No hay mal que por bien no venga
Cuántas veces habré escuchado a mi abuela decir eso, y cómo la recuerdo estos días con todo lo que sucede. Es que, en menos de un año y pico, explotó la pandemia en el mundo, y se desató en la Argentina una aguda crisis sanitaria, la cual no tardó en desencadenar una gravísima crisis económica, y, entre ambas, están disparando una crisis política sin precedentes. Ésto último podría ser lo bueno de todo esto, ya que desnuda ante todos los argentinos la madre de todos nuestros males: nuestra política.
Encontrarle algo positivo a todo este desmadre pandémico puede sonar ridículo, pero, en honor a mi abuela, intento descubrir argumentos esperanzadores. En esa búsqueda, me encuentro que, en la Historia de la Humanidad, casi no hubo mal que haya durado cien años, y la excepción que hace a esa regla es la Argentina. Al echarle un vistazo a nuestra historia, me encuentro con que la política, en nuestro país, viene durando bastante más que eso.
Entre estos cabildeos conmigo mismo, enfrento la gravísima situación que atravesamos hoy, en la cual respondimos a una crisis sanitaria con políticas que, por solitarias, rápidamente desataron una crisis económica que hoy nos amenaza de muerte. Digo solitarias porque no fueron acompañadas de un gobierno efectivo de la situación. En otras palabras, estas políticas, encerrándonos, en lugar de asumir la nueva realidad, y ordenar nuestra vida de acuerdo a ésta, en todos y cada uno de sus territorios, desembocó en la aguda crisis económica que hoy nos compromete.
Al mismo tiempo, observo que son muchos los que creen que todo esto era inevitable frente a la pandemia, y que todo es culpa de la irresponsabilidad de la gente, cuando, en realidad, me resulta evidente que todo obedece a una absoluta ausencia de gobierno, gobernando en lo sanitario y en lo económico para evitar el colapso. Pero esta ausencia no es nueva, sino que responde a una costumbre. Como la Argentina siempre ha sido un país inmensamente rico, los distintos gobiernos nunca se vieron apretados por situación alguna. O sea, nunca se vieron obligados a gobernar.
Entonces, veo que, a pesar de esta situación crítica, la Argentina sigue siendo rica en recursos, esos mismos que se hipotecaron tantas veces en favor de tantas gestiones políticas, pero que, esta vez, éstos no se pueden empeñar para seguir financiando al estado militante. A ciencia cierta, hoy no hay ningún país en el mundo que esté en condiciones de asistirnos, pues todos están en la misma. En otras palabras, creo que hoy, por primera vez en nuestra historia, estamos solos, y dependemos, exclusivamente, de nuestras habilidades.
Así es que, hoy, estamos solos, e inmersos en una profunda y compleja crisis, sin un mango en caja, sin ninguna posibilidad de obtenerlo, y con una clase política, a ambos lados de la calle, incapaz de gobernar, pues se trata de generaciones y generaciones, a través de décadas y decadas, sin gobierno, y con una sociedad acomodada en la ignorancia. En este escenario, y con esos antecedentes, la Argentina enfrenta grandes fantasmas, hoy tangibles para cualquiera de nosotros: la enfermedad, la pobreza y la muerte.
Pero, como la ignorancia dura lo que dura la comodidad, y el miedo motiva a los hombres, por primera vez en dos siglos, los argentinos empezamos a ver la verdadera realidad, comenzamos a darnos cuenta de la incidencia que tiene la política en nuestra vida, y descubrimos que esa política estaba en manos equivocadas. Como, ahora, vemos que para sobrevivir, y poder crecer, es indispensable un Estado presente, empezamos a entender la importancia de la política. Vemos que necesitamos que ésta ordene estrictamente nuestra convivencia y administre austeramente los recursos para poder desarrollarnos en toda nuestra dimensión.
Dicho de otra forma, comenzamos a darnos cuenta de que la política no es la mala, sino que los ciudadanos se la hemos entregado a los malos. Comenzamos a darnos cuenta de que la política es la actividad que rige nuestras condiciones de vida, que es la que determina cómo, y de qué modo, interactuamos y crecemos. Comenzamos a darnos cuenta de que, tanto para defendernos de una pandemia, como para combatir la pobreza y la ignorancia, es preciso gobernar sabiamente, y, para ello, necesitamos gente capaz y comprometida.
Como bien decía mi abuela, no hay mal que por bien no venga, y ese bien, en todo este mal, puede ser el hecho de que entendamos, de una vez por todas, que es preciso rescatar la política de las manos de quienes, desde hace décadas y décadas, viven de ella para ellos y no para la Patria. ¿Cómo? Y, sí, con esfuerzo y sacrificio, con oficio y compromiso, recursos que tenemos, pero que debemos poner en valor para incentivarlos a participar.
Norman Robson para Gualeguay21