Bananaland: La cruel historia de libertad de un país enyetado
Se trata de un pueblo de bananas y bananos que, siglos atrás, era dominado, sometido y explotado por una corona lejana. Su historia comienza un día de lluvia, cuando un grupo de bananos repatriotas dio un golpe de estado en nombre de la libertad, y, de paso, se quedó con la caja de la aduana. El pueblo banano celebró en una plaza llena de paraguas. Desde entonces, ese territorio se convirtió en país, y su gente comenzó a ser dominada, sometida y explotada por esta bananada repatriota.
No habían pasado dos décadas de aquello cuando, como la caja no engordaba lo suficiente, la bananada repatriota inició lo que sería una larga tradición nacional: Tomar deuda externa para hacer algo para todos y gastarla toda en algo para unos poquitos.
Más allá de eso, con el tiempo, la bananada se fue depurando, y grandes bananos repatriotas, sin abusar tanto de la caja, distinguieron a la precoz república como un ejemplo en el mundo. Por ejemplo, hicieron del país un granero y sembraron escuelas para todos. Esa bananada fue llamada conservadorismo, y, como todo lo bueno, duró poco.
Un día, también en nombre de la libertad, un nuevo grupo de bananos repatriotas convenció al pueblo de que los conservadores eran malos, y que ellos eran buenos. De ese modo, los votaron, y aquella caja quedó en las manos de esta nueva bananada, la cual volvió a engordarla con más deuda externa. Desde entonces, aquel pueblo banana siguió dominado, sometido y explotado, pero por esta otra bananada repatriota, a la cual llamaron radicalismo.
Así fue hasta que un día, otra vez en nombre de la libertad, un banano facho y repatriota, acompañado de una banana recontrapatriota, convenció al pueblo de que los radicales eran malísimos, y que ellos eran buenísimos, en especial para los pobres. La gente les creyó, los votó, y aquella caja quedó en sus manos. O en las de ella. Desde entonces, ese pueblo banano fue dominado, sometido y explotado por esta nueva bananada repatriota, a la cual llamaron peronismo.
Pero todo se tornó violento, el pueblo banano, cansado, y, creyendo que ellos serían el remedio, llamó a un grupo de bananos repatriotas y uniformados. Éstos, fusil en mano, e insistiendo en el nombre de la libertad, tomaron el poder por la fuerza, y, con él, la tan valiosa caja. A partir de entonces, ese pueblo banano siguió sometido, dominado y explotado, pero, esta vez, a sangre y fuego por una bananada uniformada llamada dictadura.
Como el remedio fue peor que la enfermedad, un día, otra vez en el nombre de la libertad, el pueblo banano, ahora cansado de la violencia de la bananada militar, dijo nunca más, y le encomendó el poder de la república, y su caja, a la democracia.
Fue entonces cuando a ésta se la dividieron dos grandes bananadas: Por izquierda, la de un rejunte con los peronistas a la cabeza, por derecha, la de un rejunte con los radicales a la cabeza, y, desde entonces, ese pueblo banano fue dominado, sometido y explotado, alternativamente, por una y otra bananada, unos en el nombre de todos, y los otros en el nombre del cambio.
En ese contexto, se secó del todo la caja, se agotó del todo el crédito, y se esfumó del todo cualquier posibilidad de futuro, sin que todos dejaran de ser unos pocos, y sin que nunca llegue el cambio.
Así fue como llegamos a la Bananaland de este presente, cuando, por enésima vez en nombre de la libertad, un nuevo banano repatriota le propuso al agotado pueblo banano terminar con las bananadas de siempre. Éste promete una libertad que traerá el cambio que otros prometieron y nunca cumplieron, y promete que todo será para todos, no como prometieron otros y se quedaron con todo.
Hoy, ese pueblo banano, agotado de ser dominado, sometido y explotado por cuanta bananada tomó el poder en nombre de la libertad, y ahora seducido por la idea de este banano revolucionario, decide qué va a elegir ésta vez. Mientras tanto, las bananadas de siempre tiemblan de miedo, ya que si gana éste peligroso banano loco antibananada de verdad, a muchos se les acaba la joda, y tendrán que ponerse a trabajar en serio. Otros, incluso, pueden terminar presos.
Solo Dios sabe qué pasará en Bananaland, pero muchos son los que piensan que, sea lo que sea que pase, vale la pena probar, ya que esta promesa de libertad difícilmente sea peor que las otras.
Norman Robson para Gualeguay21