¿Quiénes son los pobres?
Podríamos responder “los que menos tienen”. O aquellos que carecen de lo elemental para una vida digna. A los pobres los podemos reconocer sin ambigüedades por su entorno: vivienda, educación, salud, alimentación, ropa, trabajo, esparcimiento…
Una casa levantada con bolsas de plástico, cartón, chapa o cañas alberga una familia (o grupos familiares) pobre. Además ellos no tienen acceso al agua potable, a las cloacas, al gas natural. El piso en el cual se apoyan es de tierra y el único ambiente les sirve de cocina, dormitorio, comedor…
Los moradores de estos ranchos de pobreza por lo general “comen salteado” o dependen de iniciativas solidarias de Capillas, ONG’s, Organizaciones Sociales. Los niños se alimentan en las escuelas y no han tenido control periódico de la salud. Varios contraen enfermedades vinculadas al entorno, sea por insectos (vinchucas, mosquitos, moscas…) o por agua contaminada (cólera, diarrea…). No suelen tener a mano el centro de salud y cuando pueden acudir a él no siempre son bien recibidos y tratados como corresponde. Falta de insumos o de personal especializado, horarios reducidos, hacen que los pobres no accedan a recursos tan comunes como leche fortificada o gotitas para el oído del niño o algún otro remedio.
Varias veces tuve que escuchar historias de mamás que viajan en colectivo –que pasa 2 o 3 veces al día y nada más– o “a dedo” y se regresan a casa sin soluciones, o con respuestas absurdas.
Los niños que crecen en estas circunstancias es probable que repitan el grado un par de años y terminen abandonando el sistema educativo, con lo que esto implica de vulnerabilidad. Son los que llamamos adolescentes y jóvenes en riesgo.
En estas familias no se festejan los cumpleaños o aniversarios. En casa no hay lugar para invitar amiguitos. La fiesta se da, pero con otras costumbres.
Los papás y mamás en su gran mayoría no han terminado la Escuela Primaria, lo cual los pone en serias dificultades para ayudar a sus hijos en las tareas educativas. No pueden revisar los cuadernos y alentar el estudio y conocimiento de sus hijos.
No menos importante es que otra consecuencia de la pobreza es que a muchos niños no les leen cuentos, con lo que esto implica de bajo desarrollo de la imaginación.
Y la ternura y el estímulo. ¡Cuánto necesitamos del cariño! La pobreza incide directamente en el deterioro de los vínculos familiares. Algunos caen en el alcoholismo y el consumo de drogas. Muchos hogares son invadidos por situaciones de violencia contra las mujeres y los niños.
También hay otras formas de pobreza que aquejan aún a quienes pueden estar en una situación económica buena. El Papa Benedicto XVI enseñó que “una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar”. (CV 53). En este sentido, pobres son también los que no son amados y los que no aman. Una pobreza existencial, cargada de angustia y sinsentido.
Pero debemos decir algo más que lo solamente sociológico o económico. Hay también una cuestión ética y moral. Que una sociedad deje “afuera”, como a la intemperie, a casi un tercio de su población no habla bien de esa comunidad social.
La acumulación de riqueza y distribución de pobreza es una injusticia.
Lo escrito hasta aquí lo podemos decir en común con quienes tienen otra confesión religiosa o se reconocen agnósticos o ateos. Desde una perspectiva teológica, debemos señalar que todos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Afirmar esto es mirar lo profundo de la dignidad de la persona humana. Cristo, por su encarnación, se unió de manera particular a cada ser humano. Por eso podemos decir con toda verdad que todo hombre es mi hermano.
Hace pocas semanas la Conferencia Episcopal Argentina dio a conocer el “Mensaje de los obispos argentinos con ocasión de la celebración de la I Jornada Mundial de los Pobres”, que te invito nuevamente a buscar y meditar*. Allí decimos: “Jesús eligió el camino del despojo y de la humillación; ocultó su gloria en su vida pobre y en la oscuridad de su entrega, hasta la cruz. También hoy su gloria se mantiene oculta en la persona de los pobres y humillados, a los que sigue nombrando sus ‘más pequeños hermanos’, como en la parábola del juicio final (Mt. 25,40). Nuestra fe reconoce así la sublime dignidad de los pobres y su calidad de ser ‘sacramento’ de su presencia”. (n° 2) Hay una presencia de Jesús en ellos entre oculta y diáfana, entre escondida y evidente. Es una manifestación serena, humilde, pero contundente.
El obrar del Maestro para nosotros es una norma de vida. “Jesús tuvo una predilección particular por los pobres y los que sufren (cf. Mt. 25,31-46): necesitados de pan (cf. Jn. 6,5s.), y también de sus palabras de vida (cf. Jn. 6,68). Ellos también hoy nos estimulan y desafían al don, a la equidad y a la justicia. Escuchar sus clamores y compartir con ellos el camino de la vida y la fe, nos integran y nos hacen artífices de igualdad y fraternidad, experimentando el gusto espiritual de ser un solo pueblo.” (n° 3)
Empezamos con una pregunta: ¿quiénes son los pobres? Y concluimos con una respuesta: Los pobres son Jesús a quien debemos amar y servir en ellos.
*El Mensaje de los obispos argentinos con ocasión de la celebración de la I Jornada Mundial de los Pobres puede consultarse aquí: http://www.episcopado.org/portal/actualidad-cea/oficina-de-prensa/item/1554-mensaje-de-los-obispos-argentinos-para-la-celebracion-de-la-jornada-mundial-de-los-pobres.html
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social