Solo y aislado pienso…
Solo, confinado por ley a la intimidad de mi hogar, en el marco de un operativo estatal de aislamiento masivo para evitar que nos contagiemos de un moderno y agresivo virus, me pongo a revisar la situación que atravesamos.
Hago esto, también, para evitar la lógica sicosis del encierro que me lleva a divagar por todo tipo de fantasías, inspiradas en clásicos de ciencia ficción, todos con finales apocalípticos para la raza humana.
De este modo, divido la realidad que atravesamos y voy desarrollando un orden lógico hasta llegar a algunas conclusiones de la siguiente manera:
Hay un contexto: un brote virósico muy agresivo que se propaga por el mundo, de persona a persona, desde China, haciendo escala en Europa, y de allí al resto del mundo.
Hay una necesidad: proteger a las sociedades identificando a las personas que llegan de esos países para evitar que contagien a otros.
Hay un método: aislamiento de 14 días, lo que tarda en manifestarse el virus, o hasta que se manifieste y se lo ataque clínicamente.
Hay un problema: la irresponsabilidad de la gente que pudiera haber contraído la enfermedad, y los por éstos ya contagiados, que evaden el aislamiento y continúan propagando la enfermedad.
Hasta acá el escenario, y, frente a éste, el Estado provee una solución: cancelar eventos y cerrar lugares de esparcimiento para que las personas no se amontonen.
Sin la necesidad de desplegar complejos modelos matemáticos, es fácil darse cuenta de que esto provocará que la gente, confinada a sus hogares, y sin alternativas públicas, buscará reunirse en sus hogares, o en espacios públicos, donde aquellos irresponsables, seguramente, frecuentarán y seguirán contagiando a otros como antes de la medida.
Por lo tanto, concluyo que la solución provista por el brillante Estado en nada ayuda, y menos alcanza, a resolver el problema del contagio, y solo alienta la sicosis de quienes cumplimos con la medida por miedo a ser contagiados.
Entonces, una lamparita se enciende en la opacidad de mi intelecto y me lleva a recordar que todo aquel que ingresa al país desde el exterior se encuentra debidamente registrado, y a preguntarme:
¿No sería más ágil y fácil identificarlos e instruir a las fuerzas de seguridad a que les impongan, con fuerza de ley, el aislamiento, en lugar de aislar inútilmente una ciudad, con los enormes costos económicos y sociales que eso implica?
¿O, acaso, todo este inútil circo nos ayuda a olvidar el dólar, la inflación, y el riesgo país? De una u otra forma, siempre terminamos confinados tras las rejas los buenos, y libres, del otro lado, los malos.
Norman Robson para Gualeguay21