24 marzo, 2025 4:04 pm
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“San Romero de América”


En esta semana pasada hemos compartido momentos muy intensos en El Salvador. Fuimos convocados obispos, sacerdotes, diáconos, laicos de Pastoral Social y Cáritas de los países de América Latina y El Caribe.

BLANCO-NEGRO

Éramos cerca de 60 participantes. Dos motivos nos llevaron hacia allí. Se cumplieron 50 años de una Encíclica social muy importante escrita por el Papa Beato Pablo VI, Populorum Progressio (acerca del Desarrollo de los Pueblos), y nos dedicamos al volver a analizar sus contenidos e implicancias. Además, el 15 de agosto de 1917 —hace 100 años— nacía el Beato Óscar Arnulfo Romero, obispo y Mártir.
Te comparto en estas líneas algunas experiencias vividas, aun a riesgo de no encontrar las palabras más adecuadas para hacerlo.
El martes 15, solemnidad de la Asunción de la Virgen, fuimos a participar de la misa en la Catedral de San Salvador. Salimos bien temprano en la mañana. La procesión de entrada ya era conmovedora. A cada costado, niños y niñas con los pies descalzos y apenas cubiertos con el barro de la pobreza, adolescentes de algunos colegios religiosos, familias, mujeres y hombres muy ancianos de rostros rugosos… Mientras caminábamos hacia el altar muchos extendían sus manos para apenas rozar con suavidad las nuestras o acariciar el ornamento. Sonrisas, lágrimas y miradas con mucha luz. La gente aplaudía como presintiendo que algo muy bueno estaba comenzando. El Templo desbordaba. Unos cuantos no pudieron entrar que siguieron la celebración desde la vereda. Durante la misa me saltaron las lágrimas en varias ocasiones. Lloré de alegría, de emoción, de vergüenza por los pecados propios, de dolor por tanta violencia, y de nuevo de alegría… El Papa Francisco envió como delegado suyo al cardenal Ricardo Ezzati, arzobispo de Santiago de Chile. Su predicación fue hermosa y conmovedora, interrumpida varias veces por aplausos. Cuando usó la expresión “San Romero de América” la Catedral estalló en un aplauso, seguramente el más prolongado. La persona que guiaba la misa ya lo había nombrado de ese modo.También llegó a lo profundo cuando destacó a Romero como “Mártir de la esperanza”.
Después de la bendición final fuimos a la Cripta en la cual está su sepultura. Allí se combinaban perfectamente dolor, silencio, unción, lágrimas, música, danza, fiesta. Amor del Pueblo por su Pastor que entregó la vida por amor a ellos. Me detuve un buen rato colocando mi mano sobre sus restos, besando la tumba, pidiendo a Jesús Buen Pastor el Espíritu para amar hasta el fin. Para servir a los pobres. Estampas que guardo en mi corazón.
De la Catedral fuimos al lugar en el cual lo asesinaron el 24 de marzo de 1980, la Capilla del Hospital del cual él también era Capellán. Pudimos evocar el momento del disparo del francotirador, justo en el momento de la misa en el cual nuestro obispo había concluido el ofrecimiento del pan y el vino. Varias veces lo habían amenazado buscando silenciar su predicación y moderar su compromiso. Pero él estaba convencido de seguir pidiendo paz, justicia, respeto a la integridad y la vida de todos. Una de las religiosas de la comunidad que se dedican a los enfermos del hospital nos mostró el ángulo del altar en el cual se encontraba Mons. Romero al momento de ser impactado por la bala y fotos de aquella tarde. Aquí también nos quedamos rezando un buen rato. No estábamos de visita turística sino en peregrinación por lugares sagrados. Muy cerquita de allí, a unos 50 metros, está la casa en la cual vivía y la pudimos visitar.
El padre Rutilio Grande era muy amigo de Romero, tanto que fue el maestro de ceremonia en su ordenación episcopal. Lo emboscaron y asesinaron el sábado 12 de marzo de 1977, junto a un catequista y un joven campesino cuando iban en su auto a celebrar la misa de la Novena de San José a una Parroquia. Después de estos asesinatos Mons. Romero le exigió al Gobierno se investigara lo sucedido identificando a los responsables, y les dijo que no participaría de ningún acto oficial hasta que eso se cumpliera. Hicimos un rato de oración en el lugar de la muerte y un rato después rezamos ante la sepultura de los tres en la Parroquia de San José. La causa de Beatificación del P. Rutilio va avanzando y ya fue declarado Siervo de Dios. Nos contaban que tienen una lista de cerca de 500 personas asesinadas en El Salvador cuyas causas de beatificación están presentadas o por ser iniciadas: otro obispo, sacerdotes, diáconos, religiosas, catequistas, miembros de comunidades…
Antes de ir al aeropuerto —en el camino de vuelta a casa, en Argentina—, fuimos con otros dos obispos a rezar a la UCA (Universidad Centro Americana El Salvador) a cargo de los padres jesuitas. Allí, en la madrugada del 16 de noviembre de 1989 fueron asesinados, casi fusilados, 6 sacerdotes jesuitas. Los sacaron de las habitaciones, los hicieron acostar en el pasto boca abajo y los acribillaron. Lo mismo hicieron a Elba (la cocinera) de 42 años y a su hija Celina de 16. El marido de Elba, que es jardinero, no estaba en la casa esa noche. En el lugar en el cual los mataron sembró una gramilla mullida y plantó unos rosales que están hermosos. Quiso poner algo de belleza en un lugar signado por el horror. Aquí y en la Capilla hicimos oración.
En esta Universidad hay un Centro Pastoral y una “sala memorial de mártires” en la cual se encuentra la ropa que tenían los seis asesinados, fotos de religiosas y religiosos martirizados, pertenencias de Mons. Romero, casquillos de balas de atentados en otros lugares del país, testimonios de muerte. Y de esas vidas.
La misa de clausura de nuestro encuentro fue presidida por el recientemente designado Cardenal Gregorio Rosa Chaves, que fue secretario de Mons. Romero y quien desde un principio se dedicó con fervor a promover la causa de su beatificación. Su predicación fue emotiva y de tono testimonial. Recojo una frase suya: “Una Iglesia martirial es una Iglesia atractiva, fascinante”. Así lo pude constatar.
El jueves 17 de agosto en Barcelona, “ciudad global” ubicada en la costa que mira al mar Mediterráneo desde España, sucedió un atentado terrorista en el que murieron 14 personas y quedan más de 100 heridos. Horas más tarde, a 100 km de Barcelona, fue Cambrils el lugar en el que las fuerzas de seguridad interceptaron a un grupo terrorista que planeaba otro atentado. El saldo es de 5 muertos y 6 heridos. El viernes 18, mientras estaba terminando de escribir esta columna, desde la ciudad de Turku en Finlandia, llegaban noticias de otra situación de violencia terrorista.
Los números son solo eso: números. Miremos cuánta vida tirada, desperdiciada, atropellada. La violencia nunca fue ni será el camino para la construcción de un mundo mejor. ¿Cuándo lo aprenderemos como humanidad?
Recemos juntos por la paz. Trabajemos juntos por la paz.
Este domingo se festeja el Día del Niño. Casi como una luz disipadora de toda oscuridad, aparecen los niños y su esperanza explícita. Ellos nos indican con su ternura y pureza que todavía hay tiempo para ser mejores, para emprender cosas nuevas y buenas que hagan mucho bien. Acompañemos la infancia cuidándola, respetando sus sueños, abrazando su vida como venga.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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