Sobre Cortazar, Rayuela y la web
Analizamos la forma y el contenido de la genial novela del autor argentino para dar con la génesis del hipervínculo, una de las características más destacadas de la órbita online.
Mientras que el término fue puesto en vínculo con Internet hacia el año 1966, tres años antes había sido la propuesta central de esta obra que rompió con la linealidad clásica de la literatura.
El pasado 26 de agosto Google homenajeó con un encantador doodle a Julio Cortázar en ocasión del centenario de su nacimiento en 1914 en Bruselas. Por debajo de la caricatura del autor anotaron: “Andábamos sin buscarnos, pero sabíamos que andábamos para encontrarnos”. Se trata de una extracción del primer capítulo de “Rayuela”, una de las novelas cardinales del boom latinoamericano. Andar a la caza de la Maga por las calles de París, esa referencia, fue ideal para ajustar el imaginario de Cortázar a la propuesta de Google, aunque la analogía no resulta suficiente para afirmar que el autor vaticinó aquello que el gran motor de búsquedas de Internet emprendería treinta años después de la publicación de aquella novela.
Sin embargo hay quienes sostienen que, a su modo, Rayuela anticipó una de las características más reconocidas de la World Wide Web: el hipertexto. En el “tablero de dirección” que aparece como prólogo de “Rayuela”, Cortázar advierte a los lectores: “A su manera este libro es muchos libros, pero sobre todo es dos libros. El primero se deja leer en forma corriente, y termina en el capítulo 56, al pie del cual hay tres vistosas estrellitas que equivalen a la palabra Fin. Por consiguiente, el lector prescindirá sin remordimientos de lo que sigue. El segundo se deja leer empezando por el capítulo 73 y siguiendo luego en el orden que se indica al pie de cada capítulo”.
Lúdica y revolucionaria, la segunda lectura a la que invita el autor (empezando por el capítulo 73 y siguiendo en forma inédita por el 1, 2, 116, 3, 84, 4, 71, 5, 81, etc.) bien podría ser percibida como una versión en papel y tinta de los enlaces digitales que hoy son moneda corriente en la navegación web, aquellos que nos permiten saltar de un documento a otro en menos de lo que va y viene el aleteo de una mariposa. Vale mencionar que “Rayuela” apareció en los anaqueles de las librerías hacia 1963, mientras que el hipervínculo fue empleado por primera vez en 1966. Sin embargo, los orígenes del hipertext merecen algunos párrafos. Hacia ellos rueda nuestra piedrita.
Con “Rayuela”, Cortázar “define una originalísima secuencia de saltos que rompen con la consueta lectura lineal”, señalan Roberta Bosco y Stefano Caldana en un artículo publicado en El País de España. Más allá de que, según señalan, “no sería correcto afirmar que Cortázar inventó el hipertexto”, las autoras advierten como insoslayable la antes repasada contemporaneidad de “Rayuela” y los primeros usos de la función. En tanto, sí resulta válido afirmar que la capacidad de saltar de un documento a otro (o de un universo a otro universo, como sea) fue una de las actividades preferidas de algunos creativos en los años sesenta, hayan pertenecido éstos al campo literario o informático; a fin de cuentas, literatura e informática han formado y forman parte del mismo mundo. Por otra parte, también es plausible la hipótesis que avanza en la idea de un clima de época de suyo influyente, de una serie de ideas, entre ellas los documentos más ricos que un texto plano y lineal, que tuvieron su correlato en diversas producciones y que, en tanto, Cortázar podría haber recibido influencias provenientes de los avances en programación informática que se divulgaron poco tiempo después de la publicación de su novela. En la contraparte, la idea de que los programadores de los sesenta hayan adoptado la propuesta de “Rayuela” es un hecho menos factible y que tiene antecedentes más propios, tal como hemos repasado.
En simetría con aquello que ocurre en una noticia publicada en algún medio digital como este al pulsar enlaces y moverse entre las pestañas de un navegador, el lector de la novela de Cortázar goza de una porción de libertad de la cual no puede ufanarse quien accede a un texto tradicional, en pos de la coherencia obligado en su acto a ir de izquierda a derecha, del renglón superior al inferior, llegar al final de la página y correrla para iniciar nuevamente la misma danza, eso, hasta el último capítulo del volumen.
Uriel Bederman para Datta Magazine