14 enero, 2025 8:55 pm
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Pan, queso; pan, queso…


Cuando éramos chicos, nos encontrábamos con los amigos del barrio casi todas las tardes para jugar a la pelota, después de hacer los deberes para la escuela.

BLANCO-NEGRO

En el momento de armar los equipos, dos de nosotros ubicados frente a frente a unos 4 o 5 metros de distancia, comenzábamos a avanzar poniendo el talón del pie izquierdo pegado a los dedos del derecho y dando de a un paso a la vez, uno decía “pan”, a lo cual el otro avanzaba un paso más diciendo “queso”. Y nos íbamos acercando. Cuando estábamos frente a frente, ganaba el que pisaba el pie del otro. Ganar daba prioridad para elegir primero. Y así, se iban formando los dos equipos de a un jugador por vez. Y todos terminábamos siendo elegidos para el partido. Unos por buenos arqueros, defensores, delanteros, y otros simplemente para completar el equipo.
En la vida muchas veces queremos ser elegidos: para un trabajo, un lugar en el cual hay cupo para participar, una beca… y lo más importante, en la amistad y los afectos.
Vos, tus amigos, tu familia, yo… todos fuimos elegidos en muchos momentos de la vida. Como te decía, para algo circunstancial como un partido de futbol, o de vóley, o un campeonato de truco. O para cosas más estables e importantes.
Te propongo que pensemos algunos momentos fundamentales. Somos elegidos por Dios que nos llama a la vida. No siempre valoramos lo suficiente el don que implica vivir, lo maravilloso que es este regalo. Dios nos llama de la nada a la existencia. La vida de cada uno es fruto del plan de su Amor.
Somos elegidos, también por Dios, para ser sus hijos, miembros de su familia, por medio del bautismo. Y esta elección tiene como criterio el amor. Cuando Jesús fue bautizado por Juan en el río Jordán nos dice el Evangelio de San Lucas que “mientras oraba se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre Él en forma de Paloma y vino una voz del cielo y dijo: ‘Tú eres mi hijo, el amado, el predilecto’ “( Lc 3, 21-22).
Cada uno de nosotros puede evocar el momento del propio bautismo y volver a escuchar en el corazón esa voz del Padre que nos dice: “Vos sos mi hijo amado”. El amor de Dios por cada persona es único. No es un amor abstracto y genérico, sino particular. Y ese proyecto de amor abarca a todo el universo creado, a cada creatura suya.
La iniciativa de la fe la toma Dios. Cuando una familia o una mamá pide el bautismo para su niño, debemos saber reconocer una moción del Espíritu Santo en su corazón. Si Dios llama a alguien para ser su hijo, ¿quién soy yo para decir que no? ¿Qué obstáculos puedo poner? Por eso decimos que el bautismo no se niega a nadie. En varias ocasiones Francisco ha señalado esta actitud de poner barreras como contrarias al querer de Dios.
Además, hay otros momentos de la existencia en la cual somos elegidos. Uno de esos es la vocación. Más allá del estado de vida de cada uno o de las diversas maneras de seguir a Jesús, todos somos discípulos misioneros suyos.
San Pablo nos enseña que todos nosotros “fuimos bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo” (1 Cor 12,13). La fe que recibimos como don de Dios en el bautismo nos hace familia, Iglesia. Y el Papa nos dice que “en virtud del bautismo recibido, cada miembro del pueblo de Dios se ha convertido en discípulo misionero” (EG 120). La misión de la Iglesia es responsabilidad de todos los cristianos, no únicamente de los sacerdotes, religiosas, consagradas, consagrados.
Cuando San Marcos nos relata el momento en que Jesús llamó a los apóstoles, nos dice que lo hizo “para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar” (Mc 3,14). Hay un doble movimiento que forma parte de un mismo llamado, “estar con Él” ─comunión─ y ser “enviados a predicar” ─misión─. Son los dos elementos constitutivos de la misma fe.
Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta del bautismo de Jesús y no podemos dejar de pensar en el propio bautismo de cada uno de nosotros.
Para el Maestro, el bautismo fue el comienzo de la misión. Para nosotros no debería ser distinto. Podríamos decir que ninguno fue bautizado inútilmente o de gusto. Todos tenemos un lugar importante e insustituible para ocupar. La misión de los esposos, de los papás y mamás, de los amigos, de los docentes, de los trabajadores y profesionales, los artistas, los intelectuales, los deportistas… Una misión que no es una carga pesada, sino para la alegría.
El 12 de enero se cumplirá un nuevo aniversario del terremoto que asoló a Haití en el año 2010. Decenas de miles aún viven en precarias carpas, sin atención adecuada. Niños, niñas y adolescentes son víctimas de abusos sexuales y miseria. Recemos por ellos. También sigamos reforzando la solidaridad con nuestros hermanos que sufren a causa de las inundaciones.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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