Pichones a la deriva

La escuelita de futbol y merendero de Jaio Coronel, en el corazón del Tercer Cuartel, es un ejemplo, tanto por su desempeño deportivo como por su rol social, aunque nunca fue tenido en cuenta.
Todas las tardes, de lunes a viernes, casi 50 gurises de diferentes puntos de la ciudad se llegan hasta la canchita de calle Ayacucho, donde Jaio y un grupo de madres y amigos llevan adelante Los Pichones de Jaio.
Allí, gurises del Ombú, del Dunat, del Holanda, de las chacras, y de otras sectores de la ciudad son educados en la disciplina deportiva, con pasión y cariño, para terminar la tarde con una suculenta merienda.
En la canchita, por turnos, los gurises reciben las indicaciones de Jaio: cómo parar la pelota, levantar siempre la cabeza, manejar el tiempo, y, como si fuera poco, educarlos en el fair play. Cada pitazo por falta el infractor debe pedir disculpas y estrechar la mano del fauleado, y esto se sella con un abrazo.
De este modo, la escuelita no es un espacio de mera contención donde los gurises se depositan para entretenerse, sino, muy por el contrario, es un espacio de formación y desarrollo de gurises con un alto impacto positivo en las familias.
Tal es así que los papás, no solo tratan de pagar su más que modesta cuota, la cual a veces ni siquiera pueden, sino que se desviven por la escuelita y viajan muchas cuadras, caminando, en bici o en motito, para estar cada tarde con sus criaturas.
Lamentablemente, la Escuelita de los Pichones de Jaio nunca fue considerada por los gobiernos de turno, despreciando su importante contribución al desarrollo social, y quienes la llevan adelante con gran sacrificio deben realizar malabares para sostenerla.
Como si la indiferencia del estado fuera poco, Jaio y compañía deben soportar la intolerancia de su vecino, un nefasto personaje que se niega a devolverle las 26 pelotas que cayeron en su patio y que no costaron poco esfuerzo adquirir.
Más allá de esto, es destacable el espíritu de Jaio, quien a pesar de su grave enfermedad no escatima pasión por los gurises, y el de las mamás y sus asistentes, quienes incondicionalmente lo acompañan a todos lados.
Se avecinan tiempos duros para la escuelita y casi cincuenta pichones pueden quedar a la deriva.
Tal vez alguien no pueda negar haber leído esto y se vea obligado a hacer lo que debe.
Norman Robson para Gualeguay21
