Para que viva el Maestro Almeida
-¿Por qué eligió ser periodista?- Esa fue la pregunta que me hizo, unos días antes de la cuarentena, una estudiante de Comunicación que me llamó para hacerme una entrevista para un trabajo práctico de la Facultad. Respondí lo mismo de siempre aunque, después, esa pregunta me quedó dando vueltas en la cabeza.
Porque, en rigor, todo comenzó como un juego, muy de chico, con uno de mis grandes amigos de la infancia. Con un grabador, en el garaje de su casa de la calle Maestro Sardi, soñábamos hacer radio, relatar partidos de fútbol, comentar situaciones de la vida diaria de aquella Gualeguay de los años ´80.
Con Hernán “Taky” Almeida y mis hermanos Pedro Javier, Carlos y Guille, podíamos inventar cualquier cosa con ese centro musical que, si mal no recuerdo, era de uno de los hermanos mayores de Taky, Fabián o Javier.
Pasó la vida y sobrevino la tragedia, ya hace un año, de la muy pronta desaparición de Hernán. Días después del fallecimiento, Teresita, su mamá, que fue testigo de lo que hacíamos con ese grabador (y supo conservarlo por décadas), lo llamó a mi hermano y se lo regaló. “Es para vos y Paulo, llevalo, sé de las horas que pasaban tirados delante de ese equipo”, le dijo.
Ese tesoro está, desde hace un año, bien cuidado en mi familia. Cada vez que voy a Gualeguay paso por la casa de mi hermano y lo veo, como si fuese un espejo que me recuerda de dónde vengo.
Taky fue un gran periodista y docente. Puedo testimoniar que, ya de chico, tenía una sensibilidad especial para detectar lo distinto. Lo que la cultura de una ciudad debe conservar para perdurar en la historia. Desde los “locos lindos” del pueblo hasta los eventos y costumbres particulares de cada terruño: pasaba de describir las características de una doma y baile en Sportiva hasta las rutinas de “Rigo”, “El Oveja”, “La Familia Feliz” y “Don Ramón”. O las diabluras que hacíamos bajo una organización que denominamos “Patota Rigoberto”. Tal vez, sin proponérselo, Hernán se convirtió en un personaje de la cultura de Gualeguay.
Hernán fue un gran maestro, muy querido y respetado. Y no lo dudo, siempre fue así. Cuando se fue a estudiar comunicación, por algunos meses, ya sabía lo que quería para su futuro: ser periodista y maestro, como casi toda su familia. Enseñar y comunicar. Hablar y dar el ejemplo. Ese fue Taky. Y se quedó en Gualeguay, supongo, porque siempre quiso estar cerca de su gente, sus afectos y contar su historia. Con la palabra y con las imágenes de su otra pasión: la fotografía.
Cuando se fue, y estuve en el Cementerio, no pude acercarme a sus hijos. No tuve las fuerzas para abrazar a esos chicos. Pero sí me marché sin mirar atrás con la certeza de que siempre contaría a quien quisiera oír que fui amigo de un enorme personaje de Gualeguay.
Casiano, Pedro y Beltrán, sus herederos, cuando crezcan y críen a sus propios hijos, sabrán contarles que tuvieron como padre a un tipo distinto. A un buen tipo. Que fue el más “gualeyo” de todos. Y ojalá, algún día, mi querida Gualeguay tenga una calle que, además de la Maestro Sardi donde está la casa en la que empezamos a jugar con el periodismo, tenga otra que se denomine Maestro Almeida.
Paulo Kablan