19 septiembre, 2024 7:09 pm
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Reflexiones sobre el periodismo moderno

Es medianoche y está pasando un nuevo Día del Periodista. Muchas y reconfortantes fueron las caricias en este día, pero, al reflexionar, creo que, más allá de los reconocimientos, la sociedad no tiene una conciencia cabal sobre la importancia de la información como fuente de conocimiento, ni del valor de ese conocimiento como herramienta de poder, ni del papel del periodista en todo eso.

Entonces se me ocurre pensar esta realidad que nos toca tan de cerca, pero pensarla más allá de las cámaras, de los micrófonos, de los teclados, hacia ese oscuro universo de intenciones que rige el mundo: el Poder, esa masa de infinitos intereses que define la realidad en que vivimos.

Pienso en eso y recuerdo que la incertidumbre, como fuente de miedo y desconfianza, es uno de los principales recursos políticos para el manejo de masas, el cual ha sido aprovechado por los poderes modernos para imponer mentiras en favor de sus pretensiones. En este escenario, el periodismo “de verdad” es el arma de la sociedad para defenderse de la mentira.

Un cuento viejo. El escepticismo es un recurso filosófico de la vieja Grecia, que fue rescatado en la modernidad por el Poder para dominar los pueblos. Tanto en la era precristiana, como en este segundo milenio, esta doctrina propuso y propone que “no hay ningún saber firme, ni puede encontrarse ninguna opinión segura”.

Al promover esta idea de que no existen saberes certeros, ni opiniones confiables, todo se convierte en dudoso, todos pierden de vista lo cierto, y el Poder, a través de la propaganda, impone su “verdad”. En este escenario surgió el concepto de que hay muchas verdades, cuando, en realidad, hay una sola, así como nació el periodista militante, el que promueve la “verdad” conveniente a un poder en particular, y se confunde con el periodista de verdad.

Como si esto fuera poco, al mismo tiempo que nace este neoescepticismo, aparecen en la escena, primero, los canales dedicados, exclusivamente, a brindar la información y luego a distorsionarla, y, después, las redes sociales, donde todos convivimos en un mismo llano intelectual, como en una suerte de Cambalache virtual.

En las redes, como bien dijo Discépolo, “hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador, todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro, que un gran profesor”. “No hay aplazaos, ni escalafón, los inmorales nos han igualao”, denunció aquel filósofo criollo del siglo pasado, y se lamentó de que “si uno vive en la impostura, y otro hala en su ambición, da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura, o polizón”.

Como nos podemos imaginar, todo esto atenta contra la misión del periodista serio y comprometido, una institución que sigue el camino del maestro bueno, del juez justo, del policía honesto, y del cura santo, en su proceso de degradación y perversión.

Contra todo esto lucha el periodismo, el de verdad, el de la Verdad. Lucha contra el descrédito, contra la propaganda, contra el fundamentalismo, contra la demonización del bien, contra la perversión de la realidad por parte del Poder. Lucha buscando, descubriendo, advirtiendo, denunciando, señalando, y, más que nada, hace todo esto exponiendo su integridad a la antipatía de los poderosos.

Un día como hoy, unos años atrás, en un panel, me preguntaron qué era lo que más me gustaba de esta profesión, y respondí, sin dudar: “el poder”. Todos me miraron torcido. Entonces expliqué que el poder no es malo por sí mismo, sino que lo malo es lo que se hace con el poder, y que ese poder era lo que nos permitía defender a la sociedad de la mentira. En ese momento no lo entendieron, y, creo que, hoy, todavía tampoco lo entienden. Creo que ese es el problema.

Sin lugar a dudas, lo más apasionante de este oficio es el poder. Veamos. El periodista, en su campaña individual, y con el correr del tiempo, conquista la confianza de la gente. Esa confianza es la que le confiere al periodista un cierto poder sobre la sociedad. El uso responsable de ese poder, sin perversiones, ni prostituciones, es la vara con que se debe medir al periodista.

Para eso, es preciso que la sociedad sepa que ser periodista no es escribir lindo en un diario, ni hablar bien por una radio, ni ser simpático para la pantalla. Ser periodista es descubrir y compartir verdades que abonen, como información, el saber de la sociedad. Más aún en esta era en que el Conocimiento se ha convertido en uno de los principales capitales individuales y colectivos.

En la actualidad, el conocimiento se está convirtiendo en lo único que distingue a la gente, por arriba del dinero, y, por eso mismo, se convierte en un factor de poder. Por eso, hay que recordarle a la gente que periodista es aquel que profesa el arte de enriquecerla con información cierta y útil para su desarrollo. O sea, después de leer, escuchar o ver a un periodista, una persona debe contar con más conocimientos que le permitan mejorar o proteger su calidad de vida.

Por lo tanto, para reconocer a un periodista es preciso reconocer primero la importancia de la información, y, luego, sí, al responsable de tratarla y compartirla.

Con todo esto pretendo demostrar la necesidad imperativa de promover en nuestras comunidades una correcta valoración de la información y de quienes la tratamos y compartimos, alertando sobre los peligros del imperio del desconocimiento y la incertidumbre. Creo que ésta es la misión del periodista en la era actual, en que no alcanza con mostrarle la realidad a la sociedad, sino que debemos convencerla de que esa es la realidad, y darle todos los recursos que estén a nuestro alcance para que comprenda esa realidad en toda su dimensión.

Norman Robson para Gualeguay21

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