Y que Dios los bendiga con justicia
Hoy es el día de la enfermería y no puedo evitar el recuerdo de esos muchos enfermeras y enfermeros que alguna vez me recibieron y me contuvieron en momentos de zozobra. Pero para una merecida nota en homenaje por su día recurro a la historia de esa profesión, y una realidad de injusticias, de ingratitudes y de hipocresías me cachetea. El contraste entre un pasado ejemplar y nuestro presente de miserias me llena de vergüenza. Solo puedo honrarlos con un esperanzador correlato.

Una enfermera nació en 1820 y es considerada precursora de la enfermería profesional moderna y creadora del primer modelo conceptual de enfermería, la otra nació en 1987, es enfermera profesional, y hoy marcha reclamando un poco de dignidad. La primera atendió a los heridos durante la guerra de Crimea, entre 1853 y 1856, mientras que ésta, como sus compañeras, atiende enfermos de coronavirus, sobrecargada de horas, haciendo milagros con los insumos, por dos mangos con cincuenta al mes.
El Times dijo entonces de la primera: “Sin exageración alguna es un ángel guardián en estos hospitales, y, mientras su grácil figura se desliza silenciosamente por los corredores, la cara del desdichado se suaviza con gratitud a la vista de ella”. Los medios argentinos dicen hoy que, en medio de una pandemia que diezmó al sector, y frente a un Estado indiferente y displicente, enfermeras y enfermeros de todo el país reclaman por sus derechos.
La primera se llamaba Florence Nightingale, la de acá es la típica enfermera argentina, víctima de la indiferencia política. Mientras a Florence la reconoció el mundo como madre de la enfermería profesional, nuestras enfermeras y enfermeros, dos siglos después, vuelven a marchar en su día reclamando el merecido reconocimiento del Estado como profesionales.
A Florence la homenajearon celebrando el Día Internacional de la Enfermeria el día de su cumpleaños, mientras que a las enfermeras y enfermeros argentinos se les festeja su día el día de la fundación de la Federación de Asociaciones de Profesionales Católicas de Enfermería, el 21 de noviembre de 1953. Una perversa curiosidad que solo puede ocurrir en la Argentina: Los enfermeros celebran su día el día del aniversario de una entidad que los agremia como profesionales pero sin que todavía hayan logrado ser reconocidos como tales.
A Florence el mundo la llamó “La dama con la lámpara”, por su hábito de recorrer las salas de enfermos por las noches. A nuestras enfermeras y enfermeros, por su hábito de servir, en el afán de encontrar algo de esperanzador correlato después de tan vergonzoso contraste, yo las llamo y los llamo “Caballeros de la salud pública”.
Al igual que aquellos caballeros templarios de la edad media que, cargando casi 30 kilos de armadura, siempre estaban dispuestos a morir luchando por su cruzada, los nuestros, de ambo, cofia y barbijo, siempre están dispuestos a servir sin importar el costo. Con nueve siglos de diferencia, unos y otros se formaron y forman para “proteger a los débiles e indefensos, y luchar por el bienestar general de todos”.
Por eso, en este su día, perdón, gracias, y que Dios los bendiga con justicia.
Norman Robson para Gualeguay21