. Hace poco estuve conversando con este joven ya adulto, de 52 años, sacerdote feliz, entregado a los pobres y constructor de paz.
Le pedí que me describiera en algunas pinceladas las cualidades del Arzobispo mártir. Y en parte, así nació este artículo.
Me dijo que era un hombre tímido pero de decisiones firmes. Sensible al llanto y el lamento de los que sufren. Me mostró un libro en el cual se recogían algunas predicaciones suyas. En una de ellas transmitida por la radio contaba: “…yo vivo en un hospital y siento de veras de cerca el dolor, los quejidos del sufrimiento en la noche, la tristeza del que llega teniendo que dejar su familia para internarse en un hospital. Pensemos en las largas colas de enfermos esperando en nuestros hospitales para buscar un poco de salud que no lo llegan a encontrar. Y pensemos, también, en el enfermo de familia, aquel que me está escuchando, tal vez  junto a su aparato de radio. Ojalá que esta palabra le lleve un consuelo. Estamos pensando en usted, querido hermano enfermo”. (9/10/77)
También se conmovía ante el dolor desesperado de las mamás que buscaban a sus hijos presos, secuestrados, desaparecidos: “La vida en peligro le interesa a la Madre Iglesia. Las madres que sufren están muy en el corazón de la Iglesia en este momento”. (8/5/77)
Confiaba en la bondad intrínseca del ser humano: “Dios ha sembrado bondad. Ningún niño ha nacido malo. Todos hemos sido llamados a la santidad. Valores que Dios ha sembrado en el corazón del hombre” (16/7/78). Bondad y santidad del proyecto de Dios que han sido heridas o manchadas por el pecado.
Este sacerdote, también me contó que a Romero le gustaba andar visitando a las familias de los barrios pobres, lo que hoy el Papa dice de andar en las periferias y ser “pastores con olor a oveja”.
Este hermano sacerdote con quien pude conversar se emocionaba al recordar y contarme que cuando el Arzobispo llegaba a un barrio humilde ──como una villa o asentamiento── quienes primero salían corriendo a recibirlo eran los niños. Él tenía una debilidad particular hacia ellos. Una vez predicó: “¡Cuánto vale más para mí que un niño me tenga la confianza de sonreírme, de abrazarme y hasta de darme un beso a la salida de la Iglesia, que si tuviera millones [en dinero] y fuera espantable a los niños!”. (23/9/79)
Romero era un hombre de oración. Todos los días se levantaba temprano y dedicaba un buen rato a la meditación de la Palabra de Dios y a contarle al Señor sobre los rostros con los que se había cruzado. “Hemos de incorporar este valor de la oración, a la promoción Humana, porque si no hacemos oración, miramos las cosas con mucha miopía, con resentimientos, con odios, con violencia; y es solo hundiéndose en el corazón de Dios, donde se comprenden los planes de Dios sobre la historia, solo hundiéndose en momentos de oración íntima con el Señor es cuando aprendemos a ver en el rostro del hombre, sobre todo el más sufrido, el más pobre, el más harapiento, la imagen de Dios y trabajamos por él.” (16/10/77)
Romero sabía lo exigente del seguimiento de Jesús: “amor a Dios hasta el exceso de dejarse matar por Él; y amor al prójimo, hasta quedar crucificados por los prójimos”. (3/7/77). Y así fue. El 24 de marzo de 1980 fue asesinado por un francotirador mientras celebraba la misa, en el momento del ofertorio.
El Papa hace unas semanas reconoció su condición de Mártir, esto es, que fue asesinado por odio a la fe cuando tenía 62 años. Su beatificación se realizará el próximo 23 de mayo en la Plaza de “El Salvador”.  En homenaje a su martirio y a su vida de compromiso con los pobres y perseguidos, en diciembre de 2010, la Asamblea de las Naciones Unidas decretó el 24 de marzo como “Día internacional del Derecho a la Verdad en relación con Violaciones Graves de los Derechos Humanos y de la Dignidad de las Víctimas”.
Romero señalaba y cuestionaba lo que muy pocos ──casi nadie── se animaban a decir. Pero no hacía una descripción aséptica. Denunciaba con firmeza y claridad, sin lenguajes ambiguos o elípticos. Lo suyo no era la “equidistancia” sino la cercanía con los más débiles, los vulnerables vulnerados, los pobres, los campesinos explotados y oprimidos.
Un sacerdote jesuita escribió: “En monseñor Óscar Romero, Dios pasó por El Salvador”. Recemos por ese sufrido pueblo.
En la Cúpula de la Basílica de Concepción del Uruguay de nuestra diócesis de Gualeguaychú se han pintado beatos y santos de Argentina y América Latina. Entre ellos está monseñor Óscar Arnulfo Romero.
Dos décadas después de su martirio, el 25 de marzo del año 2000, el cardenal Jorge Bergoglio me consagró obispo en la Catedral de Buenos Aires a las 10 de la mañana de ese sábado. Era la fiesta patronal de la Parroquia Nuestra Señora de la Anunciación. Se cumplen ya 15 años de ese momento. Doy gracias a Jesús Buen Pastor por su aliento y misericordia. Su gracia me ayudó a hacer el bien. Mis limitaciones y pecados pusieron algunas barreras. Renuevo mi “sí” al Señor sabiendo que Él no me abandona, y confiando en el cariño de su pueblo.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social