7 octubre, 2024 2:52 am
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Se puede medir el amor

Ciertamente no es una pregunta sencilla. A veces decimos que una persona ama “mucho” pero es “poco” correspondida, como intentando cuantificar el amor como iniciativa o respuesta.

Cuando niños decimos que amamos al papá o a la mamá “hasta las nubes” o “hasta la luna”. Pero sabemos que el amor no se mide en consideraciones de longitud, en peso o volumen.
Incluso en ocasiones buscamos comparaciones que nos puedan ayudar cualificar. Amar como una madre, como un amigo. O le asignamos al amor trascender el tiempo y lo adjetivamos como eterno o infinito.
Dios mismo, en la Biblia, para revelarnos su amor utiliza imágenes familiares y se compara con una mamá. Prestemos atención a esta enseñanza tan significativa del Profeta Isaías: “Sión decía: ‘El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí’. ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré! Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos, tus muros están siempre ante mí”. (Is 49, 14-16) Esta última imagen hace referencia a una especie de tatuaje grabado en la mano.
Y también este otro bello pasaje del Profeta Oseas: “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí; ofrecían sacrificios a los Baales y quemaban incienso a los ídolos. ¡Y yo había enseñado a caminar a Efraím, lo tomaba por los brazos! Pero ellos no reconocieron que yo los cuidaba. Yo los atraía con lazos humanos, con ataduras de amor; era para ellos como los que alzan a una criatura contra sus mejillas, me inclinaba hacia él y le daba de comer”. (Os 11, 1-4).
Jesús en la Última Cena también quiso dejar a los discípulos su enseñanza acerca del amor. Algunos de esos renglones los leemos en las misas de este fin de semana (Jn 15, 9-17), y son continuación de la alegoría de la Vid y los sarmientos proclamada el domingo anterior. Nos da un gran consuelo sabernos amados, y Jesús nos dice: “Como el Padre me ama a mí, así los amo yo a ustedes” (Jn 15, 9). Y sabemos que el Amor del Padre es lo más grande, absoluto y fiel que puede existir. Así nos ama Jesús, no se anda con vueltas.
Es un amor sin límites, sin cálculos, sin reclamos egoístas. No pide recompensa ni prueba de fidelidad. Nos ama primero.
Y para que seamos felices nos llama a tener ese mismo amor entre nosotros. “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). Esto significa con el mismo amor, de la misma manera. La palabra “mandamiento” no la tenemos que entender como una obligación exterior, sino como un llamado interior para orientarnos a la felicidad.
Y para que lo entendamos bien nos hace otra comparación: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13).
Para vivir de esta manera no estamos solos. Nos muestra el horizonte y se compromete en acompañarnos. Nos da la gracia del Espíritu Santo.
Amar es dar la vida. ¿Vos por quién estás dispuesto o dispuesta a dar la vida? ¿Por uno, cinco, muchos? ¿Cómo asumís este desafío?
Jesús dio la vida por todos. Gocemos de su amor e limitamos su ejemplo.
El próximo martes 8 de mayo celebramos el día de la Virgen de Luján, Patrona de nuestra Patria. Pidámosle por todos sus hijos, especialmente los que más sufren.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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