15 septiembre, 2024 8:00 pm
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Vidas desperdiciadas

Resulta injusto, y, a veces, ridículo, ver padres soñando poder adoptar un hijo contrastando con las instituciones llenas de gurises. Las excusas de la Justicia son buenas, pero no alcanzan. En Gualeguay, un matrimonio sufre esta burocracia, mientras algún gurí espera poder tener una vida digna. 

Si bien la Justicia reconoce que los tiempos de la espera son angustiantes y se sienten como tiempo perdido para quienes pretenden adoptar un gurí, advierte que su interés superior es el de los propios gurises, y recuerda que la Convención de los Derechos del Niño, a la cual la Argentina adhiere, manda agotar los recursos para que los gurises permanezcan con su familia de origen.

En tal sentido, inicialmente, hay plazos para corregir las deficiencias advertidas en el seno familiar del guri, y otros para evaluar los resultados, considerando que, generalmente, se trata de familias vulnerables y excluidas atravesadas por los flagelos sociales de la actualidad.

En ese mismo tiempo, el Estado debe abordar a quienes aspiran a ser padres para asegurarse que son aptos y capaces de ser buenos padres, y comprobar que no se trata de un caso de comercio de gurises o alguna otra situación que afecte el futuro del gurí en cuestión.

O sea, los gurises tienen derecho a una vida digna, pero también tienen derecho a su identidad, y, en honor a esto último, el proceso no es un mero trámite, sino que significa la intervención de muchas responsabilidades, las cuales, al ser del Estado, convierten el proceso en un exasperante proceso burocrático. 

En Gualeguay, en mayo de 2016, una pareja decidió adoptar un guri, sin saber que asi iniciaba, como ellos mismos dicen, el tramite más largo de sus vidas: adoptar un hijo. Tan es así que califican al trámite que todavia transitan como “un camino tapizado de piedras”, pero que lo hacen con la convicción de que cumplirán el sueño de ser padres.

Decididos, ellos fueron al juzgado de familia local, pero allí les informaron que había un determinado tiempo para la inscripción, que ese tienpo había cerrado hacia dos días, y que deberían esperar hasta agosto. Tres meses sin poder inscribirse, período que se les hizo eterno, pero que les permitió reunir toda la documentación necesaria e interiorizarse bien en el trámite.

En agosto, tal cual lo adelantado, este matrimonio inició su proceso para ingresar al Registro Único de Aspirantes a Guardas con Fines Adoptivos, el cual rige para toda la República Argentina. Una charla informativa, luego talleres y más charlas con psicólogos, asistentes sociales y abogados, en las que desnudaron toda la intimidad de sus vidas, y, también, la visita a su hogar, una inspección para aprobarlo como apto.

En todo este proceso, el matrimonio gualeyo conoció otros matrimonios, hombres y mujeres solos, todos con el mismo sueño que el de ellos, mientras que, en los hogares, institucionalizados, cientos de gurises aguardaban un papá y una mamá, tal vez con las mismas ansiedades que ellos.

Finalmente, luego de dos años de entrevistas, los admiten y en Agosto de 2018 les informan que fueron inscriptos en la lista de espera, “por si surge algún caso que sea compatible con su perfil adoptivo”.

Hoy, agosto quedó atrás. Ocho meses atrás y nada. El guri con el perfil adoptivo adecuado no aparece entre los tantos. Mientras tanto, como dice quien sueña con ser la mamá, “el tiempo corre y los chicos crecen en los hogares, y cada vez hay más familias que desean darles ese hogar que tanto anhelan, un lugar en sus vidas”. Mientras tanto, ellos esperan y desesperan, siguen viviendo de ilusiones y proyectando un futuro con sus hijos, que aún no conocen, pero que ya aman.

Es cierto que los gurises merecen una identidad, que hay que agotar las vías para que accedan a sus derechos en el seno de su familia, así como también, si no pueden hacerlo, hay que asegurarles que los papás que los reciban sean los apropiados, pero, parece, que esos derechos los están privando del derecho a una vida digna.

Por cada caso como el de Gualeguay, uno o dos gurises han perdido casi tres años de vida en familia, entre afectos, felices, sin angustias, lejos de los flagelos sociales que los asolan. Trozos de vidas desperdiciadas que duelen a padres y a cualquiera que sepa de ellos.

Norman Robson para Gualeguay21

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