9 diciembre, 2024 9:57 am
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Tentando al diablo

Si Gualeguay tiene 50 mil habitantes, unos 7 mil son niños, los cuales, a la hora de precisar atención médica, independientemente de que tengan o no cobertura social, demandan un pediatra.

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Tan es así que, a la hora de parir, la gran mayoría de las mamás, sea por cesárea o natural, quieren que sus criaturas sean recibidas como Dios manda: por un pediatra.

Al igual que cuando un niño vuela de fiebre, lo cual, digan lo que digan los doctores, es una emergencia, mami y papi quieren que su criatura sea atendida de inmediato por un pediatra.

De la misma manera, cuando un niño o niña manifiesta algunos síntomas preocupantes, mamá y papá quieren un consultorio donde un pediatra atienda a sus hijos.

No es diferente cuando algún gurí, por alguna desgracia, debe estar internado, sea en sala o en neonatología con cuidados intensivos: los papás exigen que éstos sean custodiados por un pediatra.

Por último, si por alguna razón hay que derivar a la criatura a otra ciudad, el traslado debe realizarse como corresponde: acompañado por un pediatra.

O sea, los miles de gurises gualeyos requieren un pediatra que los reciba cuando nacen, que los atienda en una urgencia, que los reciba en su consultorio, que los cuide mientras están internados, o mientras los derivan a otro centro de salud.

¿A dónde van la gran mayoría de los miles de gurises gualeyos cuando demandan un pediatra?

A la sala de pediatría de nuestro querido y nunca bien ponderado hospital San Antonio, donde un solo pediatra, si está, deberá realizar todas esas tareas, incluso, viajar horas de ida y vuelta asistiendo al que es trasladado.

Para todo esto, en nuestro hospital hay tres pediatras que, por 15 lucas mensuales, están de suplentes cumpliendo turnos de 24 horas, a quienes que se le suman algunos otros de otras ciudades que sin querer aceptaron la tarea temporalmente.

Pasa que hay que ser arrojado para venir a trabajar al San Antonio, donde, solo, debés dividirte en cuatro para atender, sin insumos, sufriendo frio o calor extremos, corriendo el riesgo de que un papá le parta un fierro por la cabeza, por la mitad de lo que pagan en cualquier otro lado.

Mucho más difícil es conseguir un profesional si sabe que el servicio nunca fue creado, ni tiene un jefe responsable, sino que todos son suplentes, y, prácticamente, no tiene presupuesto para lo mínimo.

En este escenario, donde enfermeras y pediatras se ven obligados a hacer mágicos malabarismos para brindarles salud a los gurises, y no siempre lo logran, mamás y papás se sublevan con violencia atacándolos verbal y hasta físicamente.

De este modo, crecen las voces de protesta de uno y otro lado, mientras las autoridades, locales y provinciales, responden con absoluta indiferencia demostrando su total desprecio por la salud de nuestros gurises.

Afortunadamente, la invaluable dedicación de los pocos pediatras comprometidos con la salud pública, más la incondicional asistencia de las enfermeras, evitan que una tragedia conmocione a los gualeyos, aunque la persistente desidia de los funcionarios insiste en tentar al Diablo.

Norman Robson para Gualeguay21

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