26 julio, 2024 8:31 pm
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Yo soy católica, pero no soy fanática


Era de noche y estacioné el auto a cuatro cuadras del Templo al cual iba a celebrar una misa. No fue fácil encontrar ese lugar ya que había muchos vehículos en varias cuadras a la redonda. Yo pensé “si la cuarta parte de esta gente va a la misma misa que yo, van a quedar muchos afuera”. Y así fue. Todavía faltaba media hora para comenzar y ya no se podía entrar.

Pero no me quiero distraer. Cuando bajé del auto me saludó una señora que cuidaba los vehículos de la cuadra y, al verme vestido con la camisa que usamos los sacerdotes, me preguntó: “¿Usted es sacerdote católico?”. A lo cual le respondí que sí y que estaba yendo a misa a la Iglesia cercana. Y ahí fue que soltó esta frase: “Yo también soy católica, pero no soy fanática”. Te confieso que la primera impresión que me dio era que ella suponía que yo sí era fanático. Y superando la molestia inicial, me acerqué a conversar un ratito. Le pregunté dónde vivía, cómo era su familia. Me comentó que había bautizado a sus cinco hijos, que todos ya habían recibido la Comunión y dos, la Confirmación. Los tres más chicos no quisieron seguir con la catequesis. El diálogo se vio interrumpido un par de veces por algún auto que llegaba y otro que se iba. Nos saludamos cordialmente, me pidió la bendición para ella y su familia, y por el trabajo de su marido.
La verdad, no sé qué quiso decir en concreto respecto del fanatismo religioso. Pero esa expresión me quedó dando vueltas en el corazón.
Los evangelios nos muestran un ritmo de vida muy exigente de Jesús en su dedicación a la Predicación, la recepción de los enfermos, las enseñanzas a los discípulos en particular, la visita a los amigos, las discusiones con los jefes religiosos de su tiempo…
El Evangelio de San Marcos (1, 29-39) que leemos hoy en las misas nos muestra la agenda de una “jornada tipo” en la vida de Jesús y los discípulos. Van a la Sinagoga en sábado para participar del culto y, además, el Señor libera a un endemoniado. De allí van a casa de Pedro y Andrés; al llegar encuentran en cama y con fiebre a la suegra de Pedro, Jesús, tomándola de la mano, la cura. Al atardecer el pueblo se juntó en la puerta de la casa: llevaban a sus enfermos y endemoniados. Jesús reza por ellos, sana y sigue liberando del demonio. Después a dormir y, antes del amanecer, Jesús se había ido a un lugar desierto a orar, a estar a solas con su Padre. Cuando Pedro y los demás discípulos lo buscan para llevarlo de nuevo al pueblo, Jesús les dice “vayamos a otra parte a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido”. (Mc 1,38)
Tan intenso era el ritmo que llevaban que algunos parientes de Jesús se empezaron a preocupar. Unas pocas páginas más adelante el mismo evangelio nos dice que una vez “se juntó tanta gente que no lo dejaban ni comer. Al enterarse su familia, venían a llevárselo, porque decían ‘es un exaltado’ ”. (Mc 3, 20-21) Otras traducciones dicen que estaba fuera de sí. Una gran santa chilena que murió poco antes de cumplir 20 años de edad decía: “Cristo, ese loco de amor, me ha vuelto loca” (Santa Teresa de los Andes).
Es que descubrir la grandeza del amor de Jesús por nosotros es algo que no deja de sorprendernos. El Documento Conclusivo de Aparecida nos enseña de este modo: “El Señor despertaba las aspiraciones profundas de sus discípulos y los atraía a sí llenos de asombro. El seguimiento es fruto de una fascinación que responde al deseo de realización humana, al deseo de vida plena. El discípulo es alguien apasionado por Cristo, al que reconoce como el maestro que lo conduce y acompaña”. (DA 277)
Las palabras usadas en este párrafo “aspiraciones-deseos-asombro-fascinación-apasionados” son muy fuertes, y están señalando una dimensión afectiva de experiencia de plenitud. El encuentro con Cristo no nos hace comprender una verdad abstracta e inocua. Nos toca las fibras más hondas y nos renueva en la esperanza.Y nos ubica en la necesidad de anunciarlo “por desborde de gratitud y alegría” (DA 14).
San Pablo nos compartió su experiencia: “¡Ay de mí si no predico el evangelio!”(I Cor 9,16). Un misionero incansable que lo soportó todo por amor y llegó a escribir “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
En estos primeros días de febrero me toca vivir experiencias muy hondas y particulares. Estoy predicando el Retiro anual a las monjas carmelitas, una experiencia profunda de comunión y oración. Se realiza este domingo el “Encuentro de verano” de la Acción Católica de San Juan con el lema “Él nos amó primero”, pasión con todos y para todos; buscando renovar el compromiso apostólico en cada comunidad. Varios Párrocos nuevos que empiezan a asumir sus servicios en las comunidades a las cuales son enviados…
Te pido recemos para que a todos los bautizados el Señor nos empuje al encuentro con Él y a la misión.
Este lunes 5 de febrero se cumplen 20 años de la muerte del Cardenal Eduardo Pironio, un hombre que vivió apasionadamente su amor a Jesús, a la Virgen María, a la Iglesia, a los pobres, a los jóvenes. Con este motivo este domingo se celebra una misa en la Basílica de Luján pidiendo por su Beatificación. Nos unimos a esa intención.
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo y miembro de la Comisión Episcopal de Pastoral Social

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